Imagen: mexicana.cultura.gob.mx

Por: UNAM/Leonardo Zamudio 

Ce­ci­lia Gu­tié­rrez de Mo­re­no sa­bía que ten­go en mi po­der el ex­pe­dien­te clí­nico de los archivos del Dr. Juan Fa­rril, de quien ha­bía si­do yo su ayu­dan­te en una de las úl­ti­mas opera­cio­nes practi­ca­das a Fri­da Kah­lo: la am­pu­ta­ción de una pier­na. Ce­ci­lia me su­gi­rió que re­vi­sa­ra los do­cu­men­tos y que es­cribie­ra una no­ta al res­pec­to. Al prin­ci­pio me ne­gué, pe­ro des­pués re­fle­xio­né y co­men­cé a es­tu­diar­los.

Otros mé­di­cos es­tu­vie­ron más en con­tac­to con Fri­da; tal es el ca­so de Gon­za­lo Váz­quez Ve­la G., quien re­currien­do a su me­mo­ria y co­no­ci­mientos po­dría apor­tar al­gu­nos da­tos o im­pre­sio­nes personales so­bre ella.

En fin, ex­pon­dré mis re­fle­xio­nes. Al re­vi­sar sus an­te­ce­den­tes se de­du­ce que su in­fan­cia pu­do ha­ber si­do di­fí­cil, ya que el pa­dre, de ori­gen ale­mán, era epi­lép­ti­co y la ma­dre me­xi­ca­na a cier­ta edad de­mos­tró ines­ta­bi­li­dad emo­cio­nal pues tu­vo ata­ques si­mi­la­res a los que padecía su es­po­so, sin ra­zón apa­ren­te. Dos tíos ma­ter­nos mu­rie­ron de tu­ber­culo­sis pul­mo­nar. 

Fri­da fue la cuar­ta de una fa­milia de cin­co her­ma­nos. El úni­co hombre, ter­ce­ro en lí­nea, mu­rió a los po­cos días de na­ci­do, se­gún di­ce la in­for­ma­ción, de neu­mo­nía. Só­lo la her­ma­na me­nor de Fri­da tu­vo descen­den­cia. 

Vi­vió una vi­da nor­mal y or­di­na­ria has­ta los 8 años de edad (1918).1 En­ton­ces re­ci­bió un gol­pe im­por­tante en el pie de­re­cho y a raíz de eso apa­re­cie­ron des­via­ción del mis­mo y atro­fia de la pier­na. El gol­pe pu­do ha­ber si­do lo que lla­ma­ra la aten­ción so­bre el pro­ble­ma, del que nun­ca se hi­zo diag­nós­ti­co con cer­te­za y los pun­tos de vis­ta os­ci­la­ron en­tre tu­bercu­lo­sis y po­lio­mie­li­tis. Po­si­ble­mente es­to ex­pli­que su ten­den­cia a usar fal­das lar­gas.  

Des­gra­cia­da­men­te en 1926 su­frió un ac­ci­den­te en la vía pública que le pro­du­jo múl­ti­ples le­siones: frac­tu­ra del pie de­re­cho, lu­xación del co­do iz­quier­do, he­ri­da pe­ne­tran­te del ab­do­men pro­du­ci­da por un tu­bo de ace­ro que en­tró por la ca­de­ra iz­quier­da y lle­gó hasta la vul­va rom­pien­do el la­bio. A con­se­cuen­cia de lo an­te­rior pe­ri­toni­tis agu­da y cis­ti­tis por los son­deos re­pe­ti­dos. Es­tu­vo in­ter­na­da en la Cruz Ro­ja tres me­ses. 

Pos­te­rior­men­te fue­ron diag­nosti­ca­das las frac­tu­ras de co­lum­na y la pin­to­ra fue aten­di­da por el Dr. Al­fonso Or­tiz Ti­ra­do, quien le in­di­có el uso de un cor­sé de ye­so va­rios me­ses. Al qui­tár­se­lo rea­nu­dó su vi­da nor­mal pe­ro le que­da­ron una sen­sa­ción de gran can­san­cio y do­lo­res en la co­lumna y la pier­na de­re­cha. Ha­ré un pa­rén­te­sis pa­ra de­cir que hu­bo mu­chos mé­di­cos en su vi­da y al­gu­nos le ayu­da­ron y otros la hi­cie­ron su­frir.




Se ca­só en 1929 con Die­go Ri­vera y se em­ba­ra­zó du­ran­te el pri­mer año de ma­tri­mo­nio pe­ro el mé­di­co que la aten­dió, cu­yo nom­bre omi­to, con el pre­tex­to de que te­nía una de­for­mi­dad pél­vi­ca, le pro­du­jo un abor­to, co­mo si no hu­bie­ra ce­sá­rea des­de ha­ce 20 si­glos. Los que han es­tu­dia­do su vi­da sa­ben que una de sus ob­se­sio­nes fue te­ner hi­jos. Ca­be agre­gar aquí que las reac­cio­nes de la sí­fi­lis fue­ron ne­ga­ti­vas.

Dos años des­pués, en San Fran­cisco, Ca­li­for­nia, fue aten­di­da por el Dr. Leo Eloes­ser, quien en­con­tró di­chas reac­cio­nes li­ge­ra­men­te po­si­ti­vas y le re­ce­tó un tra­ta­mien­to con Sal­varsán, que no ter­mi­nó. Sin em­bar­go, al pa­sar unos me­ses las reac­cio­nes se vol­vie­ron ne­ga­ti­vas. Pue­de que ha­yan si­do fal­sas po­si­ti­vas. Aún le hi­cie­ron un es­tu­dio de lí­qui­do cefalorraquídeo que no apor­tó nin­gún da­to.

Por esa épo­ca, le apa­re­ció a Fri­da una úl­ce­ra en el pie de­re­cho y per­sistía con la sen­sa­ción de can­san­cio. En 1932, en De­troit, du­ran­te un se­gun­do em­ba­ra­zo tu­vo un abor­to es­pon­tá­neo a los cua­tro me­ses a pe­sar de ha­ber si­do tra­ta­da y man­teni­da en reposo. Volvió a em­ba­ra­zar­se en 1934 y des­pués de tres me­ses, en Mé­xi­co, le pro­vo­ca­ron otro abor­to ar­gu­yen­do ra­zo­nes mé­di­cas. Fue opera­da del vien­tre y se le prac­ti­có una apen­di­cec­to­mía y le diag­nos­ti­ca­ron que te­nía in­fan­ti­lis­mo de los ova­rios, co­mo si no hu­bie­ra te­ni­do ya tres em­ba­ra­zos. 

Por en­ton­ces, se ope­ró del pie de­re­cho en el que des­de ha­cía dos años pre­sen­ta­ba una ulceración. Tuvo una ci­ca­tri­za­ción muy len­ta. Al año si­guien­te vol­vió a ope­rar­se y tar­dó seis me­ses en ci­ca­tri­zar y, una vez más, se sometió a cirugía en 1936. En 1938 con­sul­tó en Nue­va York a mu­chos es­pe­cia­lis­tas y el diag­nósti­co per­ma­ne­ció igual: úl­ce­ra en pie, fa­ti­ga, ner­vio­sis­mo. Al po­co tiem­po le ce­rró la úl­ce­ra. Se in­sis­tió en bus­car­le a Fri­da ras­tros de sí­fi­lis que nun­ca se en­con­tra­ron. 

En 1939, en Pa­rís, tu­vo una in­fección uri­na­ria con fie­bres al­tas, re­gre­só a Mé­xi­co y co­men­zó a be­ber has­ta una bo­te­lla de cog­nac dia­ria­men­te. Le au­men­ta­ron los do­lo­res de la co­lumna. La aten­dió el doc­tor Fa­rril quien le pres­cri­bió trac­ción pél­vi­ca has­ta con 20 ki­los. La re­vi­sa­ron otros mé­di­cos y coin­ci­die­ron en que ne­ce­si­ta­ba una ope­ra­ción de co­lum­na del ti­po Al­bee. In­clu­so se con­sul­tó por car­ta al pro­pio Al­bee, quien es­tu­vo de acuer­do, pe­ro el mé­di­co de ca­be­ce­ra de Fri­da y el Dr. Eloes­ser, se opu­sie­ron a la ci­ru­gía. 

Des­pués a la pin­to­ra le apa­re­ció der­ma­ti­tis en los de­dos de una ma­no por hon­gos. Pa­ra es­to a tra­vés del tiem­po nun­ca se con­sul­tó a un derma­tó­lo­go. Hoy, a la luz de los co­no­cimien­tos ac­tua­les ¿no se­ría una neu­roder­ma­ti­tis que iba y ve­nía? Al año si­guien­te en San Fran­cis­co ba­jo la égi­da de Eloes­ser me­jo­ró un po­co. La pu­so en re­po­so y le qui­tó el al­co­hol. Se le hi­zo una mie­lo­gra­fía con li­pio­dol. Re­gre­só a Mé­xi­co y se le tra­tó con hor­mo­nas.De­sa­pa­re­cie­ron los tras­tor­nos mens­trua­les y tam­bién la der­ma­ti­tis de los de­dos.

En 1944, le vol­vie­ron el can­san­cio y los do­lo­res de co­lum­na. En esa ocasión con­sul­tó al doc­tor Ve­las­co Zimbrón, quien le pu­so un cor­sé de ye­so con el que dis­mi­nu­ye­ron los do­lo­res y pu­do ca­mi­nar me­jor. Per­dió mu­cho pe­so y al­gu­nos de los mé­di­cos tra­tantes se in­cli­na­ron por el diag­nós­ti­co de tu­ber­cu­lo­sis que fue des­car­ta­do por el médico Co­sío Vi­lle­gas. Por otra parte, el doc­tor Ra­mí­rez Mo­re­no la tra­tó co­mo si­fi­lí­ti­ca pe­ro no me­jo­ró. También fue su mé­di­co Gea Gon­zá­lez. 

En 1946 por re­co­men­da­ción de un mé­di­co de la ciu­dad de Mé­xi­co, se tras­la­dó a Nue­va York y fue ope­ra­da por el Dr. Phi­lip Wil­son. Le prac­ti­caron una fu­sión ver­te­bral que abar­có las vér­te­bras lum­ba­res cua­tro y cin­co; las sa­cras uno y dos. Re­cuér­de­se que el pro­ble­ma prin­ci­pal era en­tre las lum­ba­res tres y cua­tro. Fri­da usó cor­sé y me­jo­ró, pe­ro le au­men­tó la an­gus­tia y ba­jó de 54 a 42 ki­los. 

Fa­rrill le re­co­men­dó otra ope­ración pa­ra abar­car las lum­ba­res tres y cua­tro. Ci­ru­gía que se rea­li­zó el 23 de mar­zo de 1950. En ese mis­mo año en­tre mar­zo y no­viem­bre fue opera­da cin­co ve­ces pues apa­re­ció una in­fec­ción que no ce­día, se le prac­ti­có una ci­ru­gía más en ene­ro de 1951 y otras dos más en el si­guien­te mes de sep­tiem­bre.  

A los es­tu­dio­sos de la Es­té­ti­ca les que­da com­pa­rar las fe­chas de sus pintu­ras y sus di­fe­ren­tes ma­ni­fes­ta­cio­nes de an­gus­tia y do­lo­res, con las épo­cas de las ope­ra­cio­nes. Pos­te­rior­men­te, le fue am­pu­ta­da la pier­na de­re­cha en agos­to de 1953; ope­ra­ción que no re­sol­vió del to­do el pro­ble­ma pues con­ti­nuó con trastor­nos de ci­ca­tri­za­ción en el mu­ñón y hu­bo ne­ce­si­dad de po­ner trac­ción. Vol­vió en ma­yo de 1954 a in­ternar­se, pues te­nía es­ca­ras en un mus­lo y una agu­ja ro­ta cer­ca de la ar­ti­cu­lación de la ca­de­ra. Al fi­nal tu­vo mor­fi­no­ma­nía y trastor­nos men­ta­les, así co­mo dis­la­lia. Su­frió mu­cho pe­ro pro­du­jo, y en su pro­ducción ex­pre­só su do­lor. Los mé­di­cos la ayu­da­ron, y ella in­mor­ta­li­zó a Fa­rrill en sus cua­dros, pe­ro tam­bién la hi­cie­ron su­frir. Pu­do ha­ber si­do ma­dre. 

Cier­to es que des­de el pun­to de vis­ta mé­di­co nun­ca se lle­gó a un diag­nós­ti­co con cer­te­za de sus proble­mas, apar­te del tras­tor­no es­tá­ti­co de la co­lum­na. Pu­do ha­ber te­ni­do una neu­ro­pa­tía de­ge­ne­ra­ti­va pues nun­ca se de­mos­tró com­pre­sión nervio­sa. Se in­sis­tió mu­cho en la sí­fi­lis, po­si­ble­men­te por la vi­da aza­ro­sa de Die­go, pe­ro nun­ca se com­pro­bó. Si hu­bie­ra te­ni­do hi­jos sus obras ¿hu­bie­ran per­di­do su fuer­za? ¿Ten­drían más ter­nu­ra? 

Cita completa:

Zamudio, Leonardo. (2010). Reflexiones médicas sobre la doliente vida de Frida Kahlo. Crónicas. El Muralismo, Producto de la Revolución Mexicana, en América; No 10-11. Recuperado de https://repositorio.unam.mx/contenidos/46662