La Pirata del Oriente, por Eva Bodenstedt

Llegó tarde, pidió una vela, pagó la noche en la Posada y pasó a retirarse en la habitación que tenía una mesa. Fue lo único que se aseguró tener: una mesa y luz suficiente para leer y escribir.

“14 de marzo 2021.- Uf, leo la última fecha y sí, no había vuelto a escribir en mi diario desde hace más de un mes, curiosamente estaba también aquí mi hermano Arturo, quien ahora llegó con los ojos llenos de dolor, esos ojos que al verlos, te hacen sentir esa especie de complicidad llena de impotencia. Lo paró la Guardia Nacional, venía en su coche desde la Ciudad de México, lleno de cajas de vino nacional “para venderlas en la costa”. Les explicó que es catador de vinos, pero ¿y? Me extorsionaron -me dijo pidiéndome que no le preguntara más, y no lo hice, me fui a dormir repitiendo “Guardia Nacional, Guardia Nacional, Guardia Nacional”…

Han pasado tantas cosas desde la ultima vez que abrí mi cuaderno y mi pluma que no quiero ni mencionarlas. Hoy sólo se que extraño extrañar. Me gustaría extrañar a alguien, pero no existe ese alguien.

He leído y escuchado las noticias casi todos los días y también he leído cada noche un poco más de los últimos Diarios de Sándor Márai 1984-1989. A la mitad del libro, su mujer L. es internada en una “institución de enfermos terminales”. Márai va a verla todos los días y escribe en su diario párrafos desde una perspectiva de final que me llama la atención -(“La gran prueba de la vida no es la muerte, sino el morir”)-. De la nada me descubro observando a mi alrededor las huellas del tiempo en los rostros, en los cuellos, en las manos de la gente que ha crecido conmigo, y con un resignado asombro veo el cómo se manifiesta el inicio del otoño de la vida en los hombres, en las mujeres, en el ser humano.

Eso de tener que separar en palabras a las mujeres de los hombres, me rebota, y en ese rebote llega a mi mente la cantidad de imágenes que acapararon las pantallas en la última semana. Hace un año fue el primer paro de nosotras, recuerdo que los hombres salieron a las calles y no había féminas, el mundo amaneció y se durmió asombrado por la solidaridad mundial de las mujeres por estar ausentes de forma colectiva, por no salir, por ser invisibles y con ello luchar por la injusticia que vivimos en tantísimos frentes. Pero pocos días después, cuando el Covid-19 acechó con su filo letal a tod@s en todxs lados, la ausencia fue de ambos sexos y de todas las edades.

México vuelve 365 días después a despertar gobernado por el cinismo a flor de piel en el ser que se hizo Presidente como se hace una escultura por tanto insistir en hacerse. Persistió como cuchillito de palo hasta que lo logró, pero hacerse no es mantenerse, y por desgracia colectiva, ya cada día hay más quienes les dan -con una pena infinita- la razón a quienes anunciaron que AMLO sería un PELIGRO para México. Eran no obstante opositores igual de cínicos que él, mentirosos, indispuestos a ocupar un honorable puesto para gobernar una nación que ya sin ellos también se da cuenta del peligro.

Y mientras las mujeres convertían esa muralla de fierro que anilla al Palacio Nacional, en un lienzo en donde escribían los nombres de las mujeres arrebatadas de sus vidas de forma violenta, el Presidente aparece ante un hermoso paisaje tropical para invitarnos a ver cómo ahí llueve, en Palenque, y cómo el agua es vida, y de paso, que sí, comenta, que la muralla alrededor del Palacio -y las demás posibles víctimas de las fieras (eso lo digo yo)-, son mejor que los granaderos, es decir, que las murallas no hacen daño, porque sí lo hacen los granaderos, los que cubiertos de pies a cabeza con macanas en las manos y gases lacrimógenos, hacen daño, mucho daño, y pegan, “son muy brutales”, claro, y lastiman, pisotean, por lo cual, bueno, pues la muralla es mejor. Ese fue el mensaje del Monarca, el Jefe de esta nación hecha añicos. Y ante esa nueva monarquía de sordos en esta nueva realidad de silencio, aparece la fotografía de la chica del saxofón oaxaqueña, la chica sin rostro quemada por ácido gracias al actor intelectual que se la quiso a “huevo coger” y porque ella lo rechazó, pues lo paga caro, así no más, y hasta el día de hoy su juicio se aplaza y se aplaza hasta que caduque y de nueva cuenta la nueva añeja justicia injusta de este país, salga con la suya y los chicharrones truenen como el cabrón los quiera tronar. Gracias Gobernador, gracias Diputado, gracias cínicos que nos permiten seguir dando vida.

Ante todo ello las Piratas del Oriente, del Sur, del Norte y del Poniente buscan refugios en donde todas las refugiadas están dispuestas a convivir para transformar las reglas, los ritmos y los tonos, los colores y las formas del mundo desde la humilde vocación de ser.

Termino de escribir confesando que también extraño a la esperanza, la que poco a poco deja de existir cuando ve alrededor de su comunidad en la costa sur de Oaxaca, cómo talan, cómo queman alrededor del manglar de Ventanilla, y de ahí por todo Zapotal hasta San Antonio, las primeras extensiones para hacer fraccionamientos. Ya los trazan, la destrozan las máquinas, las queman; ya las bolsas de quienes se apropiaron hace seis décadas, no más, de este territorio, están llenas de fajos de billetes, y todos felices y contentos, dan el ejemplo para que los otros vendan más y más, lo vendan todo aquello que en realidad, desde la perspectiva y la voz de la naturaleza, no les pertenece, no les perteneció, y se adueñaron de ella, de la tierra, como si fuese esa niña, esa niña mujer, esa anciana mujer cuyo nombre juega a ser otro en todas las palabras del abecedario escritos en esa muralla de metal, de fierro, de aluminio, para estar en la boca de la noticia un solo día, mañana será otro día, y no pasará nada; y la muralla (hecha a su vez por los minerales que también sacaron de la tierra para construir una sociedad amante del consumo, la sordera, la ceguera, la estupidez, la imbecilidad, la esclavitud y la dependencia en tantos sentidos de todo lo posible existente), será retirada, y junto con los nombres de todas ellas y las futuras víctimas también, serán sepultadxs sin remedio, como las asesinadas.

Cierro la pluma, cierro el libro de Sándor Márai que en 1985 tenía 85 años, y uno, lejos aún de tener esa edad, ya siente esa sensación de fracaso, de inutilidad en la vida. Tristeza, TRISTEZA e IMPOTENCIA es lo que resta asimilar, porque a pesar de marchar, de alzar la voz, de escribir una de las letras de tantas muertas, sabemos que entre tantos demonios, el infierno crece, y crece, y crece, y no dejará de crecer…».