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Vida de María Sabina: empatía y horizontalidad

Por: Ana Lourdes Álvarez Romero Universidad de Sonora / Université Paul Valéry Montpellier 3 alvarezromeroana@gmail.com*

El periodista Álvaro Estrada publica en 1977 Vida de María Sabina: la sabia de los hongos, la historia de vida de la famosa chamana mazateca. A través de entrevistas realizadas entre 1975 y 1976 a María Sabina, Estrada logra construir un relato en primera persona omitiendo las preguntas. Es un texto singular puesto que, a pesar de que ya se habían publicado obras y artículos sobre “la sabia de los hongos”, la posición de Estrada como nativo de Huautla y conocedor de su cultura ofrece otro tipo de enfoque hacia María Sabina. En este aspecto, Inés Hernández-Ávila afirma que el texto de Estrada muestra una “representación ética” de una tradición espiritual particular, mediando de una manera que ni Jerome Rothenberg ni R. Gordon Wasson pudieron concebir (340).

En efecto, la representación de la sabia mazateca se realiza desde la empatía y cercanía cultural, aspecto que sobresale al compararla con textos de otros autores. Dentro del ambiente cultural mexicano, por ejemplo, catorce años antes del libro de Estrada, Fernando Benítez había publicado un artículo titulado “La santa de los hongos. Vida y misterios de María Sabina”. El contraste entre ambos textos se vuelve notorio a través del análisis de las figuras autoriales dentro de su respectiva obra: Estrada se mantiene oculto en gran parte de la narración al darle la voz a María Sabina, pero se muestra a sí mismo en los paratextos como un conocedor de la cultura de la informante y dentro del horizonte afectivo de la chamana; por otro lado, Fernando Benítez se presenta como un desconocedor parcial de la cultura de María Sabina y arroja varios juicios etnocéntricos sobre ella, Literatura Mexicana | XXIX-1 | 2018 | 99-124 117 además de que él mismo es el que lleva a cabo la narración en primera persona. Un claro ejemplo de la nula capacidad de Benítez para hablar horizontalmente de Sabina se presenta cuando se queja de que ella “hable exclusivamente mazateco” puesto que esto “le ha impedido conocerla en toda su riqueza y profundidad espirituales” (15); es decir, el impedimento no es que él no hable mazateco, sino que ella no hable español.

En la Introducción de Vida de María Sabina: la sabia de los hongos, Estrada explicita los motivos que impulsaron a escribir su obra: primero, dejar testimonio de la sabia mazateca a quien periodistas y escritores de distintos lugares del globo no han sabido valorar; segundo, ser un documento útil para especialistas (etnólogos, etnomicólogos y costumbristas); tercero, dar una idea “más precisa” al público en general de las costumbres de los pueblos nativos y propiciar entre los jóvenes el respeto hacia estos pueblos (32). De igual manera, en esta Introducción es donde declara que la obra es el resultado de entrevistas realizadas en mazateco (lengua nativa de Estrada) entre septiembre de 1975 y agosto de 1976.

Estrada proporciona dos claves más para entender el significado del texto: se omitieron las preguntas del cuestionario que se realizó a María Sabina (aunque conservan las cintas magnetofónicas donde se grabaron sus respuestas) y existe una conciencia explícita sobre la responsabilidad de escribir la biografía de una persona que, al no saber español, leer ni escribir, no sabe con exactitud si lo que han escrito sobre ella es correcto o no lo es (23). Ambas claves apuntan a un conocimiento consciente sobre las implicaciones políticas de la construcción del texto. Evidentemente, estos dos puntos tienen su correlación con la forma en la que se nos presenta el libro pero, más aún, ambos nos muestran una caracterización específica del autor.

Al omitirse las preguntas del cuestionario, la narración se nos presenta como una narración autobiográfica donde, a excepción de la introducción, el epílogo y las notas al pie de página, el autor no se muestra a primera vista. Según la taxonomía realizada por Julio Rodríguez-Luis en El enfoque documental en la narrativa hispanoamericana, podríamos clasificar Vida de María Sabina entre los textos donde interviene el autor pero no hay una mediación de él (38) (siempre y cuando, insistimos, se excluyan la introducción, el epílogo y las notas).



En la entrevista obtenemos una reconstrucción del relato pero no una apropiación de éste por parte de Estrada (como sugiere Rodríguez-Luis que sucede cuando el autor interviene pero no media). Las preguntas mismas, aunque omitidas en la redacción final del texto, direccionan qué es lo que Sabina va a narrar y qué no, así como el orden en el que se presentan los hechos. El autor no modifica la información que le proporciona, pero sí la direcciona y la comenta. El texto comienza:

No sé en qué año nací, pero mi madre María Concepción me dijo que fue en la mañana del día en que se celebra a la Virgen Magdalena, allá en Río Santiago, agencia del municipio de Huautla. Ninguno de mis antepasados conoció su edad (25).

Aunque la narración en primera persona muestra una enunciación ajena a la del autor, en la nota al pie de página que aparece a propósito de estas líneas observamos el primer comentario de Estrada respecto al mundo narrado. Estrada explica que en los archivos de la Iglesia de Huautla se encuentra el acta de Bautismo de María Sabina; en esta acta, los nombres de sus padrinos de bautismo no coinciden con los que proporcionó ella. Sin embargo, esto parecería deberse a la confusión de los hispanohablantes provocada por los nombres mazatecos. A través de esta observación, no sólo muestra una incomprensión del mundo indígena por parte de los hispanohablantes, sino también un conocimiento especializado propio sobre el mundo narrado.

Este conocimiento de Estrada se presenta en todas las notas posteriores del texto. Por ejemplo, explica la palabra “sabio” como la utiliza María Sabina y las diferencias entre las categorías de curandero, hechicero y “sabio-médico” (27-29), además de proporcionar versiones de ancianos nativos de Huautla sobre hechos determinados para contextualizar la narración de la chamana (29, 42, 62, 73). Algunas de las notas a lo largo del libro refieren a textos especializados, pero la mayoría de ellas parecerían denotar el conocimiento de primera mano o experiencial del autor sobre la cultura mazateca.

De igual modo, en las notas al pie de página Estrada explica las referencias que menciona María Sabina. Por ejemplo, cuando ella narra que “en cierto tiempo vinieron jóvenes, hombres y mujeres, de largas cabelleras, con vestiduras extrañas. Vestían camisas de varios colores y usaban collares”, el autor explica que se refería a los jóvenes de finales de los setenta calificados como hippies por la prensa (81); es decir, el autor cumple con su función etnográfica de traducir en los términos del lector los términos ajenos.



La legitimación del propio autor se lleva a cabo no sólo a través del conocimiento especializado, sino también en la Introducción y (sobre todo) en el epílogo a la obra. Ya se mencionaron las decisiones que lo llevaron, según él mismo, a escribir su texto; sin embargo, resulta aún más trascendente su papel como etnógrafo. En la introducción, Estrada apunta: “La nuestra no ha sido labor fácil pese a que, quien esto escribe, es natural de Huautla y habla la lengua nativa de los mazatecos” (23). A pesar de que intenta expresar la dificultad (o la impresión de dificultad) que le causó su trabajo etnográfico, a su vez se está implicando que la tarea resulta aún más difícil para los no familiarizados con la lengua y el mundo cultural de María Sabina. En lugar de situarse entre un “cosmopolita absoluto” y un “perfecto investigador”, como Geertz propone que Malinowski se presenta y se autoriza en su trabajo, Estrada explora su condición de ser nativo de Huautla y hablante del mazateco para establecer el pacto de verosimilitud. El “sentido de alteridad” al que se refería Medina, no sólo se encuentra matizado, sino que es llevado a un nivel casi imperceptible: existe un horizonte en común donde tanto María Sabina como Álvaro Estrada comparten códigos culturales.

A su vez, el epílogo del libro resulta trascendente para entender la creación del pacto de verosimilitud. En él, el autor narra algunos sucesos acaecidos después de haber entregado el manuscrito a la editorial Siglo XXI. De manera general, se centra en acontecimientos concernientes a la salud de María Sabina, los reconocimientos (y la falta de ellos) que tuvo y su propia relación con ella. Este último punto es donde se configura una comunión con la chamana a través de una empatía explícita. El suceso más trascendente que marca la relación entre María Sabina y Estrada es el que ocurre en el verano de 1978. Estrada narra su viaje de México a Huautla para visitarla:

Luego del saludo, alcé los brazos y le dije: “Vengo a visitarte. No traigo cámara fotográfica, grabadora o máquina de escribir. Quiero que esta noche nos desvelemos con tus ‘niños santos’. Nunca los he tomado contigo y esta oportunidad me parece interesante porque sólo deseo escuchar, sentir el eco de tus cantos en una sesión sólo dedicada a mí” (99).

Estrada narra que tras la aceptación de María Sabina y la preparación que llevó a cabo para la sesión, la encontró boca arriba en su cama con los brazos extendidos después de regresar de visitar a su familia. Estrada se mostró preocupado por la posible muerte de la chamana y las reacciones de los familiares, la prensa y las autoridades sobre ese hecho al encontrarse él ahí. Sin embargo, ella se recuperó después de un momento. Estrada se percató de que Sabina había ingerido una ración de hongos, aguardiente y tabaco más abundante que lo habitual. Después, Sabina le dio doce pares de derrumbes-niños para que él los comiera, lo que a él le pareció demasiado. Le pidió también que masticara tabaco: “Trágate todo el tabaco para que tengas fuerza. Te aconsejo esto porque te quiero” (101). Entraron en el trance y la velada ya había durado aproximadamente entre cuatro y cinco horas. Estrada se preguntaba cómo era posible que Sabina resistiera las sesiones rituales tan agobiantes que eran a diario durante el verano. Pasado el tiempo, sintió a Sabina sentada a la orilla de su cama:

Me senté junto a ella y la cubrí con mi brazo derecho. Una ternura inmensa me invadió; seguía cantando para mí: “Soy mujer luna, mujer águila, mujer transparente como hoja fresca, mujer tlacuache…”. Rompiendo las reglas rituales, la interrumpí. “Descansa viejita”, le dije mientras la cargaba como una criatura, acomodándola sobre las cobijas extendidas. “¿No querías escuchar mi lenguaje?”, preguntó.

Sinceramente, yo pensaba que estaba extenuada. La cubrí como pude con las mismas cobijas sobre las que descansaba. La cubrí como a niño pequeño, deseando que durmiera. “Sí. Quiero escuchar tus cantos, pero por ahora debes descansar”, le dije. También yo decidí hacerlo […]. Serían las tres o cuatro de la madrugada. Yo pensaba: “Duermo junto a María Sabina, la famosa sabia de los hongos…” (102).

Es notoria la relación afectiva recíproca entre Estrada y Sabina. Mientras ella le aconseja porque lo “quiere” y se prepara con una ración abundante Literatura Mexicana | XXIX-1 | 2018 | 99-124 121 para el ritual, él interrumpe el mismo ritual para pedirle que descanse. El hecho que demuestra el grado de comunión más profundo entre ellos es el haber dormido juntos. Estrada se posiciona, pues, no sólo culturalmente integrado con Sabina, sino también afectivamente.

La entrevista dirigida que dio como resultado Vida de María Sabina muestra a un autor que intenta plasmar el “punto de vista del nativo”. Si Geertz propuso que el problema del Diario de Malinowski no era moral, sino epistemológico, fue porque consideraba a la moral fuera del texto. En la versión completa de Vida de María Sabina, es decir, considerando la introducción y el epílogo, la posición empática del antropólogo con la chamana plantea un problema ético: cómo acercarse a lo considerado dentro de la otredad y entenderlo desde su propia lógica. Para lograr esta labor, fue necesaria la intervención de un autor dentro del mismo horizonte cultural que María Sabina y que, a su vez, entendiera los códigos culturales externos a la cultura mazateca.

El epílogo muestra un desplazamiento del texto etnográfico en sí. En cierto sentido, la verdad etnográfica presentada a través de la narración en voz de María Sabina cobra otro significado a través de las palabras finales de Estrada. Este desplazamiento pudiera considerarse como la resistencia a una interpretación unívoca de la vida de la chamana: a la vez que Estrada autoriza su papel a través de la empatía; las descripciones de sus relaciones interpersonales logran configurar un diálogo que se niega a una representación totalizadora.

*Forma parte de un artículo más extenso, que puede consultarse íntegro DANDO CLICK AQUÍ.

** https://repositorio.unam.mx/contenidos/el-etnografo-autor-mediador-y-empatia-en-39la-noche-de-tlatelolco39-39chin-chin-el-teporocho39-y-39vida-de-maria-sabina-20363?c=pQ8wXB&d=false&q=vida_._maria_._sabina&i=1&v=0&t=search_0&as=0

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