Por: Omar Alejandro Ángel
Te he pedido la noche porque todo duerme
y podemos escucharnos,
incluso sin hablar.
Ha pasado tanto que me resulta casi imposible recordar nuestra última noche. ¿Aún conservas algo de ella? Yo, afortunada o desafortunadamente, tengo una vaga imagen de cómo cantabas en la cama, bailando acostada, con tus ojitos apretados y el ceño fruncido, y cómo, sutilmente, me decías «tengo sueño», «déjame dormir», «no molestes»; a lo que yo, con necio amor, escuchaba «pasemos la noche en vela, habitémonos».
Fuiste cada noche, más en la última, monstruosa. He intentado detestarte pero no, aunque tu abandono y desapego me griten desesperadamente que lo haga, que te maldiga una y otra vez, no. Puedo soportar tus arrebatos, que despiertes con ganas de aventarme por la ventana, que no sepas mi nombre y que sólo acudas a mi cuando tu ocio lo permita.
Pero no, no puedo soportar que olvides.
Foto: Scarriedo, Algunos derechos reservados.