Por: Adrián Ortiz Romero

+ Tolerancia vs legalidad e impunidad

La rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México permaneció ocupada por más de diez días, a manos de un grupo de encapuchados que, con esa acción, buscaban la restitución de varios alumnos que habían provocado quebrantos en otros momentos a instalaciones universitarias, y que, según decían, también tomaban esas instalaciones en demanda de que la educación universitaria no se privatice. Más allá de las demandas, la acción en sí provocó reacciones diversas. Esto, motivado porque la UNAM exigió que el edificio de rectoría no fuera recuperado por fuerzas policiacas. Finalmente, los inconformes devolvieron las instalaciones. Pero un dejo de impunidad, de oscuridad y de incertidumbre quedó tras ese hecho. ¿De veras fue un triunfo que esas instalaciones fueran devueltas y no recuperadas? Esta polémica está llena de matices que deben ser considerados.

En efecto, por un lado están los que justifican la voluntad de las autoridades universitarias por mantener las vías del diálogo y por no ceñirse a la posibilidad de una recuperación de las instalaciones universitarias. En este sentido, el autor de Milenios de México, Humberto Musacchio, sostenía en el periódico Excélsior que la desocupación pacífica y voluntaria de las instalaciones universitarias era “un triunfo de la prudencia”. El también periodista daba razones que son asequibles en un ámbito como el universitario, pero que no por ello son razones inamovibles.

La ocupación de la Rectoría de la UNAM —apuntaba Musacchio en las páginas de Excélsior, ayer viernes— suscitó una muy legítima preocupación en amplios sectores de la sociedad, pero también un estruendoso coro que pedía, como en los viejos tiempos del régimen priista, la aplicación inmediata de la fuerza para desalojar el edificio y poner en la cárcel a los muchachos que salieran vivos.

“Otra vez, como siempre que se expresa por vías heterodoxas el malestar de algún sector universitario, se escuchó el potente rugido de quienes exigen la mayor dureza contra los inconformes, a los que desde luego descalifican mediante el fácil expediente de colgarles etiquetas: antiuniversitarios, delincuentes, porros y otras lindezas. Es la derecha de siempre, que ante su incomprensión de los fenómenos sociales suele escupir adjetivos que ofenden, pero no definen”.

Hay que celebrar —señalaba en otra parte de su texto— la prudencia de las autoridades universitarias, que sin faltar a sus deberes con el patrimonio puesto bajo su custodia, interpusieron las denuncias procedentes, pero insistieron en la búsqueda de una salida sin violencia ante los hechos. Como es obvio, una solución de fuerza por parte del rector José Narro hubiera dado pretexto a quienes quisieran verlo fuera de la UNAM.

Empero, no todas las voces coinciden no sólo con el hecho de que una ocupación violenta no es propia de una universidad que promueve la tolerancia a todas las formas de pensamiento y el respeto a todas las manifestaciones, sino también con el hecho de que este asunto es el más desfondado de los que ha enfrentado la Universidad en los últimos años. Quienes ven esta situación como un riesgo dicen que esta es una muestra alarmante de impunidad que posiblemente abra la puerta a que otros grupos, que también tienen demandas que incluso pueden ser legítimas, sigan ese ejemplo para hacer valer sus pretensiones.

ESTÍMULO A LA IMPUNIDAD

Con sarcasmo, José Rubinstein apuntaba asimismo lo siguiente: “Albricias, los jóvenes encapuchados habiendo culminado su irrupción de 12 días en un espacio declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad, han tenido a bien aceptar dialogar con el rector de la UNAM, quien los conminó a quitarse la capucha a fin de poder ser identificables. Veinte chamacos inidentificables mantuvieron en jaque a 330 mil 362 estudiantes universitarios. Todo sea en nombre de la autonomía.”

Y remataba sosteniendo: “La autonomía universitaria subsistirá aun con la intervención de la fuerza pública en casos extremos, el gobierno tiene la suprema responsabilidad de resguardar la paz pública, la tolerancia debe tener un límite, mañana podría ya no ser posible. Hasta ahora, prevalece la autonomía de la violencia.”

¿Por qué tanta adversidad, en este caso, a la vía del diálogo que hasta el final intentó tener el rector de la UNAM, José Narro Robles? El periodista Marco Levario Turcott lo explica con elocuencia: “Podemos dejar de lado aquel grotesco juego de símbolos, como el de la capucha, o soslayar el delirio acerca de supuestos dictados provenientes del Fondo Monetario Internacional para privatizar la UNAM (porque cada quien tiene derecho hasta a creer en los zombies); es más, también podemos ignorar que varios “anarquistas” como se autonombran no estudian en la institución. Según creo, el quid es que su “método” de lucha era (y es) motivo suficiente para que los cuerpos de seguridad intervinieran y los desalojaran del inmueble. Y ello nada tiene que ver con la, inventada en mi opinión, disyuntiva entre diálogo y violencia sino con un acto de autoridad legítimo en situaciones como ésta.”

“El apuro coyuntural se encuentra medianamente resuelto porque los jóvenes abandonaron el inmueble y el Rector deja de recibir cuestionamientos. Me parece sin embargo, que el asunto es ligeramente más complejo que el pragmatismo que atendió a lo inmediato y desatendió el futuro. Me refiero a que esto genera un precedente más en la historia reciente de la UNAM: el de que a través de formas de coacción es como puede abrirse paso el diálogo. Triunfante, así lo dijo uno de los invasores, que abandonaban la torre de la Rectoría porque acordaron con las autoridades la atención de sus demandas. Por ello más que festejar la “liberacion” del inmueble universitario, creo que debemos estar preocupados.”

SÍ, PREOCUPADOS
La preocupación, sí, parte del hecho de que esta ocupación puso el mal ejemplo. Pues los que ocuparon la Torre de Rectoría lo hicieron a pesar de que tenían un puñado de argumentos poco firmes, de que nunca mostraron su rostro; de que varios de ellos ni siquiera podían acreditar su pertenencia a la Máxima Casa de Estudios; de que la justificación y la demanda de que la UNAM readopte a quienes expulsó es en sí misma inadmisible; de que, como lo decía Rubinstein, ahora ellos pretenden decirle a la Universidad cómo instruir. Aún con todo eso, dicen que triunfó el diálogo. Un diálogo basado en la impunidad y en un falso sentido de la pluralidad y la tolerancia. Preocupante.

Foto: @UNAM