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10/junio/2014

Por: Rodolfo Naró

Vicente Fernández coronó en México al Rey Juan Carlos. Fue en el primer viaje de un monarca español a nuestras tierras. La visita oficial se realizó del 17 al 22 de noviembre de 1978, en ese primer recorrido de los reyes por México, Guadalajara estuvo en su ruta de viaje. Nos gobernaba José López Portillo, el presidente más monárquico que hemos tenido. Apenas un año antes, México había restablecido relaciones diplomáticas con España. Los gobiernos de la república nunca reconocieron el régimen franquista, pero con la monarquía constitucional que se veía venir, López Portillo, adorador de Quetzalcóatl y de la nostalgia de Cortés, aceleró los trámites para acercarnos de nuevo a la madre patria.

Francisco Franco también gobernó España por 39 años y a punto de morir, restituyó la monarquía, nombrando heredero a Don Juan Carlos, aun por encima de su padre, el Conde de Barcelona, quien hasta muchos meses después aceptó como monarca a su hijo. Después de tantos años de la dictadura absoluta de Franco, España necesitaba una figura aglutinante. Un príncipe fresco y jovial que llevara nueva sangre –azul por supuesto– a un país que había vivido tantos años cerrado al exterior, después de haber sido el imperio más grande del mundo.

En su visita oficial a Guadalajara Don Juan Carlos y Doña Sofía cenaron en el recién rescatado Hospicio Cabañas, albergue de huérfanos, monumental edificio neoclásico que cuenta con veintitrés patio y más de cien habitaciones. El evento se llevó a cabo en el patio central, el cual, como bien reza el dicho mexicano “mi casa es tu casa”, se decoró como un patio cordobés, con árboles de naranjo y mantones sevillanos. Los casi quinientos invitados, entre ellos, el presidente y el gobernador, senadores y diputados, presidentes municipales y la alta sociedad tapatía, se veían las caras con miles de veladoras que alumbraban la intemperie del Cabañas.

Jalisco ofreció lo mejor de su gastronomía y Don Juan Carlos se chorreó las manos con una torta ahogada. Todos los presentes esperaban que la reina se salpicara su vestido, pero ella prefirió, tenedor en mano, degustar un tamalito. Brindaron con vino y tequila, hasta la llegada de lo mejor de la noche, los postres. Los muchachos del ballet folklórico de la Universidad de Guadalajara, quienes antes habían bailado el Son de la Negra y el jarabe Tapatío, salieron vestidos de calacas y, como si llevaran una ofrenda de muertos, recorrieron las mesas con bandejas llenas de camote del cerro, borrachitos, cocadas, jamoncillos, cajeta, palanquetas, dulce de membrillo y tamarindo, pinole para el que habla poco, muéganos y buñuelos, churros con azúcar. Grandes frascos con mangos y ciruelas en almíbar, torrejas y charamuscas.

Una hora antes de la medianoche, Lola Beltrán y Vicente Fernández cantaron su repertorio. A veces a dueto, a veces en solitario, Lola volvió a llorar mientras entonaba Cucurrucucú paloma y el Charro de Huentitán, rompiendo el protocolo y a la mitad del muégano del monarca, terminó las estrofas de El rey, se quitó el sombrero y se lo plantó en su real cabeza a Don Juan Carlos. “Pero sigo siendo el rey”, falseó y le pidió a Lola su reboso de Santa María para cubrir a Doña Sofía. “Para que no tenga frío, mi reina”, le dijo y siguió con su cantar.

 

Fuente: Desconocido

 

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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Del rojo al púrpura, un clásico de este siglo, vuelve más púrpura que nunca |  www.rodolfonaro.com

 

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