(www.eloriente.net, por Rodolfo Naró, México, 25 de mayo del 2015).- He creado un monstruo. Recuerdo cuando era pequeña y reclamaba por todo. No pedía, exigía. No lloraba, seducía. Yo la dejaba hacer lo que ella quisiera, sabía que la mal educaba y no me importaba. No le puse límites. He sido un padre consentidor y consecuente. Desde que llegó conmigo, Runa me tomó la medida y quererla ha sido una delicia. Sin embargo, hace un mes llegó Simón de visita y la cotidianidad cambió.

Andrea y yo hemos seguido todo el protocolo de acercamiento entre un gato y otro. Simón ha estado encerrado en una habitación y sólo sale cuando Runa no está a la vista. Poco a poco los hemos presentado, armados con matracas para hacer ruidos estridentes, los dejamos que se acerquen, se huelan y se reconozcan. Al final, Runa empieza por dar el primer zarpazo y Simón huye despavorido. Es un gato gordo y miedoso que corre por toda la casa para salvar el pellejo, hasta que Runa lo alcanza y se arma la pelea.

Nosotros corremos detrás de ellos y hacemos sonar la matraca, ese ruido los espanta y los separa, aunque Runa se queda en guardia, con todos los pelos erizados, resoplando su enojo y maullando de furia. Se siente invadida en su territorio y no sabe de dispensas, no hay diálogo que valga. Ella es de menor tamaño que Simón, pero su afrenta es mayor. Guarda tan celosamente su territorio que lo defiende con uñas y dientes, con toda su pequeña valentía.

Los gatos son animales territoriales, solitarios, cazadores natos. Tienen menos tiempo de convivir en hogares con humanos, apenas un poco más de 50 años. Están consideradas las mascotas del futuro, por necesitar menos espacio, menos cuidados y por ser más independientes. Aunque Runa duerme con nosotros, ve la tele con nosotros, nos acompaña a comer arriba de la mesa. Siempre está conmigo mientras escribo, guiando mis letras, ronroneando mis miradas. Ha sido más fiel que un perro guardián.

Hace unos días, en la enésima vez que dejamos salir a Simón para verse con Runa, después de que se hizo el muerto y se desparramó sobre el piso. Bajó su respiración y torció los ojos en blanco, Runa descubrió el engaño y se le fue encima. Sus movimientos fueron tan rápidos y agresivos que Simón no alcanzó a huir y panza arriba, volaron pelos y uñas por los aires. Yo, temiendo por él y sin tener cerca ni la matraca ni la toalla que utilizo para separarlos, me metí entre ellos y Runa, poseída por una extraña naturaleza, mordió la mano que le da de comer, la misma que la acaricia y la cepilla todas las mañanas, la misma mano que la acuna para dormir. Yo, desarmado, sólo tuve fuerzas para recordar aquel verso de Sabines: “Nada queda de mí después de este amor”.

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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Del rojo al púrpura, un clásico de este siglo, vuelve más púrpura que nunca |  www.rodolfonaro.com

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Imagen: Bajo licencia CC Carolina L. Llano. Mi chiquita ya creció

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