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21 de junio de 2016

Editorial

Esta mañana, un numeroso grupo de representantes empresariales ofrecieron una rueda de prensa, en la cual solicitaron que Oaxaca sea declarada ‘zona de desastre económico’ y respaldaron las acciones más recientes de los gobiernos estatal y federal, incluyendo las incursiones de las fuerzas de seguridad para restablecer (según señalaron) el orden y la paz social.

A este dicho, entre los que se contabilizaron alrededor de 26 líderes, se sumaron argumentaciones como el dato dado a conocer por la representación de la Asociación de Hoteles y Moteles de Oaxaca, en el sentido de que después de los enfrentamientos del pasado domingo, se registró la cancelación de 25% de las reservaciones registradas para el periodo de Guelaguetza, uno de los más importantes para el calendario turístico del estado.

Solo esas cancelaciones representaron 75 millones de pesos en pérdidas.

Los empresarios tienen el derecho de realizar los pronunciamientos que acuerden y que consideren necesarios para sus causas. De hecho, no han sido pocos los posicionamientos que han efectuado organismos nacionales y locales en relación a los sucesos de Oaxaca.

Sin embargo, una vez más, los planteamientos presentados por los empresarios parecen abonar poco al ya de por sí volátil ambiente social y político en el estado. Ya en 2006 y en otros momentos críticos, el empresariado ha preferido el respaldo absoluto, el blanco o negro, en vez de una posición mucho más acorde con el contexto que vivimos, en el cual nadie puede decir que tienen la verdad absoluta.

El empresariado se asume de alguna manera como víctima de las circunstancias. El problema es que tenemos víctimas por todos lados: el magisterio se asume como tal; y el gobierno del estado; y los impulsores de la reforma educativa; y las niñas y los niños sin clase; y los policías sin condiciones para enfrentar los operativos; y la sociedad civil…

Entonces, cabe preguntar, ¿En qué abona el llamado de los empresarios en una situación como la descrita? ¿Cuáles son los objetivos que pretenden alcanzar? ¿Se limitan a buscar objetivos empresariales, gremiales, o asumen que este es el momento de ver más allá, de buscar objetivos sociales que solucionen de fondo una situación que a todos se nos ha salido de las manos?

Es verdad que los líderes empresariales no pueden ni tienen porqué estar obligados en su calidad de tales a considerar otras aristas que no sean las de su objeto. Sin embargo, también es verdad que un bien mayor se impone en esta situación excepcional que vive Oaxaca: la sensibilidad social.

La sensibilidad ante una realidad que los ubica —qué bueno por ellos—, en situación de ventaja en relación con el resto.

Es decir, resulta sencillo argumentarles que eso que llaman «desastre económico», en realidad es una situación que la enorme mayoría ya vive desde hace mucho tiempo y que ahora les ha tocado a ellos sufrir en carne propia.

¿Dónde estaba la solicitud de declaratoria de desastre cuando se publicaron las cifras de medición de pobreza de CONEVAL, certificando que aumentó de 61.9 a 66.8 el porcentaje de población en situación de pobreza en tan solo dos años (2012 a 2014)?

¿No era ya una situación de alarma el hecho de que la carencia por alimentación se haya ubicado en 36.1% o que 68.8% de la población tenga un ingreso inferior a la línea de bienestar?

Imposible decir que el desastre solo es desastre cuando te afecta a ti.

Pero no es tarde. Una actitud madura del empresariado es deseable y no termina con el pronunciamiento de hoy. De hecho, es justo que se atiendan sus planteamientos. También es justo que sus posiciones sean cada vez más consecuentes con la realidad que vive la mayoría de los oaxaqueños.

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Imagen vía: Globe Studio ‏@GlobeStudi0