eloriente.net

28 de noviembre de 2016

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

 

“Rectores y estudiantes de cerca de 70 universidades tecnológicas y politécnicas estuvieron en Oaxaca la semana pasada. Celebraron un histórico primer encuentro y mostraron proyectos de emprendimiento únicos en su género.

Oaxaca fue, por un par de días, el escaparate de la creatividad y la innovación”.

 

En nuestra era ya no basta citar a profesionales del pensamiento, poetas o filósofos. Ahora también hay que citar “gifs” o pequeñas cápsulas visuales, que son capaces de reunir en 4 segundos de duración la sabiduría más enigmática. Los “gifs” pululan por las redes sociales mostrando desde fotografías inesperadas hasta frases atribuidas a autores multivariados, muchos de los cuales es probable ni siquiera existieron o, lo que es peor, nunca escribieron lo que esos gifs dicen que escribieron.

Pero no es para alarmarse.

En estos tiempos uno se alarma por todo o hace como que se alarma por todo. Hay una especie de epidemia de la indignación artificial, cuya principal vía de desahogo hoy lo son las redes sociales.

Seguramente en tiempos remotos lo eran los compadres, los vecinos, las madres. Inclusive los hermanos. Sin embargo, a esos seres luego había que convencerlos de nuestras historias, había que verles a los ojos, había que responsabilizarse por nuestros dichos.

En cambio ahora, a través de las redes, el mecanismo es más sencillo. Uno puede encontrar a tiro de piedra cualquier cosa, expresión, hecho o rumor que juzgar y, acto seguido, alarmarse e indignarse y proferir exigencias e insultos —si se cuenta con imaginación reducida—, o bien, enmendar planas completas y erigirse en experto de disciplinas misteriosas y hacer recomendaciones y decir siempre la última palabra.

La idea es ofenderse ante el error ajeno, demostrar que nuestro criterio es más alto y virtuoso.

La idea es proyectar todo lo que suponemos correcto como responsabilidad de los demás, a sabiendas de que nosotros no practicamos lo que exigimos.

Citaré el “gif” que dio pie a todo esto: aparece la imagen del presidente Peña Nieto con la leyenda: “A él le exiges que lea”.

Luego, la silueta de la gimnasta mexicana Alexa Moreno, señalando: “A ella le exiges que adelgace”; en tercer lugar, una foto de la selección nacional de futbol: “A ellos les exiges que ganen”; y luego, Donald Trump, con la frase: “Y a él le exiges que no discrimine”.

Las imágenes culminan con una pregunta para el propio lector: “Y a ti, ¿qué de todo eso te has exigido hoy?

Las personas a las cuales tuve la oportunidad de mostrar el artefacto digital, en su mayoría, guardaron silencio.

Un silencio que supuse —de buena fe— lo estarían dedicando a realizar una revisión autocrítica de su comportamiento.

Pero, ahora que lo pienso, también es posible que en su interior estaban ya ideando una frase para castigar mi atrevimiento, juzgándome por darle importancia a las ‘ignorantes’ redes sociales o por quitarles el tiempo dorado de sus meditaciones.

Mientras más lo pienso, más me les asemejo: estuve a punto de caer en la trampa y ofenderme, indignarme, exigirles.

Qué fácil es enrolarse en una multitud. Bien dicen que en grupo los seres humanos somos capaces de actos que en soledad nos resultarían impensables. Golpeamos, vociferamos, incendiamos. También amamos. Pero esa pasión grupal es irrepetible en soledad. Jamás he visto a nadie que abrace con la algarabía de un fan de concierto a la persona que ama; tampoco que odien tanto como las turbas de extremistas que asesinan mujeres a pedradas o los espantosos clubes del Ku Klux Klan.

Por eso, cuando se encuentran multitudes virtuosas debemos celebrarlas. Jóvenes y maestros cuyo interés radica en explorar las posibilidades de la vida, desencadenándose, liberándose, haciéndose grandes, por el solo hecho de quitarse ciertas ataduras populares en nuestros días y en todas las épocas de la humanidad: el miedo, la envidia, el orgullo, la avaricia.

La semana que terminó, por eso, fue una celebración.

Se conjuntaron en Oaxaca, por primera vez en la historia del país, estudiantes y personal de cerca de 70 universidades de dos sistemas distintos: tecnológicas y politécnicas. Desde Torreón hasta Tuxtla Gutiérrez.

300 emprendedores de estas instituciones mostraron y pusieron a concurso sus proyectos de innovación y emprendimiento social.

Sí cabe mencionar que la entidad convocante, la Universidad Tecnológica de los Valles Centrales (UTVCO), ha sido reconocida ya como la mejor en su tipo de todo México, de la mano de su destacado rector Julián Luna Santiago, y que el proyecto ganador de esta primera edición fue “El balero”, un proyecto para acercar la lectura a niñas y niños de comunidades marginadas, coordinado por Lucy Hernández, y tutelado por el Centro Universitario para el Liderazgo de la Mujer, inspirado por Nydia Delhi Mata Sánchez.

Al abrir el encuentro, alguien mencionó una frase muchas veces dicha: esperemos que los jóvenes encuentren la mejor versión de sí mismos y que esa sea su aportación a la sociedad. Acto seguido, un aplauso nutrido y las palabras se extinguieron en el aire como casi todo lo que existe en el mundo.

¿Cuál es la mejor versión? ¿Cómo reconocerla? ¿Existe algo así como ‘la mejor versión de uno mismo’ o es más bien una palabrería inocente y sin sustancia? Un halago, pues.

Es posible que la respuesta a estas preguntas sean inútiles y aún que aquella versión si la existiese nunca aparezca. Sin embargo, se intuye cuando anda cerca: entonces, uno deja de exigir a los demás conductas y actitudes que no primero espera de sí mismo; evita ofenderse de asuntos sobre los cuales no tiene ni un ápice de influencia; o bien, evade juzgar, intenta comprender, ponerse en el lugar de los demás, y delegar a otros la difícil tarea de indignarse por minucias.

Es posible también, por obvio que parezca, que la mejor versión de uno mismo esté en uno mismo.

No en la multitud, no en el anonimato.

Sí en el uno mismo reconocible y silencioso, en el otro que habita en ti.

utvco-28-de-noviembre

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