“A veces no es atractivo, pero siempre es necesario.

El gobierno debe ser sincero y decirle la verdad a los damnificados: la recuperación tardará. Llevará más tiempo del deseable”.

Decirnos la verdad

(www.eloriente.net, México, a 25 de septiembre de 2017, por: Juan Pablo Vasconcelos @JPVmx).- Serán al menos diez años los que han de pasar antes de poder mirarnos a los ojos con cierto alivio. El desastre que se ha cernido sobre México este septiembre no ha sido el único en el mundo ni será el último. Por lo mismo, la experiencia internacional señala que ese lapso, diez años, es un tiempo razonable para estimar una cierta recuperación en las zonas devastadas. No es una regla, pero es un horizonte.

Los casos de los sismos de Chile en febrero de 2010; Nueva Zelanda en febrero y Japón en marzo, ambos de 2011, así lo confirman. Contemplan, además, otra verdad que necesitamos decirnos: la etapa de planeación o preparación para la reconstrucción, solo comienza uno o dos meses después de la tragedia, luego de la rehabilitación inicial y urgente de los servicios públicos y la construcción de viviendas temporales.

La planeación también lleva su tiempo, dependiendo de los factores y el contexto imperante. En Japón, cerca de 9 meses. En Chile 6 y en Nueva Zelanda 7.[1] Es decir, este proceso necesita espacio y paciencia, lo cual no quiere decir ausencia de eficacia o sentido de urgencia, sino cuidado y visión de futuro.

De nada serviría reconstruir rápido y mal.

Un nuevo movimiento telúrico o una andanada pluvial terminaría, en esas condiciones, por volver a repetir la destrucción. Por eso, se necesita llevar a cabo un proceso de preparación y estudio muy cuidadoso.

Es verdad: hoy no se tiene ni paciencia ni humor para esperar. Pero también lo es, que gran parte de nuestros problemas devienen de esa falta de sentido de orden, de favorecer la urgencia y no el plazo extendido. Todos queremos salir del problema a como dé lugar, sin ofrecer alternativas sustentables. Pero en su momento, todos pagaremos las consecuencias de este deseo desmedido.

Si ha de reconstruirse, tiene que ser para mejor.

Reconstruir mejor.

Esta es la divisa necesaria. Las autoridades, las organizaciones, ciudadanos, medios de comunicación, necesitamos mostrar sensibilidad y apostar a ella.

No acudir al camino fácil de la promesa en el caso de los gobernantes, porque tarde o temprano caerán en el engaño y la gente en la decepción. No acudir en la denostación por rating en la vía de los medios, porque no abonan en nada a los derechos de sus audiencias y, por el contrario, solo se daña el interés público y se genera un ambiente hostil, donde lo necesario es fundar condiciones de armonía y cooperación.

Decirnos la verdad y trabajar por ella, aunque a veces incomode.

De alguna manera, esto nos hará más fuertes en aspectos inimaginables. Y la necesidad de hacernos más resistentes y menos vulnerables es la gran enseñanza del desastre de las últimas semanas.

Somos vulnerables. Tremendamente vulnerables.

Nos caen grandes cantidades de lluvias y los ríos se nos desbordan. Nos mueven los sismos, a pesar de que nos sabemos en tierra sísmica, y la ignorancia muy pronto gana terreno propalando un sinnúmero de rumores, poniendo en evidencia nuestra falta de preparación para actuar en estos casos. Nos azota el desastre y empezamos de cero cada vez.

Imposible seguir así. ¿Hasta cuándo sucederá algo que nos haga entenderlo? Pues ya ha sucedido. Los terremotos del 7 y del 19, tienen la fuerza no solo de mover los cimientos urbanos, sino también de sacudir los cimientos personales. Nos están haciendo entender que debemos provocar un cambio profundo. Un cambio social, económico, político y cultural de gran profundidad, que nos permita vivir el siglo XXI con cierta tranquilidad y mayor armonía.

Estamos parados, tras los terremotos, en un espacio de oportunidad de cambio.

Necesitamos verlo, hacerlo consciente.

Lo que está sucediendo en México, particularmente en Oaxaca, no ha sido únicamente un fenómeno natural sino también es un fenómeno social, que está transformando las relaciones, las perspectivas, las formas de participación, los poderes. Estamos viendo reacciones de personas y grupos que nunca nos esperamos, desde quienes ofrendan su vida por los demás hasta quienes reflexionan sobre el sentido de su existencia después de perderlo todo.

Este fenómeno social provocado por el desastre, necesita movernos al cambio social y después al desarrollo.

Así puede resumirse la venturosa ruta a la cual podemos embarcarnos.

La peor, sería caminar a la inversa, querer regresar al sitio en que estábamos antes el desastre. Anquilosados en la pobreza, la desafortunada planeación urbana, la apatía y la desorganización ciudadana, la obediencia absoluta al poder oficial.

Lo peor sería querer repetir las mismas fórmulas a nuestras vidas, cuando ya hemos comprobado que no funcionan.

Que los jóvenes no dejen las calles, que los vecinos se organicen para algo más que para distribuir los encargos de la fiesta del pueblo, que las universidades eduquen en valores e identidad, que las instituciones actúen con visión de estado y con capacidad para responder a los riesgos, que entendamos que salvarnos unos a otros es una responsabilidad mutua, humana.

Que los gobernantes nunca más traten al pueblo como si fuera un grupo de menores.

Ojalá nunca nos hubiera sucedido esta tragedia y la pérdida de vidas. Pero ya estando en estas circunstancias, la única manera de honrar su memoria y honrar la vida que nos queda, es fortalecernos a nosotros mismos, a nuestras familias y a la comunidad.

Nos queda, cambiar.

Forjar ciudades menos vulnerables, resilientes, cultas, hermanadas.

soldado tragedia sismo sep 2017

REFERENCIA:

[1] Siembieda, William. “El Camino hacia la recuperación: cómo Japón, Nueva Zelanda y Chile enfrentan sus desafíos de desastres”, Revista Planeo, Instituto de Estudios Urbanos, y Territoriales, Chile, Mayo 2012. http://revistaplaneo.cl/2012/05/01/el-camino-hacia-la-recuperacion-como-japon-nueva-zelanda-y-chile-enfrentan-sus-desafios-de-desastres/

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