eloriente.net

19 de enero de 2018

Por Vania Rizo

Mientras espero, ella me sonríe. Lo hace con una ternura grandísima. Es la veladora de la instalaciones de una dependencia de gobierno. Ella con su piel quemada por el sol, manos agrietadas, cabello muy negro, de baja estatura, complexión media, señora que gira los sesenta años, posee el encanto de todas las mujeres. Esa sutileza, brillo que es bálsamo, fuerza y feminidad que deja todo claro.

Puedo reconocer y me atrevo a remarcar su figura porque soy una mujer. Una que lleva el eco de sus alegrías pero también de sus heridas. He vivido envuelta de la energía machista desde que era una niña, la voz de un hombre era la que dirigía todo, la que poseía la verdad. Moldeaba la vida de los demás a partir de sus cerradas decisiones.

Aunque no todo era obscuro de parte de esa figura masculina, conforme pasaba más tiempo, iba acercándome de una manera especial a mi madre y a su energía de mujer. Como podía, me llevaba a distraerme, visitando lugares o familiares. También era una virtuosa en prepararme las mejores fiestas de cumpleaños, ella se encargaba de elaborarlo todo. Desde los dulceros hasta las piñatas.

Mi madre siempre ha hecho lo mejor que puede con lo que tiene, es una mujer admirable y bella. Me tuvo a los 23 años y eso redobla los aplausos. Por otra parte pero en sí, conforma la misma raíz maternal, es el amor que tengo de mi tía Agus, quien considero es mi otra mami. Ella, desde que llegué a este mundo, me ha consentido, cuidado. Con ella he descubierto mi gusto por la alta joyería, esas piedras preciosas incrustadas en oro o en plata que dotan de cierta elegancia al cuerpo.

Cada mujer con la que he interactuado de cerca, que me ha amado, ha dejado algo en mi que no se irá jamás. Mi tía Xóchitl, por ejemplo, deja amabilidad, pulcritud, respeto, sazón, generosidad, abrazo cariñoso. Ella es de las personas más compartidas y amigables que conozco. Y de esa forma me podría de ir de corrido con más mujeres, ya sea con las que comparto lazos sanguíneos o mis queridas amigas.

Me parece que si hiciéramos el trabajo continuo de reencarnar en nosotras, trataríamos con más mesura a nuestras compañeras, nos sorprenderíamos del aprendizaje común. Y nos sería más sencillo poder salir del dolor que a veces connota ser mujer.



Es cierto que, nuestras propias mujeres, han contribuido a una dependencia y validación ex situ. Y no debe existir culpa ni culpables pero si es urgente re plantearse el lenguaje con el que nos relacionamos con el otro, reflexionar un momento porqué en algunas ocasiones nos cuesta tanto poder ser nosotras mismas y porqué -a veces en el flujo de una relación, nos vamos apagando y somos incapaces de posicionarnos en nuestra verdad.

Los hombres de mi vida son personas con una inteligencia destacada, exitosos en sus quehaceres, encantadores para más de un par de ojos. Naturalmente todo era de cierta forma en el comienzo, después hubo una transformación y finalmente una disolución. Pero en el transcurso, sin variar, lo que más me lastimó, considerando la corresponsabilidad, fue la falta de comprensión, la soberbia, la deshonestidad y la imposición.

Sujeta a lo anterior, he observado los patrones en mis relaciones, mi responsabilidad pero también he admitido la arrogancia en distintas dimensiones. Que por más practicantes de una vida budista, artística o libertaria. Se les escapa más de una vez el respeto por la dignidad de las mujeres. Con esto, y quien me conoce, no declaro rechazo hacia los hombres. Solo es un ángulo donde se puede comprender un tema realmente grande.

Como mujer, ser humano que soy, pido que intenten e incluyan las peculiaridades de cada ser y de ser posible, mejoren la experiencia de vida en conjunto. Y sí, se ha llegado a la respuesta de que el otro no está dispuesto a las necesidades del nosotros, es mejor seguir con la frente en alto, inspirándonos donde exista certeza, oportunidad para poder crecer.

Libres, bellas, seguras. Cultivemos el desapego, la paz interior. Alimentemos el poder divino con el que nacimos. Apoyemos desde la voz que nos sea posible, a la figura de la mujer digna. Acompañémonos.

De mientras, me pongo un labial rojo, me pongo guapa a mi manera, sin necesariamente quedar de verme con alguien, y salgo al mundo con dignidad y alegría por el milagro de estar y ser.

Auto retrato por Vania Rizo
Autoretrato de la autora. Por: Vania Rizo