Es la Cultura

“La letra de canciones también es un género literario.

Por eso, no sorprende que el encuentro literario “Hacedores de Palabras” de este 2018, incluya a intérpretes y compositores oaxaqueños sólidos y admirados.

Aquí algunos acercamientos entorno a ellos”.

Hacedores de Palabras

(www.eloriente.net, México, a 23 de abril de 2018, por Juan Pablo Vasconcelos @JPVmx).- Julio Ramírez, sentado en la cabecera de la mesa, leía en voz alta el poema de uno de los jóvenes presentes. Lo hacía en el tono con el cual deben leerse las grandes obras: una especie de exaltación que hace suponer hallazgos interminables, metáforas novedosas y el germen de una nueva época en la historia de la literatura.

La verdad era otra, a pesar del entusiasmo generalizado. El texto no era bueno y ya luego Julio se encargó de explicarle las razones a su autor y al resto de los talleristas reunidos. Pero por un momento, el autor —un jovencito a quien nunca más he visto en mi vida—, estuvo convencido de ser capaz de crear y escribir, lo cual estoy seguro lo marcó para siempre.

La sola habilidad descubierta, el hecho de saber que se es capaz de algo, transforma.

Quizá éste el valor de la tarea discreta, prolongada y paciente desplegada por Julio Ramírez durante tantos años en su taller literario en la Biblioteca Pública Central de Oaxaca: acompañar a centenas de personas a descubrir su propio horizonte y encaminarse a él con cierta confianza, aunque sin dejar de lado el rigor, pues uno no puede ir desprovisto a encontrarse con su destino; hay que equiparse, aprender la técnica, conocer el terreno.

Aunque ni siquiera estos últimos sean los elementos decisivos en el oficio. El más importante, el impostergable, el que define la profundidad de una obra, es vivir. Vivir hasta la médula. Un escritor no puede reservarse la vida para un mejor momento ni regatearle jugo a la fruta del instante.

De allí que el trabajo de Julio sea tan significativo para varias generaciones de creadores, pues quien es maestro en las letras, también lo es —en esta perspectiva— de la experiencia vital.

Por eso, el encuentro Hacedores de Palabras que organiza cada año —ahora en complicidad con Guillermo Rangel, destacado director de la Biblioteca Pública— es mucho más que una oportunidad de conocer a escritoras y escritores. Es una puerta al universo literario y cultural a partir de una serie de invitados cuya vocación cruza con la de Julio, pues se trata de personajes como Vicente Quirarte o Ignacio Trejo Fuentes, quienes han entregado su tiempo a la obra pero también a la enseñanza.

Enorme diferencia con otros encuentros.




Este año, además, se dedica el horario de las 5 de la tarde, del lunes 23 al viernes 27 de abril, a presentar a 5 intérpretes y compositores de primer orden:

 

Lunes: Vanessa Santiago

No había abierto los ojos al cien aquel amanecer, pero el impulso de hallar papel y lápiz la superaba. Tenía en la mente el sueño de esa madrugada y debía escribirlo lo antes posible. En cuanto encontró las herramientas, en una sola jornada, transcribió la letra que le venía del sueño: era su primera canción.

Así fue como Vanessa entró al mundo de los compositores.

Yo la conocí apenas en 2009, cuando produjimos una antología de compositores e intérpretes oaxaqueños de primer orden —así la veo incluso a la distancia—. Héctor Díaz, Paulina y el Buscapié, Natalia Cruz, Tlalok Guerrero, Susana Harp, Alejandra Robles, Big Band Jazz de Oaxaca, Ana Díaz, entre otros, se sumaron entonces a la producción.

Vanessa cantó “Tiempo Detenido”, una destacada melodía, entonada por una Santiago heredera de boleristas y baladistas de primera línea. Por estas líneas, vuelvo a escucharla y confirmo una sensibilidad inestimable.

Martes: Gustavo López

Hace más de diez años que no veo personalmente al querido Gustavo López. No deja de apenarme en cierto grado la última vez que nos encontramos —quizá en 2005 o 2006 en una reunión de amigos— cuando le inquirí a repetir innumerables ocasiones dos de sus obras más entrañables: Flor de Metal y Críptico.

Siempre generoso, ésta será una oportunidad inmejorable para rencontrar a Gustavo, quien ha tenido una de las discografías más sólidas y comprometidas de los compositores mexicanos. “¡Qué País!”, de 2005, es uno de esos ejemplos que lo ubican entre los compositores más atrevidos, valientes y diversos de la geografía nacional.

Miércoles: Mario Carrillo

En alguna noche de bohemia, Álvaro tomaba un vaso de whisky al lado de su mujer. Después de un trago, un beso. Whisky y luego beso. Whisky y beso. Hasta que en algún momento, ella le dijo: “Álvaro, me estás dejando todo el sabor del whisky en la boca”, a lo cual el compositor oaxaqueño le respondió: “No es sabor a whisky, mujer. Es sabor a mí”.

Nacía entonces una de las canciones más populares de México y parte del repertorio de generaciones completas. Es muy posible que esté omitiendo algo de la anécdota original, pero en este encuentro estará Mario, quien contará los detalles y vivencias de su padre con las versiones exactas.

Siempre es curativo conocer y convivir con él, cuya sencillez —ya lo he escrito antes— resulta reconfortante en un mundo de egos desbordados. Una garantía y un estupendo obsequio escuchar a Mario.

Jueves: Víctor Martínez

Un equilibrio entre intelectualidad y pasión, es la obra de Martínez, cuya trayectoria está partida entre la música popular y un trabajo mucho más personal difícilmente clasificable. Yo lo prefiero en las letras de una inspiración poética sucinta, culta, en las fronteras de la poesía de Octavio Paz, dialogando con la imaginación concreta.

Pero en vivo, Víctor luego sorprende con un son o un bolero, una petenera o una canción a caballo entre géneros. Por eso ha perdurado en el panorama musical de Oaxaca y del país: su renovación ha sido constante y su rigor como compositor tiene fama en los círculos artísticos.

Tengo la impresión de que su “Son del Fuego” se acerca mucho al auténtico Martínez, pero su versión de “La Bruja”, donde se convierte en un hombre orquesta, es memorable.

Viernes: Silvia María

En los últimos 50 años en Oaxaca, una mujer no ha cantado con la misma pasión, profundidad y coraje que Silvia María.

Puro espíritu, ella es el desgarre infinito y la voz de una parte de nuestra alma, la ilimitada parte de nuestra alma que clama por expresarse. A veces por amor y otras por abandono. Sus interpretaciones de “Dios no lo quiera” o de “Silencio y Olvido”, rayan en lo épico.

Silvia, además, extraordinario ser humano. A quien siempre abrazaremos.