Los puntos de quiebre son el doble espejo que muestran el motor de la experiencia. Motivos en lo umbrío, me hacen recordar a Mariana Grapain cuando presentaba un libro y su voz se quebró. Se inspiraba al recordar a su abuela pero la melancolía se manifestó. Así acontece un punto de quiebre, un punto de reunión.

El movimiento se interrumpe cuando llegamos a ese encuentro, al registro de nuestro corazón. Es mundo aparte que se contrasta y se expresa con desmoronamiento de los sentidos; lo que puede durar segundos o años. Y no hay sitio que se salve de ser escenario de una grieta.

Pensemos en los puntos de quiebre que ha tenido una persona a lo largo de su vida. La vez que la distancia retumbó al tacto o el nacimiento que exigió la muerte. El recuerdo que es engrama de herida, la fealdad reunida en falsa amistad. Y el estado “saudade” que surge en todo lo fértil.

Notar que alguien está teniendo un momento de quiebre es como notar que está teniendo un orgasmo. La mirada se transforma, cada músculo va en declive y retornamos. De ahí puede generarse comunión, empatía y corresponder la mirada marchita con una similar.

Si un hueso tiene la capacidad de regenerarse y soldarse de nuevo, veo con optimismo poder alinear nuestras heridas. La naturaleza de nuestro cuerpo nos muestra resiliencia. Entonces hay respaldo sabio para mostrar nuestras rupturas y reparaciones. Enalteciendo nuestra historia, poniendo de manifiesto la transformación.