Marco Polo, Calvino y las ciudades invisibles II de Jorge Tamés

Si me dijeran que es absurdo hablar así de quien nunca existió, respondo que tampoco tengo pruebas de que Lisboa haya existido alguna vez, o yo, que estoy escribiendo, o cualquier otra cosa. Fernando Pessoa

por: Rogelio Laguna García (Filósofo, escritor y periodista cultural)*

Ilustraciones: Jorge Tamés y Batta

I

El Libro de las maravillas, aquel volumen que revolucionó el imaginario europeo acerca de Oriente fue escrito por Marco Polo en una prisión durante el siglo XIII en colaboración con su compañero de celda, “un hombre con experiencia en la escritura en prosa de historias de épica caballeresca, llamado Rustichello da Pisa.” (2) El libro, ahora sabemos, es impreciso, está lejos de realizar una descripción “científica” del mundo asiático, y fue escrito muchos años después de los viajes que realizara el célebre veneciano. Pero para el mundo europeo que recibió el manuscrito, poco importó su imprecisión. El recuento de aquella geografía, zoología y arquitectura maravillosa resultaban una respuesta a una intuición constante: que había otros mundos más allá de Europa, tierras inimaginables, sólo soñadas y narradas en los cuentos fantásticos.

Si el Libro de las maravillas resultó tan exitoso era porque estaba precedido en el imaginario europeo por aquella geografía también fantástica y maravillosa en la que el paraíso, el infierno, la isla de los bienaventurados y los abismos con monstruos convivían en los mapas con ciudades tangibles, “reales” y bien conocidas como la propia Venecia.

De aquella geografía, fauna y flora fantástica sólo se tenían narraciones históricas, testimonios de náufragos y referencias bíblicas, (3) y eso bastaba en la cosmovisión de la época para que esos mundos se ganaran su derecho a convivir en los mapas y en los inventarios del cosmos.

Era una época en la que convivían y se relacionaban las ciudades y las tierras visibles e invisibles. Y ambas son el horizonte, la figura del mundo en el que las personas nacen,

mueren, viajan y construyen nuevas ciudades. Un mundo en el que no se ha hecho el recuento de todas las tierras, ni se han construido todas las maravillas.

El libro de Marco Polo formó parte de un imaginario en el que ya existían las amazonas, y todas las criaturas supuestamente avistadas por Alejandro Magno en la conquista de la India: hombres con cabeza de perro, con rostros en el pecho o con sólo una enorme pierna (que usaban para correr con gran rapidez o como parasol), los antropófagos y hombres con cabezas bajo los hombros, unicornios, grifos, serpientes con dos pies, etc. (4) El mundo parecía entonces inconmensurable y profundo, con secretos bien guardados que no estaban destinados a cualquiera revelar, salvo, tal vez, a Marco Polo.

Fernando Benítez nos dice que “no hay en la historia del mundo un viajero igual a Marco Polo […] cuando emprende su viaje al Oriente no es un viejo amargado y fanático como Colón, ni un hombre sombrío, de férreo carácter bien probado como Vasco de Gama, sino un adolescente.”

Marco Polo fue entonces una suerte de héroe que logró atravesar desiertos, cruzó tierras en las que odian a los cristianos, desafió a tigres y leones y padeció infortunios en el mar de los que salen victoriosos, y sobre todo, fue de los pocos mortales que se acercó hasta aquella figura emblemática, centro del sistema del mundo en el que entonces Europa apenas tenía una participación marginal: (5) El Gran Khan Kubilai, (6) quien según el propio Marco Polo es “mediano, proporcionado, de miembros ágiles, de cara blanca y escarlata, como las rosas.”



Este khan tiene el poder que ningún rey europeo soñó, a su lado “los monarcas europeos son unos groseros y pobres señores que viven en castillos incómodos, comidos por deudas, rivalidades y guerras ruinosas.” (7) Marco Polo es el testigo de esta grandeza, de la grandeza de las ciudades del khan, y gracias a él se nutre el imaginario y los sueños europeos.

El Gran Khan, cuenta el viajero, tiene cuatro esposas, cada una con diez mil sirvientes. Posee un palacio cubierto de oro y plata en el que se encuentran los árboles más bellos y conviven elefantes y otros animales extraordinarios. Su guardia la conforman doce mil hombres a caballo y diario comen en palacio cuarenta mil nobles y soldados. Tan grande es su imperio que el Gran Khan no sabe cuántos dominios tiene, a cuántas ciudades gobierna, ni cuántos reyes le rinden vasallaje. Pero nada de eso parece importarle, advierte Benítez, (8) le interesan más las historias de su embajador latino sobre sus ciudades:

Marco, ataviado con sus ricos vestidos mongoles, está de pie en la deslumbrante sala del trono, refiriendo, incansable, sus relatos. El Gran Khan lo escucha embelesado, y la corte, inmóvil, no pierde una sola palabra. Marco Polo descubre a los chinos su propio mundo y va tomando forma en él ese rico tapiz bordado de oro y piedras preciosas con que todavía acostumbramos representarnos al Oriente. (9)

El khan se mira en Marco Polo como una luna que se observa en el agua, cumpliendo una sentencia famosa en el romanticismo alemán: el ojo es ciego a sí mismo.

II

Si bien las historias de Marco Polo reinaron en el imaginario colectivo por alrededor de tres siglos, naufragaron trágicamente ante el nacimiento de la modernidad: aquel espíritu de Occidente afanoso de hacer el recuento preciso del mundo, de recontar sus animales y tierras a la luz de la razón. La tierra entonces nos apareció menos maravillosa, no existen más los pigmeos, ni las amazonas, ni los hombres con cabeza de perro, ni los palacios que tardan días en recorrerse… Y se olvidó, sobretodo, una cuestión importante y fundamental en el ámbito de la cultura que tal vez sólo la literatura ha resguardado: la geografía imaginaria.

Pues por siglos los hombres reconocieron que junto al mundo tangible, cubierto de ríos, de mares y de ciudades visibles, convivía simultáneamente un mundo invisible (para los ojos) pero visible en la imaginación y en los sueños, donde habitan seres fantásticos y se encuentran construcciones imposibles e incluso las raíces de la geografía “real”.

Esta geografía invisible quedó oculta a partir de la modernidad, porque los viajeros olvidaron atravesarla y sólo recorrieron la geografía visible en busca de mercancías. Sólo poseemos, entonces, geografías y arquitecturas incompletas. Pobre espíritu moderno que sólo sabe recorrer lo visible y está limitado a pensar lo posible.

III

Quien sí escucha la voz de Marco Polo en nuestro tiempo es Italo Calvino, viajero imaginario que escucha, escondido en la corte del Gran Khan, las descripciones fantásticas de Las ciudades invisibles.

Italo Calvino nació en Cuba en 1923, vivió, por decir algunos lugares, en San Remo y en Paris; murió en Siena en 1985. Él mismo era una suerte de geógrafo fantástico que siguió la antigua voz de Marco Polo para traerla de nuevo a nosotros cuando ésta ya había recorrido el camino más difícil: el de la historia.

Por eso sus “ciudades invisibles” son un recordatorio de mapas silenciados y de territorios olvidados en el pobre imaginario moderno en el que la guerra es casi el único imaginario. Calvino, decíamos, escucha a Marco Polo y con esa voz nos lleva a recorrer el gran imperio con sus grandes construcciones que alguna vez Occidente soñó con los ojos abiertos.

El proyecto parece tan deslumbrante que incluso toca el núcleo mítico de las ciudades –recordemos que anterior a la modernidad nunca se fundó una ciudad sin justificarlo en el imaginario– (10) aunque Italo, subjetivo como Marco Polo, nos cuente sólo de aquellas ciudades que llevan nombres femeninos, como si en realidad quisiera hablarnos de mujeres, o como si creyera que las ciudades son en realidad mujeres vestidas con murallas, con lagos y calzadas en ocasiones con zancos.

Calvino describe con belleza la trama que ya conocemos, en la que Marco Polo le narra al Gran Khan las maravillas de su imperio, pero a Italo no le basta con la voz de Marco Polo y le da voz al emperador. Aquella voz por la que nadie había preguntado, quizás porque no habla la lengua de los occidentales, o porque parece demasiada grandiosa para ser narrada. La voz es grandiosa sí, pero tiene otro detalle que Calvino recuenta: la melancolía. El propio autor advirtió en una conferencia sobre Las ciudades invisibles que la voz del emperador es la conciencia de que el poder ilimitado sirve poco en un mundo que va hacia la ruina: (11)

En la vida de los emperadores hay un momento que sucede al orgullo por la amplitud desmesurada de los territorios que hemos conquistado, a la melancolía y al alivio de saber que pronto renunciaremos a conocerlos y a comprenderlos; una sensación como de vacío que nos acomete una noche junto con el olor de los elefantes después de la lluvia y de la ceniza de sándalo que se enfría en los braseros […] (12)

En este mundo errático con un destino inevitable, hace que el autor se pregunte por la propia idea de ciudad en una época donde se advierte que las ciudades son invivibles. Las ciudades, advierte Calvino, “son un conjunto de muchas cosas, memorias, deseos, signos de un lenguaje: son lugares de trueque, como explican todos los libros de economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueque de palabras, de deseos, de recuerdos.” (13)

Las ciudades son felices o infelices, y la narración, vaporosa y heterogénea de Calvino, pregunta qué son las ciudades para nosotros, qué ha llevado a los hombres a vivir en las ciudades, eso es justamente lo que Marco Polo intenta responderle al emperador, lo que Calvino busca responderse a sí mismo acompañado por los lectores.

La ciudad es la incógnita y Marco Polo le descubre al emperador que el hombre tiene un deseo de ciudad (14) que le asalta cuando cabalga por lugares agrestes e imagina en las nube un velero, una mano o un castillo. Porque el hombre que viaja en el mundo y en la historia no sabe aún cuál es la ciudad que le espera, “se pregunta cómo será el palacio real, el cuartel, el molino, el teatro, el bazar.” (15) Cada hombre sueña con ciudades que tal vez sólo existen como señales de tierras lejanas y ciudades futuras.



Cada ciudad es diferente, advierte el Marco Polo de Calvino, no sólo una de otra, sino diferente incluso de sí misma, una ciudad es distinta de lo que se dice de ella, o de su recuerdo, es distinta si se llega a ella por tierra o por mar. Caso emblemático de lo anterior es el de “Despina”:

Ciudad que el camellero “piensa como una nave que lo sacará del desierto, un velero a punto de zarpar con el viento que hincha ya sus velas todavía sin desatar, o un vapor con su caldera vibrando en la carena de hierro y piensa en todos los puertos […]» El marinero, en cambio, ve en la ciudad la forma de un camello y se “ve en una larga caravana que lo saca del desierto del mar, hacia el oasis de agua dulce a la sombra dentada de las palmeras […] cada ciudad recibe su forma del desierto al que se opone.” (16)

El poder y las riquezas del khan son inmensos, sus ciudades son sutiles, generan deseos, están escondidas o se reflejan en el agua, algunas tienen estanques tan grandes como el océano y otras están tejidas sobre un abismo. Marco Polo narra maravillando al khan las ciudades de su imperio, pero el khan no comprende las ciudades que gobierna; ya decía Calvino que el poder del imperio es incomprensible para el hombre.

Al Gran Kubilai ni siquiera le es importante que las ciudades que le narran sean reales. El emperador vive en la incógnita constante, busca descubrir en la imaginación, en el sueño y la mentira las preguntas que cada ciudad realiza, aunque estas urbes no provengan sino del espejismo; la pregunta que interpela al forastero que reconoce la silueta de la ciudad en la niebla.

Polo le advierte al emperador que tampoco espere que las ciudades le cuenten su pasado. El pasado no se cuenta, sino que se contiene “como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas, cada segmento surcado a su vez por arañazos, muescas, incisiones, comas.” (17)

La ciudad parece a veces tener entonces un orden invisible que las rige, “las reglas que responde a su manera de surgir y cobrar forma, prosperar y adaptarse a las estaciones y marchitarse y caer en ruinas.” (18) A veces lejos de este orden, la ciudad cambia continuamente de nombre, porque el nombre, explica Marco Polo en el texto de Calvino, tal vez sea lo menos importante de una ciudad, el nombre cambia para el que llega y para el que se va, una ciudad es la que encuentra por primera vez y otra la que se deja para no volver y “cada una merece un nombre diferente”. (19)

Marco Polo, Calvino y las ciudades invisibles II de Jorge Tamés



IV

Pero lo que tal vez no está dicho y que es relevante decir es que tanto Marco Polo como Italo Calvino hablan de todas esas maravillas para hablar de su propia geografía, de aquel sitio en el que crecieron, que recorrieron en andanzas juveniles o en paseos de madurez. En otras palabras, en ambos libros se explora esa narración indirecta en la que hablar de ciudades fantásticas es hablar en realidad de ciudades concretas, tangibles que les han marcado.

En ambos casos parece que lo que no está dicho, y sin embargo se dice, es la ciudad italiana, la propia geografía en la que se experimenta la fantasía y las maravillas. Italo Calvino ve muy bien esto y advierte cómo Marco Polo tiene siempre a Venecia como eje de sus narraciones, ciudad silenciosa, maravillosa de entrada porque se erige sobre el agua e invita a otra experiencia del espacio y de la vida.

Venecia es el núcleo de la maravilla que el khan descubre en las palabras de Marco Polo, y el Gran Canal se perfila invisible en la voz de Marco Polo que el Occidente admiró durante siglos.

En alguna parte de Las ciudades invisibles el emperador le advierte al viajero que hay una ciudad de la que nunca habla, “Venecia –dijo el khan. ¿Y de qué crees que te hablo? –le responde el italiano. Cada vez que te describo una ciudad digo algo de Venecia.” (20)

Entonces parece que la propia ciudad es la invisible, revelada, sin embargo, en cada gesto y palabra que se usa a propósito de otras ciudades, que no parecen ser sino de variaciones de una misma ciudad que se nos muestra casi como infinita.

Notas

1 Una primera versión de este trabajo se leyó en las x Jornadas de la Cátedra Italo Calvino de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.

2 John Larner, Marco Polo y el descubrimiento del mundo, trad. Miguel Portillo, Barcelona, Paidós, 2001, p. 22.

3 En la literatura secular “los chinos aparecían confeccionando prendas de seda y también eran importantes las leyendas que proliferaban acerca de la conquista de la India de Alejandro en el siglo iv a. C. […] Otras historias hablaban de la visita de Alejandro a las fronteras del Paraíso Terrenal.” Ibíd. p. 29.

4 Ibíd. p. 30 5 Enrique Dussel explica cómo antes de los grandes descubrimientos geográficos europeos, el mundo estaba gobernado por aquellos jinetes de las estepas, que con ayuda del caballo y el hierro concentran el centro delsistema-mundo. Cf. Enrique Dussel, Ética de la liberación en la edad de la globalización y de la exclusión, 4ta ed., Madrid, Trotta, 2002, pp. 1-42. 6 El Gran Khan Kubilai reinó de 1260 a 1294 d.C.

7 Fernando Benítez, La ruta de Hernán Cortés, 3ra ed., México, Fondo de Cultura Económica, 1964, p. 22.

8 Ibíd. p. 20 9 Id.

10 No olvidemos los grandes mitos de formación de Roma, Atenas, la Ciudad de México, Puebla, entre otras.

11 Italo Calvino, Las ciudades invisibles, trad. Aurora Bernárdez, Madrid, Siruela, 2010, p. 14. La conferencia fue pronunciada el 29 de marzo de 1983 en la Universidad de Columbia, Nueva York. 12 Ibíd. p. 21.

13 Ibíd. p. 20.

14 Ibíd. p. 23.

15 Ibíd. p. 47.

16 Ibíd. p. 32.

17 Ibíd. p. 26 18 Ibíd. p. 132.

19 Ibíd. p. 134.

20 Ibíd. p. 100.



*Artículo publicado originalmente en: García, Rogelio Laguna. (2013). Marco Polo, Calvino y las ciudades invisibles. Bitácora arquitectura; No 25, 2012: Bitacora 25. Recuperado de https://repositorio.unam.mx/contenidos/52987