Por: Adrián Ortiz Romero

+ Gobernadores, ¿Querrán perder libertades?

Uno de los grandes cuestionamientos que han pesado desde siempre alrededor de un posible triunfo (ahora constatado y definitivo) del Partido Revolucionario Institucional en la elección presidencial, es que esto representa la conservación más pura del estado de cosas que ha prevalecido en el país, y que aunque necesita cambiar, no lo hace. Si esto aplica para los intereses económicos y monopólicos más importantes, también es así alrededor de los asuntos políticos más trascendentes, como lo es la relación de la Federación con las entidades federativas.

En efecto, con el PRI se mantiene el estado de cosas en todos los partidos y fuerzas políticas del país, y el recuento de la situación actual y futura de cada uno de ellos, así lo confirma. Y es que, comenzando por la casa política del Presidente, en el PRI las cosas no sólo no cambiarán, sino que posiblemente volverán a la misma situación de antes. Hasta hoy, no ha habido, por ejemplo, ninguna manifestación pública de los gobernadores de las entidades federativas emanados del PRI, respecto a qué posición política adoptarán ahora que de nuevo habrá Presidente de esas mismas siglas.

Eso, aunque no se vea, es fundamental. En los tiempos del PRI en el gobierno, en el que éste funcionaba como un régimen de partido hegemónico, los gobernadores priistas eran apenas apéndices del poder presidencial. Fácticamente, éste gobernaba por extensión los estados de la República en manos del priismo, y sólo excepcionalmente los gobernadores tenían potestades de mando en sus entidades, aunque sólo en los temas e intereses que no estaban dispuestos expresamente por el poder presidencial o el gobierno de la República.

En estos doce años en los que no hubo presidente priista, los gobernadores de ese partido no sólo ocuparon los espacios políticos vacíos, sino que capitalizaron la atomización del poder presidencial que había desaparecido, para convertirse en auténticos mandamases regionales de los territorios que gobernaban. La alternancia de partidos en el poder presidencial provocó, como efecto inmediato, que los gobernadores adquirieran plena independencia del otrora poder hegemónico presidencial. Y en particular, los gobernadores del PRI se convirtieron en auténticos Señores de las entidades que gobernaban.

Todo eso quedó demostrado en la elección presidencial de 2006. Aunque ya pocos lo recuerdan, en los años previos a aquella elección presidencial, Roberto Madrazo Pintado, a la sazón presidente nacional del PRI, pasó por encima de todo, y de todos, para hacerse de la candidatura presidencial de su partido. Para conseguir ese objetivo, no sólo se peleó con gente como Elba Esther Gordillo o marginó a personajes como Enrique Jackson Ramírez (que era otro fuerte aspirante a esa candidatura), sino que también presionó y obligó a varios gobernadores priistas a que lo apoyaran, lo mismo a cambio de promesas de esperanza, que de auténticas presiones en las que condicionaba el no apoyo a la persecución federal, una vez que éste llegara a la Presidencia.

Al final eso fue lo que en aquellos tiempos fue ingrediente fundamental para la derrota priista. Los gobernadores, independientes ya y sin miedo a la confronta con el poder presidencial, pactaron con el panismo y con el perredismo, en el norte y sur de la República, respectivamente, la traición a su candidato presidencial. Una razón explicada fielmente por el poder para esa aparente sorpresiva felonía, radicó en el hecho de que fueron los mismos gobernadores del PRI quienes le cerraron la puerta a Madrazo, por el temor de que éste accediera al poder presidencial para limitarlos, para someterlos y para regresar a aquella figura del poder presidencial omnímodo que ellos mismos no estaban dispuestos a aceptar nuevamente.

¿Qué pasará ahora? Lo más seguro es que Peña Nieto dejará sueltos a los gobiernos priistas. Aunque el problema de fondo es que, si la solución al problema democrático y funcional del país no tendría que ser el regreso del otrora poder hegemónico, tampoco será la perpetuación de los gobernadores como Señores Feudales que hacen lo que les pega la gana, sin que nada o nadie se les pueda poner enfrente para cuando menos fiscalizarlos u obligarlos a cumplir con ciertos cánones democráticos en sus respectivos gobiernos.

 

¿NUEVO FEDERALISMO?

El federalismo mexicano está trazado por dos rutas paralelas. Una es la del llamado federalismo disfrazado de centralismo; y el otro es el del llamado “feuderalismo”. Ninguno de los dos es parte de una democracia y un gobierno saludable como al que se supone que aspiramos los mexicanos.

El federalismo centralizado es nocivo porque éste sólo ha atendido a la concentración del poder por parte del Ejecutivo Federal, en detrimento de las entidades federativas. Esta forma fáctica fue la que predominó durante toda la época del priismo hegemónico, y sólo fue desterrada políticamente (pues en los asuntos fiscales del país, el federalismo sigue siendo tan débil, que por eso la federación continúa cobrando casi la totalidad de los impuestos que generan ingresos a las arca nacionales) luego de la alternancia de partidos del año 2000.

Por su parte, el feuderalismo es lo contrario. Este tiene que ver con las libertades excesivas que consiguieron los ejecutivos de los estados luego de la alternancia de partidos del año que comentamos. A través de esa figura también fáctica, las entidades se convirtieron en territorios que sólo dependen de la federación en términos del ingreso, pero que se resisten a rendir cuentas como deberían, y en los que los gobernadores dedican gran parte del tiempo a frivolidades, a tratar de entrometerse en los asuntos políticos que no son de su incumbencia, y a traficar con los recursos económicos que debieran estar destinado al desarrollo de las entidades que gobiernan.

 

POSTURA INDEFINIDA

Hasta hoy no ha habido definición sobre si los gobernadores priistas seguirán asumiendo sus libertades como hasta ahora; tampoco ha habido definiciones de si el nuevo Presidente buscará convertirse en el hombre fuerte de su partido no sólo en el ámbito federal sino también en los estados gobernados por las siglas que él representa; o si finalmente terminarán compartiendo un poder en el que todos se respetan a partir de la dinámica de no tocarse ni cuestionarse. Esa sería la salida más fácil. Aunque equivaldría a sostener el estado de cosas actual, que abona a la gobernabilidad, pero que es nocivo para el país.