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15 de noviembre de 2013

Por: Tomás Alejandro González

Cada cultura, cada civilización en el mundo tiene características especialmente peculiares dada su ubicación, clima, altitud, recursos naturales, etc.; sin duda, la cultura y las civilizaciones son tan diversas como diverso es el mundo.

Históricamente dentro de toda esa diversidad, hubo algún momento en el que guerras, accidentes o simples errores descubiertos por el hombre nos han legado formidables productos de los cuales hoy podemos disfrutar -e incluso algunos podrían decir que no pueden prescindir de ellos-: el vino, mezcal o el café son solo algunos ejemplos.

Más allá de datos técnicos e historia de cada una de estas bebidas -de las cuales cabe decir que no hay una única convención del origen de las mismas-, más allá de ello, comparto estas líneas como quien comparte entre amigos, como quien participa de esas charlas y sobremesas que al final simplemente hacen sonreír el alma.

El orden en el que enuncio a estas bebidas no es otro más que el orden en el que las he conocido; aunque a decir verdad, no sé si las he conocido o ellas mismas me han encontrado a través del destino.

Sin duda el espacio más común en el que se comparten es el espacio social, y normalmente en un ambiente festivo. Así fue como hace unos años me encontré con el vino o él conmigo, fue en una célebre comida –fusión, experimental- preparada entre entrañables amigos: un francés, un eslovaco y este mexicano que escribe, la cual compartimos con dos amigas, quienes a decir verdad fueron las más agasajadas. En aquella ocasión –como dijeran mis amigos colombianos: “la gota que rebozó la copa” fue ese vino entre amigos. Al final ellas insistieron fregar los trastes.

Poco después, a mi paso por Burdeos ya éramos conocidos; pero no fue hasta la celebración del cumpleaños del abuelo Gorin, allá en hermosa campiña francesa -en dónde él mismo dio un festín-, que pude degustar del mejor vino que hasta hoy he probado.

Mi relación con el mezcal es reciente, quizá fue inducida por ese amigo y colega, de quién he aprendido a degustar y compartir cada sorbo en medio de charlas en la que nos vemos en situaciones como la de Kenny y Robert en Thirteen Days: “We knew we could do a better job than everyone else. Remmember?”

Con él como con otro viejo amigo disfrutamos degustar de los aromas, texturas y sabores de este elixir del alma, que al parecer tiene como mejor entremés esas charlas de historia, cultura, política y alguna que otra garnacha en el medio.

Hace un par de meses decidí a empezar a beber café, una visita a la hermana República de Colombia lo valió. No lo había hecho antes dentro de otras cosas porque hace unos años, al beberlo me alteró físicamente, supongo que el malestar se debió a la alteración en mi presión arterial y porque no lo bebí nunca antes. No obstante creo que en la vida como en el campo, la cosecha llega justo a su tiempo.

Por supuesto traje algo de ese oro negro molido a mi regreso. Para mi sorpresa al probarlo quedé pasmado, pude percibir un aroma y sabor alucinante que no había percibido antes, tal sensación me condujo a una reflexión profunda, metafísica. Cobré conciencia de muchas cosas y creo haber podido comprender la experiencia de otros a través de la mía.

Igualmente especial es disfrutar de una copa de vino o de mezcal, que una taza de café, ya sea en los viñedos, palenques o en las fincas; en la calle o en casa; en compañía o con uno mismo, siempre que se haga con conciencia de lo que ello implica, y no solo beber por beber.

En este presente nuestro en el que la tendencia mayoritaria pareciera ser la homogenización cultural y de mercancías, es necesario tomar conciencia de lo nuestro, defenderlo, consumirlo sin cerrarnos al mundo y darle valor al momento.

Es necesario conocernos a nosotros mismos para poder diferenciar un mezcal, un café o un vino artesanal; para diferenciar un producto de valor y contenido social que no lo es; para poder diferenciar el arte de la industria, lo auténtico de lo que no lo es.

Ustedes disculparán el ser puritano, pero por lo anterior es que no apruebo aberraciones como el calimocho, el carajillo, las llamadas cremas de mezcal o el kahlúa.

Espero Dios me preste vida para poder seguir compartiendo y conociendo en este universo de maravillas que el mundo guarda, a él me atrevo a pedirle tantos años como a ese oaxaqueño universal del siglo XX y de este XXI, al que de cierta forma admiro: Andrés Henestrosa. Por ahora aguardo para degustar de un buen Bacanora.

Y aunque en ocasiones llegamos a abusar de estos y otros placeres, considero, lo conveniente es no hacerlo; pero si, por lo menos una vez en la vida sacar a pasear a una infeliz Llama a la calle. No vivir por beber, sino experimentar la vida al beber.

@alejandroglz

Foto: Palenque+æiza-Tay- MezcalPierdeAlmas-DanielRobles

 

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