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8 de enero de 2014

Por: Dra. Olga Montes García (IISUABJO) para ELORIENTE.NET

El inicio de año me ha llevado a reflexionar sobre un tema muy importante para México y para el mundo en general. La identidades. Para unos constituyen la fortaleza de un pueblo, de una región, de un país. Para otros, los menos, son la causa de las grandes tragedias de la humanidad.

Esta reflexión viene porque, aprovechado los días de vacaciones de fin de año, leí una novela llamada Mátame, ya estoy muerto, de la autoría de Julia Navarro, escritora española. El libro trata sobre la vida de dos familias: la de Samuel Zucker, judío ruso que debe huir porque se le persigue por ser judío precisamente, y se ve obligado a instalarse en Palestina antes de la primera guerra mundial. La otra familia es palestina, representada por Ahmed Ziad. Ambos personajes se encuentran en el puerto de Jaffa, en donde desembarca Samuel Zucker cuando huye de la represión del zar en Rusia. Ahmed Ziad ha acudido a este lugar para entrevistarse con el said, dueño de la tierra que cultiva y en donde se ubica su casa, con el fin de entregar las ganancias correspondientes. Estas tierras se hallaban muy cerca de la ciudad Santa: Jerusalén. Palestina es parte del imperio turco.

El representante del Said se inconforma por las pocas ganancias que el arrendatario le entrega. Amenaza con vender la tierra y dejar sin nada a Ahmed Ziad como una forma de castigo por no trabajar como debería ser. Y efectivamente ofrece la tierra, que es comprada por el judío ruso y otros inmigrantes judíos que recién han llegado a las tierras palestina buscando la tierra prometida, pero también un lugar en donde poner en práctica el experimento socialista: una comuna agrícola. A la familia palestina de los Ziad, les prometen que respetarán las condiciones en que trabajaba con el Said y buscaran ser justos con ellos. No sin protestas, la familia de Ahmed Ziad acepta a los nuevos dueños de la tierra que habita y que trabaja. Con el tiempo, Samuel Zucker y los demás judíos y la familia Ziad se convierten en una sola familia, viviendo en el mismo espacio.

No voy a narrar la novela, solamente diré que la cordialidad y amistad de las familias palestina y judía poco a poco se va rompiendo por acontecimientos externos a ellas: el triunfo de los aliados en la primera guerra mundial destruye el imperio turco, Palestina se vuelve un territorio disputado por las potencias, esto hace que los emires, sultanes y las principales familias árabes que hasta ese momento dominaban a la región, se sintieran amenazados por la presencia de otros países, otros intereses en donde ellos eran sólo una pieza del ajedrez político internacional. Pero lo que va a recrudecer más la división iniciada en esta región del mundo es la segunda guerra mundial. Una parte de los árabes apoya a Hitler en su lucha contra los judíos; otra, lucha junto a los judíos contra Hitler y a favor de los aliados.

Lo interesante de esta novela histórica es que hace reflexionar al lector sobre las identidades, éstas pueden ser de gran ayuda para la construcción de una nación y para la preservación de la cultura de un pueblo, pero también pueden ser marcadores que lleven a la violencia, al enfrentamiento cuando sobre los derechos humanos se alzan las identidades.

Amin Maalouf escribió un ensayo denominado Identidades Asesinas en donde cuestiona el fomento a las diversas identidades culturales, religiosa, étnicas pues, plantea, sirven para dividir a los pueblos, para enfrentar a las naciones o a las etnias, para marcar a los individuos, para limitar la actuación de los mismos, para legitimar la desigualdad y los abusos.

Vuelvo a la novela. Después de su expulsión de Palestina, los judíos fueron marcados como los usureros del mundo, a ser marginados en los países donde nacían, vivían y morían por el hecho de tener una religión distinta. Sin embargo ellos se sentían como parte de la nación en donde vivían. Samuel Sucker, el personaje de la novela, en su infancia en Rusia quería dejar de ser judío para no ser marginado y señalado como diferente y peligroso. El planteaba que vivía, sufría, soñaba y reía como ruso. Era un ruso que, como muchos judíos en otros países, tuvo que abandonar el suelo que le vio nacer debido a la intolerancia de los otros. Pero la intolerancia tenía una razón de ser: la legitimación del robo de los bienes de los judíos ricos. Pero dejaré de lado las causas económicas de la intolerancia para analizar el papel de las identidades en los conflictos sociales.

La lectura de la novela lleva a la reflexión de que la intolerancia hacia los judíos hizo que éstos buscaran, en un primer momento, un lugar en donde asentarse y sentirse protegidos del acoso de nazis, pero también de rusos, de franceses, etc. y, después, la construcción de un  Estado judío para que no volvieran a ser expulsados, agredidos, asesinados de sus lugares de origen. Pero también lleva a reflexionar sí en realidad la convivencia entre palestinos y judíos es imposible, o más bien ha sido un  conflicto creado por los intereses de las potencias económicas que triunfaron en la primera y segunda guerra mundial.

La novela plantea que a principios del siglo XX, la migración judía a Palestina no era vista como una amenaza y que era posible la convivencia entre ellos. La vida cotidiana fluía, no sin algunos problemas, pero no al grado de hacer imposible la convivencia. Los problemas inician cuando, nuevamente se marca a los judíos, se les asigna características que son opuestas al modo de vida de los palestinos, y a éstos también se les califica. Se van construyendo así las identidades, por un lado la judía y, por otro, la palestina. Identidades que más que acercar o fomentar la tolerancia, dividen, marcan, delimitan el espacio de cada una de estas identidades y, lo peor, prescriben cómo deben ser cada uno de los sujetos, atendiendo a su origen étnicos, naturalizan características que son culturales, las vuelven ahistóricas y separan así a pueblos que pueden ser amigos.

Las identidades pueden ser asesinas cuando se radicalizan y sólo conciben como positivas las propias y se niegan a conocer otras identidades, las de los “otros”. Y esto no sólo sucede en Palestina, en todo el mundo podemos observar las luchas religiosas, étnicas, nacionalistas en donde a nombre de una identidad se mata, se destruye, se excluye “al otro”, sin haberlo conocido.

Para terminar me pregunto ¿qué  hubiera pasado sí a los judíos se les hubiera aceptado como ciudadanos en los países a donde llegaron? ¿tendríamos hoy el conflicto que desangra a Palestina? Me parece que de haberse aceptado a los judíos con sus características, ellos vivirían en sus respectivos países, no hubieran tenido la necesidad de emigrar. Ellos, como lo plantea Samuel Sucker, pensaban, vivían, gozaban y lloraban como sus coterráneos. Amaban a sus países igual que a su religión y a su cultura. La novela deja la enseñanza de buscar que la tolerancia reine en este mundo. Cuando así suceda, muchos problemas se resolverán.

 

Foto: Recuerdos de Pandora

 

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