eloriente.net

20 de marzo de 2014

Por: Juan Pablo Ruiz Núñez*

Fotos: Ariadna Rojas

La lengua nos define. Con ella explicamos, nombramos, damos dimensión, habitamos el mundo. Gracias a ella la humanidad ha establecido una forma de comunicación entre sus miembros. El surgimiento del lenguaje articulado permitió procesos mentales más complejos que provocaron la evolución de los seres humanos y consecuentemente de las culturas y sociedades como las conocemos hoy. Que la especie humana se comunique aprovechando su capacidad de voz y palabra (y la muy posterior aparición de la escritura) es una historia relativamente corta —unos cuantos milenios— si contamos la edad del planeta que nos acoge. Estudios refieren que al 2002 sólo el 0.2% de la población mundial habla el 50% de las lenguas del planeta, siendo México y Oaxaca en particular uno de los lugares privilegiados en diversidad lingüística y cultural. Tan solo en Oaxaca conviven cinco familias lingüísticas cuando en toda Europa apenas lo hacen tres [1]. La desaparición de las lenguas es uno de los problemas culturales más significativos de estos tiempos: de las 6,700 lenguas aún vivas, más de la mitad se extinguirá durante este siglo. La UNESCO señala que en promedio una lengua muere cada 14 días [2].

Como cada año, el 21 de febrero pasado se celebró el Día Internacional de la Lengua Materna, proclamado por la UNESCO desde el año 2000 para promover la diversidad lingüística y cultural y el plurilingüismo [3]. En México, durante el siglo XX desde el periodo posrevolucionario padecimos una decisión de Estado que estableció como única y oficial a una de las decenas de lenguas habladas en este territorio. Se optó por la lengua impuesta por el colonialismo europeo: la lengua española. Desde entonces, aunque todas las lenguas mexicanas gozan de reconocimiento constitucional, el español es la lengua hegemónica. México es el caso lamentable de un Estado monolingüe en un país multicultural y plurilingüe. Entre las décadas de los años 30 a 60 del siglo pasado se impuso una castellanización forzada de las comunidades y regiones donde se hablaba otra lengua distinta al español. En lugar de concebir, optar y propiciar el bilingüismo o trilingüismo el estado mexicano obligó un proceso de homogenización y con ello surgió la discriminación, al haber una lengua única en los servicios del estado: educación, salud, oficinas de gobierno, en los medios de difusión, etcétera. Su obligación era lo contrario: permitir que todo los ciudadanos puedan expresarse, comunicarse y ser atendidos por todas y cada una de las instancias gubernamentales en su lengua materna (al menos regionalmente), en cualesquiera de las decenas de lenguas mexicanas: huave, náhuatl, paipai, mixe, tarasco, chinanteco, plaudeitsch, tojolabal, amuzgo, español.

Este proceso de pérdida lingüística se explica por la contradictoria búsqueda de una identidad nacional durante dicho periodo histórico. En esa etapa se inventan las figuras de las chinas poblanas, el charro, la Guelaguetza, la idea del español como lengua única… Las consecuencias de esta imposición han sido desastrosas: un empobrecimiento cultural sin precedentes en el México independiente. Ha provocado desde entonces discriminación y autodiscriminación de los hablantes de lenguas mexicanas distintas al español en contra de su lengua, de su cultura, de sí mismos. Un sentir y pensar que transmitido por generaciones ha causado la pérdida de diversidad lingüística, logrando que lenguas como el ixcateco de Oaxaca sólo tengan un puñado de hablantes, mayores de 60 años; una lengua a punto de morir. Un lingüicidio de proporciones mayúsculas. “Las lenguas son los instrumentos más poderosos para preservar y desarrollar nuestro patrimonio cultural, tanto el tangible como el intangible”, dice la lingüista mixe Yásnaya Aguilar. Y añade:

La pérdida de una lengua no solo implica pérdida de valiosa información científica sobre la variación y los límites del lenguaje humano sino que afecta directamente la calidad de vida de sus hablantes, lo cual involucra por lo tanto asuntos concernientes a los derechos humanos. No hay que olvidar que los procesos de desaparición de las lenguas, por lo menos en el caso de las lenguas indígenas mexicanas, están asociados con la discriminación hacia los pueblos y las culturas de sus hablantes. La desaparición de las lenguas es un asunto no solo de interés lingüístico sino social, político, cultural.

La pérdida de una lengua no es un proceso aséptico, es un proceso violento sistemático que provoca que una comunidad abandone paulatinamente su uso de un modo que parece voluntario. El inicio del desplazamiento lingüístico no coincide con el inicio de la discriminación a sus hablantes. Una lengua que comienza a dejar de usarse es una lengua que ha sido discriminada desde hace mucho tiempo antes [4].

Muchas lenguas mexicanas se han perdido a la fecha, de seguir las tendencias varias más se sumarán a la abultada lista de lenguas extintas del mundo. Como se sabe, cuando un lengua ya no es usada por los niños y jóvenes esa lengua comienza el proceso de desaparición, algunas veces reversible pero en la mayoría de casos no. El chontal de Oaxaca, el huave, cuicateco, chatino viven procesos complejos de pérdida de vitalidad. No obstante, las lenguas zapotecas, mixtecas, mixes, mazatecas, chinantecas, triquis —con sus múltiples variantes— se hablan y gozan de vigor, aunque esto varía muchísimo según comunidades, regiones, circunstancias.

Todas se llaman lenguas

Creo que el Estado mexicano en todos sus niveles e instancias debería impulsar proyectos de revitalización lingüística de forma coordinada y articulada. Que los medios de comunicación difundieran sistemáticamente todas las lenguas mexicanas pudiera ser una de tantas opciones. Pero no olvidemos que las soluciones de problemáticas sociales deben surgir de donde tales problemas surgen, en este caso, desde las comunidades de hablantes de lenguas en riesgo. Por un lado, en compañía, complicidad y coordinación con ellas el gobierno —en sus niveles federal, estatal y municipal— debe redirigir las políticas públicas en el sentido de revitalizar las lenguas mexicanas en riesgo. Por otro, generar campañas de concienciación de que cualquier lengua es igualmente válida, que no existen lenguas mejores que otras, para que todas sean valoradas de igual forma. La obligación del Estado pasa por garantizar que todo hablante de alguna lengua mexicana tenga acceso en su propia lengua a la educación, la salud, la justicia, a los servicios de las instancias gubernamentales (al menos de las regiones donde habitan). Desterrar pues la discriminación lingüística en todas sus formas y expresiones, algunas muy acentuadas.

Una muestra de cómo la sociedad mexicana ha introyectado y enraizado esta discriminación añeja es el uso de la palabra dialecto para referirse a las lenguas mexicanas distintas al español, la lengua hegemónica. Discriminatorio, término cuasi racista y clasista entre los hablantes, monolingües en su mayoría, de español. Hay proyectos que desde instituciones académicas y civiles buscan animar esta diversidad, además de impulsar y concienciar sobre el plurilingüismo. Éste es el caso de un proyecto concebido por Yásnaya Aguilar Gil y Tajëëw Díaz Robles quienes concibieron Todas se llaman lenguas, con el auspicio de la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova (antes Centro Académico y Cultural San Pablo). Una campaña que quiere llamar la atención al respecto de ese uso despectivo, y que la gente nombre a todas como lenguas.

“Todas las iniciativas dirigidas a difundir las lenguas maternas servirán no sólo para incentivar la diversidad lingüística y el multilingüismo, sino también para crear una mayor conciencia acerca de las tradiciones culturales en todo el mundo y promover la solidaridad basada en el entendimiento, la tolerancia y el diálogo”, dice Yásnaya Aguilar al respecto de esta campaña con un año de vida.

Todas son lenguas. Dialecto se refiere en su significado puntual a la forma en que una misma lengua es hablada de distinto modo según regiones, comunidades, países. Por ejemplo: yo hablo español, es mi lengua materna, pero mi dialecto, mi variante dialectal específica es el español mexicano del sur, específicamente el de la ciudad de Oaxaca. Así, quien es de Buenos Aires habla el dialecto porteño del español argentino, así como en La Habana se habla el dialecto habanero del español cubano. ¿Y el tuyo?, ¿cuál es el dialecto de la lengua(s) que hablas?

Por último quiero referir otro de los dislates frecuentes en todos lados (medios de difusión, funcionarios, intelectuales, personas de a pie): considerar que sólo las lenguas mexicanas distintas al español son lenguas maternas. Error craso, confusión indeseable. De una vez por todas: lengua materna es la primera lengua que aprende cada persona. En mi caso es el español, como la mayoría de quienes me leen, eso sí, en el dialecto específico de la región de origen o residencia —como ya aclaré arriba. Pero quizá otros lectores tendrán al alemán, al mixteco, al inglés o al coreano como lengua materna. ¿Y la tuya, cuál es?

 


[1] En Oaxaca conviven las siguientes familias lingüísticas: 1) Otomangue, a la que pertenecen las lenguas zapotecas, mixtecas, mazatecas, triquis, chinantecas, amuzgas, etcétera; 2) Yuto-nahua, a la que pertenece el náhuatl hablado en parte de la región de la Cañada, en la frontera con Puebla; 3) Mixe-zoque, donde se incluyen las lenguas mixes y zoqueanas; 4) Huave, su propia familia; 5) Chontal de Oaxaca, no tiene parientes. A éstas podemos añadir dos más: 6) Familia Indoeuropea, a la que pertenece el español y el romaní —junto con lenguas tan distintas y distantes como el inglés, rumano, griego, ruso, sánscrito o persa—; y 7) Familia mayense,  existe una fuerte presencia de hablantes tzotziles en la ciudad de Oaxaca por motivos de migración.

[2] Datos obtenidos de “¿A quién le importa la muerte de las lenguas?”, columna de Yásnaya Elena Aguilar Gil, 11/12/2013 en el blog de Este País.

[3] Este día está dedicado al reconocimiento del Movimiento por la Lengua Bengalí, que conmemoró en Bangladesh el Día del Movimiento por la Lengua desde 1952, cuando la policía y el ejército del Estado pakistaní, que entonces ocupaba Bangladesh, abrieron fuego contra la multitud hablantes de lengua bengalí que se manifestaban por sus derechos lingüísticos en Dhaka. [Wikipedia.org]

[4] Yásnaya Aguilar Gil, en “¿A quién le importa la muerte de las lenguas?”, columna del 11/12/2013 en el blog de Este País.

 

*El autor estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente coedita Yagular, revista literaria trimestral; conduce y realiza Amapola Trastorno, programa radiofónico, y es coordinador editorial del Campamento Audiovisual Itinerante (CAI). Director fundador de El Jolgorio Cultural, revista mensual gratuita de Oaxaca. Tuitéa en @JuanPablornz.

 

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