eloriente.net

4/julio/2014

Por: Juan Pablo Vasconcelos*

 

“Porque no hay nada en este mundo

más interesante que el hombre.

Y en el hombre lo más interesante

Es la vida interior.

Y en la vida interior, lo más misterioso

Son esos calados de profundidad

Que se nos revelan en los sueños.”

Evelyne Weileumann

en epígrafe de Río Loa, de L. Zeller

 

El lugar era reducido y, por lo tanto, todo era pequeño. Las tasas de té, los libros en la estantería, la puertecita de entrada. Aunque había dos excepciones: las almas grandes de los dueños de la casa, Ludwig y Susana, desbordando una tibia luz de fácil amistad, predispuestos al calor humano y la camaradería.

Hasta entonces solo había escuchado de ellos, como casi todos en el circuito cultural de la ciudad. Pero ese día al conocerlos, en su hogar del centro de Oaxaca, me pareció que todo congeniaba con ellos; eran parte del trazo arquitectónico, inclusive de la luz que rompía a plomo sobre los muros de cantera. De modo alguno eran extranjeros allí. El vecindario les pertenecía. Tuve la sensación de que el raído color rojizo de los muros, la palma y los textiles, se habían mimetizado con aquella pareja entrañable.

Ese día quedamos para tomar café por la tarde en La Antigua, sobre la calle de Reforma, y luego nos vimos también al día siguiente y al siguiente, lo cual de ninguna manera resultó bueno para ellos, sino presiento que todo lo bueno fue reservado para mí, como un favor de maestros al recién adulto que era yo por el 98, llevando bajo el brazo mi primer libro de poemas publicado.

Ludwig aceptó presentarlo dos meses después y dijo palabras generosas sobre aquellos textos que aún considero inmerecidas.

Esta mañana me entero que el Fondo de Cultura Económica le rindió homenaje, como parte del 80 aniversario de la institución. Allí seguramente recordaron “Los elementos”, su publicación inicial; “Éxodo y otras soledades” de 1957; hasta los recientes “Encuentros oníricos” o “Preguntas a la médium”, recién reconocido en la Feria de Leipzig como uno de los diez libros más bellos de la década; las palabras de Humberto Díaz Casanueva sobre su compañero: “Zeller es el más chileno de los surrealistas y el más surrealista de los chilenos”.

O bien ciertas líneas de su celebrado poema El Faisán blanco: “Todas las puertas dan hacia la noche/ Todas las aves vuelan hasta el árbol del llanto/ La nieve cae, si te vuelves cae y semeja el plumaje/ Del silencio, ese rostro cerrado de la bruma”.

Un homenaje similar se le debe en Oaxaca.

Pero aquí habríamos de recordar su generosidad. Esa forma de intervenir en la vida de los otros suave, privilegiada y luminosamente. Una cualidad cada vez más rara pero no menos necesaria en nuestros tiempos, cuyo efecto es que se participa en el ánimo de otro ser humano, ejerciendo cierta responsabilidad pasajera sobre el rumbo de sus emociones, sentimientos e ideas, haciendo que el brillo de sus pupilas sea más deslumbrante, más esperanzado.

Es verdad que darse demasiada importancia es también engañarse demasiado. Pero cuando se trata de seres humanos, ninguna cosa es poca cosa. El guiño tenue, el desdén discreto pero elocuente, la complicidad del entrecejo, afectan las sensibilidades más indiferentes.

Por eso la generosidad tiene valor: es el gesto que reivindica a los hermanos.

“Naturalmente”, me respondía Ludwig por aquellos días, cuando le explicaba algún hallazgo en el oficio de escribir. A partir de entonces lo vi poco. Quizá nunca. Sin embargo fue suficiente.

¿Quién dice que ha pasado tiempo desde entonces? ¿No fue ayer el 98? ¿No es verdad que a las personas trascendentes de nuestras vidas se les recuerda con claridad, como si los tuviéramos enfrente nuestro, y se les platica en voz alta aun sabiéndolos ausentes? ¿No es el acto de escribir la mejor prueba de que no es necesario viajar a La Mancha para sentirla físicamente, como si fuera ayer? O decir, “Beatriz” y recordar a Dante ¿Y si te digo Macondo?

Y podríamos decir cada palabra del vocabulario español y es posible que a cada cual le atribuyamos una imagen de alguien o de algo ¿A qué palabra te gustaría parecerte? ¿A qué sonido?

En el caso de Ludwig ya he dicho algunas que lo figuran bien como generosidad, agradecimiento y naturalmente, pues ¿hay mejor manera de retratar a un escritor que con palabras?

 

Obra parte de la exposición “El alquimista de la imagen”, del también pintor Ludwig Zeller.

 


*Juan Pablo Vasconcelos es Magister en Gestión Cultural por el Instituto José Ortega y Gasset. Poeta y Conferencista.

*Para consultar otros textos: www.eloriente.net. Contacto: direcciongeneral@eloriente.net.

 

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