eloriente.net/Certeza y Zozobra

24 de enero de 2015

Por: Fernando Galindo (@galovaldez)

La idea de que las candidaturas independientes serán virtuosas, libres de interés, pulcras, por el sólo hecho de ser “ciudadanas”, es tan entusiasta como un impuesto. Hay un hecho irrefutable: cualquier ciudadano que compite por un puesto de elección popular es un político. Un político con vestimenta “ciudadana” (considerando que los políticos también son ciudadanos); un político sin aval de partido, pero con aspiraciones políticas.  Aristóteles no se equivocaba  al considerar al hombre como un ser social, pues su naturaleza lo hacía poseedor de la palabra para manifestarse dentro un contexto de participación comunitaria. Los ciudadanos que hacen política y que aspiran a un cargo público son políticos. Tan políticos como los militantes de un partido.

Coincido con Luis Carlos Ugalde en que el concepto correcto sería candidatura sin el aval de partido político porque el calificativo de independiente se debería medir con relación a qué: ¿al poder cultural? ¿al poder económico? ¿al poder político? Con frecuencia la sociedad civil coloca a los candidatos independientes en un pedestal, del lado de los suyos, del lado de los buenos -ningún ciudadano se considera malo frente a un político-, y coloca a los políticos del bando contrario. Es normal; el hartazgo de la sociedad frente a los partidos políticos es evidente y se debe en gran medida a la omisión de éstos por brindar un servicio público, de gestión, de construcción de ciudadanía, de cara a la sociedad que representan. Lejos de la demagógica idea de que sólo el pueblo puede salvar la política; son en realidad los políticos profesionales (provenientes también de la sociedad y no de Marte), sometidos a un escrutinio público, los únicos que salvarán a la política. La política requiere mejor política para así fortalecer al sistema democrático.

Maquiavelo afirmó que en todas las cosas humanas, cuando se examinan de cerca, se demuestra que no pueden apartarse los obstáculos sin que de ellos surjan otros. El caso de las candidaturas independientes representa aciertos, pero también contrariedades. En primer lugar, la posibilidad de que surjan candidatos, vinculados a intereses, como el caso de Xavier González Zirión (hijo de Javier González Torres, sobrino de Víctor González Torres, el Doctor Simi, y dueño de las farmacias el Fénix y del Ahorro), quien con la gorra “ciudadana” tapizó la ciudad de espectaculares, en 2012, con el lema de su movimiento: “Alguien tenía qué decirlo: Menos políticos, más ciudadanos”. González Zirión terminó siendo candidato del PRI-PVEM a la delegación Miguel Hidalgo; es decir, siempre fue un político con aspiraciones políticas. No tiene nada de malo ser un ciudadano con aspiraciones políticas, menos ser hijo de una familia prominente; el problema radica en negar la propia condición de la candidatura “ciudadana”: la aspiración política.

En segundo lugar, encontramos el llamado transfuguismo. Una persona puede militar en un partido político, perder la contienda interna o la nominación plurinominal, y abrazar una candidatura independiente. Desde luego esto representa un conflicto, pues por un lado existen dos principios constitucionales: el respeto a la democracia interna de los partidos y el derecho del ciudadano a postularse. Es decir, los partidos eligen a los ciudadanos que crean conveniente sin que la autoridad intervenga en su postulación; por otro lado, constitucionalmente los ciudadanos pueden postularse a un cargo de elección popular. Negárselos, sería violar sus derechos.

En tercer lugar, las personas que colaborarán con el candidato independiente, sus promotores, sus asistentes, ¿lo harán por la mera voluntad de servir a México?, ¿por los ideales y el proyecto que el candidato enarbola?, ¿por los honorarios que recibirán?, ¿o por todo lo anterior? Lo cierto es que esa suma de voluntades políticas requiere de incentivos para realizar su trabajo, más allá del ideal de participación ciudadana; de lo contrario, ninguna candidatura se sostendría.

El sistema político mexicano fue construido para un sistema de partidos. Las candidaturas independientes amplían la oferta política, a pesar de lo expuesto. Rompen el monopolio de las postulaciones a puestos de elección popular por parte de los partidos, sin que necesariamente las veamos como antagónicas al sistema de partidos. Al contrario, pueden ser un factor de contrapesos que nos ayude a evitar la crisis de partidos. De igual forma ayudan a participar en la vida pública; sin embargo, no nos auxilian a resolver los problemas de fondo del sistema político electoral mexicano: financiamiento ilícito y narcotráfico; asignación de diputados de representación proporcional a través de fórmulas que distorsionan la voluntad popular. Las candidaturas independientes no han dado respuesta a todos estos elementos, como han expuesto reiteradamente Nieto Castillo y Astudillo Reyes. No olvidemos la máxima de Tocqueville: “Más que las ideas, a los hombres los separan los intereses”.

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