eloriente.net/Morelos 3.0*
13 de noviembre de 2015
Por: Mauricio Barba
La influencia de los medios de comunicación ha sido un factor determinante en el desarrollo de las sociedades modernas, al grado de que, desde la perspectiva de algunos autores, éstos podrían ser considerados el cuarto poder. México no es la excepción.
Señala Trejo Delarbre en el libro Mediocracia sin mediaciones:
“No hay país (…) en que no se discuta la función de los medios, y al hablar de este tema hay debates concurrentes a pesar de las situaciones específicas de cada nación: la concentración de muchos medios en pocas manos, la reglamentación de su funcionamiento, (las) normas éticas para periodistas y empresas y su relación con la democracia.”
De forma general, los aspectos centrales de los media en México son la concentración, la privatización y la desregulación. Las industrias de los medios de comunicación en el mundo, en su mayoría, provienen de capitales privados; por ello, su capacidad de influencia en la sociedad debe ser regulada, al tratarse de un Estado constituido democráticamente. Esto no se refiere a que el Estado tendría que regular de una forma estricta las comunicaciones, pero al otorgar las concesiones de estos espacios, se esperaría la actuación de los medios en función del interés público. En contraste, en nuestro país los medios y el sector político en el poder han creado una mancuerna que ha favorecido sólo a sus mutuos intereses. Por ejemplo, la radio y la televisión se mantenían a favor del partido oficial —Partido Revolucionario Institucional— durante el gobierno de Carlos Salinas a cambio del refrendo incondicional automático de sus concesiones. En ese mismo periodo presidencial, se adelgazó el Estado frente a las empresas privadas.
En 1992, el gobierno mexicano puso en venta el “paquete de medios”, lo que culminó con la privatización de IMEVISIÓN, “reconvertida” en TV Azteca. Sumado a esto, el Estado otorgó a Televisa un “paquete” con 62 concesiones para estaciones televisoras en diversas partes del país. En cuanto al cine, se puso en vigencia la Ley Federal de Cinematografía, la cual fue criticada por la comunidad del medio por fomentar y fortalecer los monopolios, así como abrir el mercado nacional al cine extranjero. Ese mismo año, desapareció por bancarrota la distribuidora mixta —privada/estatal— Películas Nacionales, la principal distribuidora de filmes mexicanos.
Esta tendencia recrudeció con la inserción de nuestro país al Tratado del Libre Comercio (TLC) en 1994, a través del cual México abrió su mercado y debilitó así el poder del Estado y de las industrias nacionales. Por ejemplo, en la industria del cine, se movilizaron los intereses de las empresas norteamericanas como:
“La Motion Pictures Association (MPA) a través de las compañías dependientes de su material como son las empresas de exhibición (Cinemex, Cinemark y Organización Ramírez), de la distribución (Film Board y Viejo Board) y de la televisión (Televisa y TV Azteca), así como las empresas de doblaje y sus trabajadores, (estas empresas) cabildearon en contra del proyecto presentado por la comunidad cinematográfica a la Comisión de Cultura de la Legislatura 57.” (Sic)
Lo anterior lo indica Enrique Sánchez Ruíz en su artículo “Los medios de comunicación masiva en México, 1968-2000.”
La apertura comercial, debilitó las industrias de producción, exhibición y distribución mexicanas, pues el gobierno no protegió la producción y la dejó expuesta a la competencia contra empresas extranjeras de enorme capital y alta tecnología. Pero no sólo existe una gran desregulación de los medios en México; al igual que en muchos países del mundo, el orden económico en el que estamos inmersos ha provocado una gran concentración de los medios en pocas manos. La televisión en México es el medio de comunicación al que le ha ido mejor en términos económicos a costa de la porción del pastel publicitario que les toca a la radio y la prensa. Sánchez Ruíz indica que de más de 2,700 millones de dólares con que se constituyó la inversión publicitaria en 2002, tres cuartas partes fueron para la televisión —65% para TV abierta y casi 10% para la de paga—. A su vez, Televisa se quedó con cerca de 70% del gasto publicitario.
Actualmente —y este es el ejemplo más claro de concentración en medios— Televisa posee la mitad de las estaciones televisoras y TV Azteca, poco menos de una tercera parte. En la televisión de paga la empresa dominante es Televisa, las siguientes tres firmas no llegan a 10% de participación de suscriptores cada una. En cuanto a la radio, el control de más de 70% del total de las estaciones concesionadas en el país lo han tenido 10 grupos radiofónicos. Cinco de ellos han operado, administrado y sido propietarios de más del 50% de las estaciones existentes. Además, se han realizado adquisiciones y alianzas estratégicas entre distintos grupos. Los datos proporcionados por Sánchez Ruiz apuntan claramente al duopolio.
A su vez, tanto Televisa como TV Azteca se han diversificado de manera sorprendente. Son dueñas no sólo de canales de televisión, sino también de empresas de radio, editoriales, productoras de telenovelas, música y cine, además de ser accionistas de equipos de fútbol y de compañías de telefonía. Su crecimiento y fuerza es tal que Bill Gates (Microsoft) adquirió 7% de las acciones mediante la Bolsa de Valores de Nueva York y se sumó así a los magnates mexicanos Emilio Azcárraga (55.3%) y Carlos Slim (24.7%).
Por su parte, las publicaciones de circulación constante que cuentan con redacciones, colaboradores y servicios informativos estables —revistas, diarios y periódicos— son más de 300 en todo el país, sin embargo, no suman más de 50 los que se puede considerar que tienen auténtica presencia pública, local o nacional. Sánchez Ruiz indica que al comenzar el milenio, de acuerdo con datos publicados por la revista Adcebra, había 325 periódicos en México con una circulación de 8.3 millones de ejemplares. Casi una décima parte se publicaban en el Distrito Federal y 9 de cada 10 con mayor tiraje, también eran capitalinos. Entonces, la concentración no sólo es de los medios en pocas manos, sino en pocos lugares: los medios principalmente están en las metrópolis del país.
Por otro lado, las principales empresas de comunicación tienen gran peso en la política mexicana, un ejemplo queda reflejado en lo ocurrido en 2006. Además del papel decisivo desempeñado por el entonces presidente Vicente Fox y su constante golpeteo al candidato de oposición, Andrés Manuel López Obrador, y su reiterada injerencia en el proceso de elección, las televisoras dedicaron gran parte de su tiempo “oficial” pasando al aire anuncios que acusaban a López Obrador de ser un “peligro para México”, basados en imputaciones sin sustento real. Tanto Televisa como TV Azteca, así como otros medios de comunicación masivos en el radio y en la prensa escrita contaban entre sus filas con colaboradores “especialistas” en asuntos políticos y electorales. Se notaba, casi siempre, un patrón entre ellos: un constante golpeteo hacia un solo candidato, achacándole de ser populista e irresponsable con las finanzas, entre otros defectos.
Cabe señalar que tanto los canales de radio como de televisión en su mayoría son comerciales, pocos son permisionarios y también son contados los que se dedican a la cultura —en la televisión abierta solamente el Canal 22, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) y el Canal Once, del Instituto Politécnico Nacional (IPN)—. Como canales comerciales, estos grupos buscan hacer dinero y favorecer a los intereses de las empresas, no llevar a la sociedad contenidos que satisfagan necesidades específicas. A razón de esto, las fórmulas televisivas en México utilizan en gran medida formatos copiados de la televisión norteamericana. Es por ello que la televisión en nuestro país, al explotar sus recursos audiovisuales, suele presentar contenidos sin mucha amplitud y detalle, pues lo que se busca es el entretenimiento que, aunque en algunas ocasiones es necesario, otras veces sirve como distractor de los problemas importantes para el funcionamiento social. A pesar de esto, la televisión no es el medio que posee más credibilidad, sí es el que ha permitido mayor difusión de la información debido a su constitución propia, ya que el aspecto visual permite, como menciona Giovanni Sartori en su libro Homo videns, la sociedad teledirigida, exaltar las emociones, encender nuestros sentidos y apasionarnos. No por nada en México las dos empresas que tienen más peso en el ámbito de la comunicación son, precisamente, televisoras.
En conclusión, se puede decir que en México el modelo de comunicación posee una enorme concentración, una muy poca regulación que devela la falacia de la libre competencia y una tendencia a la privatización, ya que la comunicación está orientada en función del sistema mundial de mercado. Esto merma en gran medida los procesos comunicativos, ya que no existe un verdadero diálogo entre la población a través de los medios, sino que la mayoría de los medios a penas se encargan de difundir información. El verdadero diálogo se da entre empresarios y políticos, los cuales también están supeditados a los caprichos del orden económico internacional.
IMAGEN: PREMIO MONTE LEÓN
*Publicado originalmente en http://morelos30.com
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