eloriente.net

11 de septiembre de 2016

(Publicado originalmente: 3 de enero de 2014)

Por: Juan Pablo Ruiz Núñez

 La forma en que la sociedad está organizada a escala planetaria alienta y crea llamados a la violencia. La razón principal radica en que, para el sistema, la realidad humana es la competencia.

Alain Badiou

I

Cuando una película se comenta largamente, te haya gustado o no, es que estamos frente a una verdadera obra cinematográfica, imperecedera. Cualquier obra de arte se mantendrá en la sensibilidad y memoria colectivas por lo relevante o arriesgado o necesario de su interpretación de la realidad. Éste es el caso de Heli. Un filme del que seguiremos hablando en el tiempo y cuyo decir irá creciendo según lecturas, apreciaciones, acercamientos, independientemente de lo que nos pueda provocar como espectadores.

Amat Escalante ha logrado en Heli una obra casi redonda, si bien con Los Bastardos (2008) había alcanzado buen nivel frente a la desigual pero no menos intrigante Sangre (2005). Con una puesta en escena poderosa y la acritud y dolor que re-presenta, se desenvuelve la historia de una familia que puede ser la de muchas en el México actual. Heli (2013) versa sobre el amor filial, familiar y de pareja entre personajes como cualquiera de nosotros. Se trata de una ficción, por supuesto, hay recreación de hechos acontecidos ayer, hoy, mañana; no diré la imprecisión de que refleja la realidad. Es más que eso. Habla de procesos históricos recientes y sobre todo, de un estado de ánimo colectivo, de la violencia y descomposición social y política que, aunque no aceptemos o nos neguemos a ver, supuran a nuestro lado.

 

 

Resumiré la anécdota. Una familia de clase obrera, explotada a diario por la maquiladora de la zona, una ensambladora de coches en las afueras desoladas de Silao (Guanajuato). Heli y Estela, su hermana, son los protagonistas de la historia. Además de los dos hermanos en la casa minúscula viven el padre de ambos, y la esposa de Heli y su bebé de meses. Padre e hijo trabajan en la fábrica de autopartes mencionada a no pocos kilómetros del hogar. Estela, púber de secundaria, vive su primer amor con Beto, un joven policía o militar igualmente torpe de unos 17 años. Es entrenado por el ejército con el auxilio de Estados Unidos. A éste se le ocurre un día que puede robar un par de kilos de cocaína a su vez robada por sus compinches de algún cargamento capturado durante la supuesta persecución del tráfico de drogas ilegales que ha sangrado a México absurdamente. Piensa vender la droga y con ello conseguir unos pesos para huir con Estela. Con la anuencia de ella, esconde lo robado en el tinaco de la casa familiar. A partir de ahí, sucede lo previsible: los colegas de Beto descubren el hurto y en comando irrumpen en la casa. Matan al padre. El comando de militarespolicíasnarcos secuestran a los tres involucrados (de forma afortunada Amat Escalante decidió mantener esa ambigüedad y no se establece en la cinta la identidad clara del comando).

Cuando en mis dos colaboraciones anteriores sostuve la necesidad de obras de arte que digan, refieran, interpreten, interpelen, deconstruyan la realidad me refería a piezas como ésta. Heli, el tercer filme de Escalante (1975), es una de esas películas si bien incómodas necesarias. También puede señalarse en su contra la carencia de una narrativa más articulada. O discutirse su decisión de incluir ciertas secuencias excesivas de violencia explícita. No obstante, creo necesario su difusión y visionado, su apreciación desprejuiciada. Como suele ocurrir en los filmes notables la esencia se encuentra en los detalles. Cierto, resultará demoledor verla —al menos para mí lo fue—, no estamos frente a un filme para disfrutar como espectador. Desde un principio demanda un esfuerzo adicional al exigido por cualquier película comercial o blockbuster estadounidense. Uno se confronta con la muerte desde la primera escena, y que se seguirá desplegando en buena parte del largometraje. Pero no la violencia y la muerte espectacularizada al modo de Hollywood, sino una descarnada. La muerte en su expresión más lancinante y violenta se vuelve insoportable. La vida en Heli transcurre entre la violencia extrema y la cotidianidad. Esta tensión es manifiesta, incluso en la última secuencia de la cinta. Estela, después de su vuelta —inverosímil eso sí— del infierno, acostada en el sillón abraza al hijo de Heli. El viento mueve las cortinas y éstas filtran la luz de la tarde mientras Ella parece mirar hacia adentro el horror sufrido.

Si hay filmes que reconfiguran nuestras percepciones, emociones y palabras, éste podría ser uno de ellos. Y no tanto por “la historia”, de la que arriba hice sinopsis, sino porque en Heli, a pesar de sus excesos, se hace referencia al principio del que nació el cine, un nuevo medio para no (sólo) contar historias, ya no describir los hechos como en la literatura, sino de que la realidad existiera por sí misma, con sus ritmos e intensidades, tonos y especificidades, luces y sombras.

 




 

II

Heli habla de la violencia adentro o de cómo la violencia crece adentro. Adentro del cuerpo social y de los individuos, y cómo los ha ido corroyendo. Así, los integrantes de una familia común como tantas otras en México se involucran voluntaria e involuntariamente en una espiral de violencia de consecuencias trágicas. Heli, versa sobre la corrupción carcomiendo todo en este país: gobiernos, empresas, instituciones y personas. También es un estudio sobre la explotación laboral o el desierto de las maquiladoras, la desolación avasallante de un trabajo enajenante como éste. Y de cómo miles de personas no tienen otras opciones, una expresión —e imposición— más, al igual que el narcotráfico, del sistema económico neoliberal.

Entonces, Heli o la explotación contemporánea. Heli o el adormecimiento social. Heli o de la familia mexicana —clase trabajadora, semiurbana— que apenas juntan para comida y servicios, que labora sin calma, mental, física, anímica… Heli o de la familia mexicana que no habla al comer y ve el televisor. Heli o de la soledad acompañada entre todos los habitantes de una casa.

Heli o la cocaína robada y escondida en un tinaco. Heli o el narcotráfico. Heli o el  capitalismo en su esplendor, inundando, asfixiándolo todo. Heli o el comando criminal —¿policía, narco, ejército?, son indistinguibles. Heli o el entrenamiento militar denigrante. Heli o las torturas institucionalizadas. Heli o la tortura normalizada.  Heli o el exceso. Heli o de la mujer que hace café mientras incendian el cuerpo de una persona en el cuarto de a lado. Heli o tres adolescentes, testigos y partícipes de la tortura. se preguntan:

—“Y éste qué hizo?

—Quién sabe”

Heli o de la violencia irracional. Pero lo más grave, en mi opinión es Heli o la anestesia social. Heli o la escasez de indignación. Heli o el hartazgo de la violencia mediática. Heli o de cómo la gente —en una sala de cine— ya no se altera, reacciona, le mueve nada. Heli o de cómo algunos pueden reír al salir de la sala. Heli o de imágenes de la violencia y violencia de las imágenes (Jean-Luc Nancy dixit). Heli o la normalización de la violencia. Heli o de sus riesgos. Heli o de cómo ella misma podría ser parte de dicha banalización.

 

III      

Heli o ¿de qué otra cosa podemos hablar?

Heli o ¿qué podemos hacer?, ¿qué podemos decir?, ¿cómo transformar la realidad?

Heli o ¿qué hacer?

Heli o del silencio.

 

IV

Permítanme unas últimas reflexiones. En estos momentos históricos de México la violencia ha ocupado cada espacio de relación social, en todas las esferas, desde la familiar a la económica y política. El filósofo francés Alain Badiou comentó en una entrevista hace algunos años que la violencia en su fuero íntimo, estricto, se origina en lo que nos han dicho y machacan continuamente que es la vida: la competencia. Pero “mientras no enunciemos que las sociedades deben construirse con base en la asociación y no en la competencia permaneceremos en el elemento primordial de la violencia. No digo que la violencia va a desaparecer. La sociedad alienta sistemáticamente la violencia y luego se ve obligada a combatirla con una represión terrible. Como la violencia está constantemente incitada, hace falta un aparato policial para controlarla. El resultado es que terminamos agregándole a la violencia social la violencia del Estado. Debemos cambiar los pilares de la existencia colectiva”. No obstante el desconsuelo y decepción frente al estado de cosas imperante, la especie humana también es capaz de creación y transformación luminosa: es capaz de entrega, de amor, dice Badiou también. “Tiene una doble capacidad. Puede ser un animal de competencia pero también un animal altruista, interesado en la acción colectiva, capaz de encarnar ideales, puede ser un enamorado o un científico desinteresado. Saber qué aspecto del ser humano alentamos es una decisión fundamental”. El arte es uno de los caminos de expresión y de desarrollo de esas otras capacidades de las personas.

Heli seguirá emitiendo sentidos. Tanto hoy como en las décadas por venir. Quizá sea apresurado expresarlo, pero cualquier intento de comprensión de la realidad mexicana de principios del siglo xxi mediante el arte, sin una aproximación al trabajo de Amat Escalante, y en particular a su tercer filme sería fragmentaria. No obstante esto requiere de un esfuerzo excepcional, doloroso, inquietante. Se requiere de tenacidad, disposición, al igual que sucede con Bruno Dumont en La humanidad (1999) o Michael Haneke en El video de Benny (1992) o Juegos divertidos (1997) —dos de sus referentes indispensables. Heli es dolor, desbarrancamiento, pero también contiene una luz apacible que atraviesa un ventanal y unas cortinas en movimiento. Heli, potente lectura de nuestra realidad, es una pieza de la que seguiremos hablando.

 

Twitter: @JuanPablornz

 

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