eloriente.net

13 de diciembre de 2016

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

 

“Diciembre es el mes de la reflexión y la esperanza. Por lo tanto, también lo es de la amistad. Ante la hostilidad de los tiempos, aquí está la oportunidad de agradecer en vida esta sencilla dicha”.

Llegó con la mirada húmeda a despedir al amigo. Traía en la garganta esas palabras que se le acumularon en el tintero y que ya no alcanzó a decirle en vida. Sin embargo, entrecortadamente, ella fue sacándolas del pecho, a veces sonoramente, sollozando, y otras veces en forma de gestos adoloridos.

Es verdad que a veces las palabras son imprecisas y entonces el cuerpo se vale de otros mecanismos para expresar la profundidad de lo que sentimos.

Ninguna conversación puede ser más sincera que las entabladas con los muertos. Ya no tiene sentido entonces disimular ni el amor ni el odio. De alguna manera, uno está seguro que desde otros espacios tienen la posibilidad de traducirlo y entenderlo todo aunque no hablemos en voz alta. Nuestra vulnerabilidad es absoluta. Ellos podrían saber incluso lo que estamos pensando, insinuando, tramando.

Por eso, las confesiones que hacemos ante sus féretros, como en este caso, tienen el tono de nuestra alma, sin matices racionales, sin la idea de ganar o perder, sin esperar nada a cambio.

Mientras yo la veía, la mujer iba despacio diciendo ciertas frases inaudibles. Me llamaban la atención sus grandes pausas y su inmersión absoluta en la charla imposible.

Entonces noté la tormenta de ideas y sentires que llevaba consigo y que no había podido asimilar, encausar, compartir, durante largo tiempo. No se había dado el espacio para decirle a aquel amigo, por ejemplo, lo bien que se había sentido hace décadas, cuando bailaron juntos en los pasillos de la universidad, o lo mucho que admiraba su manera de acomodarse la chaqueta mientras bajaba por las escaleras. Su elegancia al mirar a las personas de frente, o inclusive, la vez que se saludaron desde lejos en algún puente, pero que le hizo estar segura sobre el cariño verdadero entre dos personas, pues pasa el tiempo, la vida, las experiencias, pero el gusto y la fraternidad quedan como si fueran de hierro.

Sin embargo, al alejarse del féretro y romper la intimidad de su plática, ella volvió a su remolino interior.

Es el mismo de siempre.

El que nos tiene atrapados en su centro de prisa y tiempo contado. A ella, con su confusión, no le dio tregua para acercarse a los brazos de su amigo, hoy fallecido, para decirle las cosas que ya he escrito o muchas otras, quizá más cercanas a su verdadero sentimiento. El remolino del sistema vital que hemos aprendido desde pequeños, el que nos interrumpe a cierta edad la comunicación auténtica con los demás y nos hace huraños o reservados o recelosos; el mismo que nos obliga a trabajar las ocho horas diarias (o más) y pensar que así está bien y así se vive y no hay otra salida y nos llenamos de ocupaciones y trabajos forzados y asumimos la correcta adultez.

Yo no tengo nada en contra de las jornadas de ocho horas.

Es más, pueden durar más o menos las jornadas y servir para lo mismo. Eso sí, difiero en el sentido. Estoy cada vez más en desacuerdo con las generalizaciones. También lo estoy con toda aquella regla que signifique el sacrificio del bienestar o la felicidad de las personas.

Sin embargo, también creo que el remolino gira sobre sí mismo. Es decir, que los principales responsables de esos fines de nuestras vidas somos nosotros. Y que si bien la circunstancia y el contexto son imprescindibles en el funcionamiento de la existencia, también la conciencia y la voluntad, las habilidades desarrolladas, son fundamentales para aminorar la fuerza del tornado y aún del océano que es nuestro universo personal.

Este diciembre, uno debería aprovechar para despresurizar el interior.

Es, comúnmente, el mes del reencuentro, del volverse a ver con las personas más antiguas de nuestro trayecto vital y también de abrazar a las más recientes.

¿Pero cómo hacerlo? Tampoco se trata de acercarse a ellos con la actitud de la mujer ante el féretro porque entonces la navidad se convertirá en un funeral apocalíptico.

La idea práctica es dar. Dar. Es un verbo absolutamente manido, lugar común, escollo de los libros de autoayuda. Sin embargo, dice justo lo que quiere decir. Dar es un verbo extraordinario y adecuado.

También puede serlo para este caso: expresar. Está claro que un verbo no puede existir sin el otro. Como comprender y ayudar. Como sentir y humanizar.

Pero acordemos que la intención es dar, decir, expresar en vida lo que sentimos por el hermano, la amiga, la madre, las personas a quienes hemos acompañado en este viaje, en el que imprevisiblemente hemos coincidido.

De alguna manera, el encuentro de esta mujer con el difunto habría sido igual o hasta más intenso. Ella lo habría visto sentado en la mesa de un restaurante, quizá al aire libre, y de manera subrepticia, jugando, como jugamos los amigos, se acercaría y, tocándole el hombro, encontraría sus ojos en su mirada café.

Y a partir de allí, aunque no fuera el sitio adecuado y el remolino y el sistema habrían tratado de conjurar una despedida apresurada, ella encontraría el tiempo, los dos minutos que son suficientes entre dos personas que se quieren, para hacerle saber lo importante de su amistad, la cercanía de sus latidos a su propio corazón.

A veces uno va buscando momentos extraordinarios en la vida. Y éste habría sido uno de ellos.

Porque no son necesarias las cosas exteriores que nos han vendido para construirlos. Es más, bien visto, los asuntos maravillosos están relacionados con personas normales, en situaciones cotidianas y espacios ordinarios. Haciendo lo que hacemos los humanos desde el principio del tiempo, inventándonos significados, creándonos sentidos, en un planeta donde aparentemente no había ninguno.

De alguna manera, la amistad que hoy sentimos, es solo una repetición de una amistad que dos seres humanos se tuvieron antes.

Es como un don que, a pesar de los devenires del mundo, sigue intacto, y que ahora llegando diciembre, el mes ideal, espera desempolvarse y ayudarnos a vivir y a sabernos acompañados en la aventura.

amistad

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