eloriente.net

20 de junio de 2017

Por Juan Pablo Vasconcelos

@JPVmx

 

“A instancias del poeta Efraín Velasco, se presentó la primera de una serie de plaquettes de autoras y autores jóvenes de la ciudad.

Ninguna dicha es mayor que formar parte de este despertar: la literatura es un remedio para tiempos convulsos”.

 

La sustancia activa de los remedios hasta ahora experimentados, no ha dado los mejores resultados.

La fórmula para hacer gobierno local combina un alto porcentaje de inversión en servicios básicos y su mantenimiento, otro tanto en control de crisis y contención política, y luego en pequeñas dosis, la atención de las tareas financieras y recaudatorias, el orden burocrático, el cumplimiento de solemnidades insalvables como la firma de convenios, las ceremonias inaugurales, los aplausos programados.

Esta fórmula pudo servir para otros tiempos, pero ya no más para el nuestro.

Porque antes lo importante era el gobierno.

Una especie de razón superior a la cual había que fortalecer al máximo, brindarle atributos especialísimos y liderazgos intocables. Quienes ejercían estas funciones, de hecho, eran depositarios de tratos preferenciales y hasta reverenciales. Como si se tratara de una religión, siempre había que estar de acuerdo con el gobierno, bajo pena de exilio o desolación en caso contrario. Las energías generales estaban destinadas a cumplir las razones institucionales, aunque fueran faltas de razón y aún de justicia.

Las injusticias poco importaron y solo ciertas voces, siempre al margen y en minoría, se mantuvieron alertas a la verdad, es decir, críticas a “la razón de estado”.

Este modelo ya está superado. No es posible justificar o argumentar a favor de un lugar en el mundo en que el interés supremo sea la estructura gubernamental y sus otrora propietarios.

Hoy, lo más importante somos las personas y nuestro bienestar.

Y en esa medida, la organización estatal, los representantes públicos y aún el marco jurídico se moldean, se reforman y se acotan. El gobierno es un instrumento.

Esto es absolutamente relevante, pues el cambio no solo es trascendente sino capital. Debido a esta transformación, por ejemplo, hoy resulta impensable aducir la ley, el estado de derecho o la sola existencia de una regla, para justificar atropellos a los derechos humanos o un agravio a la dignidad de cualquiera. Menos aún líneas de mando u órdenes superiores, incluso presidenciales.

Es ridículo (y no lo era) reprimir la libertad de expresión por el solo hecho de ostentar un cargo público, esperando que esa aura otorgada por el poder, protegiera impunemente de cualquier castigo por merecido que fuera.

Se acabó la supremacía del gobierno, el imperio de las instituciones, la omnipotencia de los funcionarios.

Por eso, el servidor público también necesita adaptarse auténticamente a esta nueva condición, iniciando por asimilar para sí la naturaleza absolutamente finita, transitoria, circunstancial, de su cargo. La responsabilidad en sus manos no le pertenece, no está en el mercado, no es propiedad privada.

Esta es la razón por la que, entre otras cosas, hoy resulte tan condenable (y no lo era) que los cargos y los bienes a resguardo de un servidor público se utilicen como si se trataran de inventarios particulares.

Desde esta perspectiva, no el debilitamiento de la autoridad pero sí el desvanecimiento de la capa de potestad absoluta del gobierno, le viene bien a esa otra esfera del Estado que debemos impulsar al centro, a la relevancia indiscutible, que somos las personas, los ciudadanos, el pueblo, la población, la gente o como deseemos llamarnos los seres humanos que compartimos esta tierra y este tiempo.

En esta cadena de argumentaciones, están las nuevas motivaciones para orientar el trabajo público.

Necesitamos estar pendientes de la expresión humana, del contexto cotidiano, y dejar atrás otros hábitos y tradiciones institucionales: actuar desde el gobierno solo para el gobierno por ejemplo, o peor aún, para el mandatario como figura impoluta, o bien, obedeciendo a grupos de poder específicos. Cosa común, cosa que debe quedar en el pasado.

Lo mejor es actuar desde el gobierno con esta conciencia de transitoriedad que permite nunca dejar de ser un ciudadano común, es decir, inmerso en los problemas de la comunidad, en sus intereses e inquietudes.

Por eso, ha sido tan significativo el inicio de la edición de las plaquettes de poesía, cuyos autores son y serán jóvenes de esta ciudad.

La primera, presentada el viernes pasado en la Coordinación de las Culturas, Turismo y Economía del municipio de Oaxaca de Juárez, es autoría de Marianna Estephania, cuya obra está imbuida de esta forma distinta, emergente, de mirar nuestro contexto, infundido de violencia, impunidad y enfatizando el dilema individual: cómo asumir el vacío, la simulación y la ligereza, que son signo de nuestro tiempo.

Marianna sin embargo tiene el mérito de no temer y, por lo tanto, de no maquillar, ni de construir edenes donde solo hay infiernos.

Como para ella, también para otras autoras y autores se ha abierto una puerta inédita con la aparición de este proyecto, largamente acariciado.

Ha sido a instancias del poeta Efraín Velasco que se esté haciendo posible. Su inspirada forma de mirar, ha logrado además que estas plaquettes sean sencillas pero con el buen gusto, el cuidado y el valor de la dignidad. Igualmente Alejandra Santiago, Directora de las Artes, Verónica Carrasco y el equipo municipal de las Culturas, han puesto gran empeño.

Ciudadanos comunes todos que solo tenemos una forma de colaborar para sanar a la ciudad: haciendo arte, cultura, fomentando la identidad, el conocimiento y la convivencia, trabajando por la expresión humana.

Por cierto, el título de este texto está inspirado en una canción de Drexler. Refiere al corazón, “el corazón va a sanar”, dice. En este caso, solo pensaba en esta frase mientras presentábamos la plaquette.

La ciudad solo va a sanar si cambiamos la fórmula, la sustancia activa. Para tiempos convulsos y de enfermedades colectivas, literatura.

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Agradecimiento

Fue un privilegio que vinieras a verme César Martínez Bourguet (Premio a la mejor interpretación de Sonata. Khachaturian International Cello Competition 2006), y más aún, que además de tu calidez, me dejaras “Dans un Sommeil”, un disco donde César ejecuta el violoncello y Alejandro Barrañón Cedillo, el piano.

La producción ejecutiva es de Geo Meneses, Ekaterine Martínez y la FAHHO. El disco no es nuevo, pero como si lo fuera. La Sonata in A Menor “Arpeggione”, es magistral. Imposible perder de vista el arte de César. Gracias siempre.

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