Por Al Margen

 

(www.eloriente.net, México, a 4 de septiembre de 2017, por Adrián Ortiz Rome/Al Margen).-

El Partido Movimiento de Regeneración Nacional de Andrés Manuel López Obrador, sigue dando consistentes en su estrategia de desfondar lo más posible al PRD: este fin de semana sumó a nuevos personajes a sus filas, entre ellos a la senadora Dolores Padierna y el profesor René Bejarano, que eran algunos de los últimos baluartes que le quedaban al perredismo no sólo en la capital del país, sino en todos los estados en los que tiene presencia la tribu bejaranista. La estrategia de presión de Morena hacia el PRD es extraordinaria pero, ¿cuándo pensarán en darle algo de contenido de izquierda al nuevo “partido dominante”, que intentan legitimar?

En efecto, el pasado sábado la senadora Dolores Padierna Luna y René Bejarano renunciaron al Partido de la Revolución Democrática (PRD) para sumarse al proyecto de Andrés Manuel López Obrador, líder de Morena, rumbo a 2018. La legisladora, quien también deja la coordinación de la bancada perredista en el Senado de la República, dijo que no se afiliará a Morena, sino que desde su asociación civil, Movimiento Nacional por la Esperanza (MNE), dirigida por René Bejarano, respaldará a López Obrador.

“Estoy redactando dos renuncias: una para mis compañeras senadoras y senadores, de quienes tuve el distinguido honor de ser la coordinadora en el grupo parlamentario del PRD, a ellos les estoy dando mi eterna gratitud y renunciando a la coordinación; la otra va dirigida a la presidenta [del PRD, Alejandra Barrales] para pedir el retiro del padrón de militancia”, dijo Padierna respecto a sus cartas de renuncia, previo a aparecer en el mitin que realizó ayer domingo López Obrador en el zócalo de la Ciudad de México, y en el que también se sumaron formalmente algunos oaxaqueños, como la diputada federal Karina Barón Ortiz.

Particularmente, la salida de Bejarano y Padierna del PRD significa otra vuelta a la tuerca en la estrategia que se delineó López Obrador desde hace más de un año: no pactar con el PRD, sino irle minando sus fuerzas y representación legislativa, hasta lograr someterlo. Su primer intento importante fue este año, cuando intentó consolidar dicha estrategia a través de la presión que ejerció sobre el candidato perredista a la gubernatura en el Estado de México, Juan Zepeda. Éste último no se plegó a las exigencias de López Obrador de someterse a la candidatura de Delfina Gómez Álvarez, y eso provocó que finalmente todos perdieran por la división del voto.

En esa lógica, pareciera que López Obrador sigue enganchado en la idea de terminar con el PRD como una forma de llevarse a Morena la única representación de la izquierda partidista en México. Hasta ahora, sus maniobras coinciden con dicha intención. Sin embargo, nada garantiza que en el mediano ello le reporte las ganancias que posiblemente aún hoy siga esperando tanto para 2018 como para los procesos electorales siguientes. En el fondo, muy en ese fondo que nadie quiere ver, uno de los mayores problemas de gobernabilidad interna para Morena radicará en las inconsistencias ideológicas —por decir lo menos— con las que están estructurando su propia convivencia interna.

TOTALITARISMO BUMERANG

Uno de los problemas que quizá no ve López Obrador en estos momentos es que, en el ámbito nacional, su mesianismo y liderazgo incontestable bien puede terminar siendo un negativo entre sus propios aliados. Otro de los problemas sobre los cuales parece no tener ni la menor preocupación, es respecto a la persistente falta de contenido ideológico para su propio partido. Esas dos cuestiones pueden terminar siendo una especie de socavón con el que el propio López Obrador podría terminar saboteándose.

¿De qué hablamos? De que, en el primero de los temas, López Obrador quizá sigue sin entender que aquel “País de Uno” ya no existe en la memoria colectiva, ni en la práctica política de ningún partido. De hecho, López Obrador tendría que reconocer que el antecedente más inmediato de cómo un líder de partido y de gobierno —el Presidente Enrique Peña Nieto— fracasó en el intento de consolidar una fuerza unívoca que no permitiera los disensos.

El PRI del actual Presidente se estableció como una fuerza dominante e intolerante a las críticas externas. ¿Qué ocurrió? Que en varios casos, los mismos priistas de varias entidades federativas habrían terminado actuando en contra de su Jefe Máximo, para evitar que éste se siguiera fortaleciendo independientemente de los acuerdos locales a los que habrían llegado con las fuerzas opositoras con las que habrían pactado. Ello es lo que puede explicar cómo, en estos casi cinco años de gobierno federal priista, el partido tricolor no ha ganado más gubernaturas de las que ya tenía, y tampoco logró consolidar el poder omnímodo que inicialmente le plantearon al Presidente, como jefe máximo de su partido gracias a una política de régimen dominante.

Eso mismo podría ocurrirle a López Obrador incluso como candidato presidencial: hasta ahora su praxis ha sido de dominar y avasallar. ¿A cuántos gobernadores afines o simpatizantes del actual Líder de Morena, les gustaría someterse voluntariamente a un Presidente que no admite negociaciones? ¿A cuántos gobernadores priistas, panistas o perredistas, les interesaría una alianza de esta naturaleza, cuando saben que la alianza es en realidad sometimiento? Esas serán algunas interrogantes sustantivas para 2018 que, más allá de la desbandada perredista actual, tendría que estarse planteando el propio López Obrador.

El otro problema es más de fondo: ideológicamente Morena ha sido un partido más conservador y de derecha, que varias de las fuerzas de los que dicen representar a los girondinos. ¿Practican la democracia interna? Queda claro que no. ¿Hacen lo propio con la tolerancia hacia las distintas corrientes de pensamiento? Tampoco. Incluso, López Obrador ha sido el único que en este país, en los últimos tiempos, se ha atrevido a asegurar que temas de derechos humanos y de progresismo, tan importantes como el reconocimiento de derechos a ciertas minorías —como la comunidad lésbico gay, por citar un ejemplo—, la decisión sería resultado de una encuesta y no de una determinación política basada en cuestiones ideológicas.

Por eso, al final, sigue siendo por demás inconsistente seguir suponiendo que todo está escrito para 2018, y que los astros están alineados irremediablemente a favor de López Obrador.

LA CARGADA, Y…

Es lo que deberían responderse todos los que ven el momento de 2018 pero desvían la atención frente al ayuno de ideas que prevalece en ese nuevo —y aparente— “oasis de la izquierda” en México.

Por Al Margen
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