eloriente.net/Agencia CONACYT

30 de abril de 2018*

Por Paloma Carreño Acuña

Morelia, Michoacán.- En Santiago Cacaloxtepec, Oaxaca, se hacen sombreros de palma desde que el pueblo tiene memoria, por lo que estos objetos se han convertido en el símbolo de su identidad. La maestra Mercedes Martínez González, de la Escuela Nacional de Estudios Superiores (ENES), unidad Morelia, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), realiza una investigación para comprender la relación persona-objeto en su libro Tejiendo destinos.

1-HEAD_tejiendo2418.jpg

Adscrita a la licenciatura en arte y diseño de la ENES, decidió realizar trabajo de campo en la comunidad durante dos años y medio para entender las relaciones que se tejen alrededor de este objeto.

El sombrero “cácalo” lleva el nombre de la comunidad, Santiago Cacaloxtepec, y según el testimonio de los pobladores, los terrenos actuales del pueblo fueron pagados con sombreros.

«Se teje con el cuerpo»

Durante el trabajo de campo, Mercedes Martínez observó que es sumamente compleja la técnica del tejido, actividad que se realiza solo con el cuerpo. «Se teje con el cuerpo, con las manos, con los dedos, con los brazos, e incluso con la boca».

La única herramienta adicional es un hueso de guajolote labrado que se utiliza para rematar. Dado que los tejedores llevan a cabo esta actividad desde temprana edad, su cuerpo se ha adaptado, de tal forma que parece haberse transformado en relación con el constante contacto con las fibras y el tejido.

El tiempo es un elemento muy importante para los tejedores, siendo un reflejo de la pericia, señala la doctora. Mientras un adulto buen tejedor era capaz de elaborar hasta siete sombreros al día, un anciano actualmente hace alrededor de una docena a la semana.

Pasado, presente, futuro

Maestra Mercedes Martínez González con su libro Tejiendo destinos:

Fotografía de Sarahi Alfaro Guzmán.



Según afirma la especialista, antes esta actividad era realizada por prácticamente toda la comunidad: niños, jóvenes, adultos y ancianos. Hasta hace aproximadamente 50 años existía la Escuela del Sombrero, que eran amplios espacios dentro de una vivienda con piso de tierra, que servía para mantener húmeda la palma.

La función de la Escuela del Sombrero era que los niños perfeccionaran la técnica y adquirieran velocidad. Los varones también tejían en cuevas. Esta práctica llegó a convivir con el sistema de educación escolarizado, pero fue desapareciendo poco a poco.

«Ahora, aunque no todos dominan las técnicas del tejido, los niños siguen conociendo el orden cronológico que se debe seguir para elaborar un sombrero de palma, y algunos de ellos tejen partes del sombrero con frecuencia, o ayudan a sus madres a elaborar objetos de fibra de polipropileno».

Mercedes Martínez González considera que la relación que los niños mantienen con este objeto en el presente es ambigua, por un lado quisieran que en el futuro la comunidad se asemeje más a una ciudad, la dibujan con edificios, carreteras y cables eléctricos, y al mismo tiempo, el sombrero parece representar una parte importante de su identidad.

Precio de la identidad

A pesar del significado que este objeto tiene para quienes lo elaboran, de la complejidad de la técnica y del trabajo que implica su realización, un sombrero de palma se vendía, en 2012, en 23 pesos en el mercado de Huajuapan de León.

«Este objeto es utilizado principalmente por varones, para el trabajo en el campo, aunque las mujeres pueden portarlo cuando van al cerro. En la comunidad, las personas me platicaban que se levantaban y después de la ropa se ponían el sombrero».

El uso va más allá de su funcionalidad, forma parte de la indumentaria local; la doctora señala que sin el sombrero algunos varones dicen incluso “sentirse desnudos”.

Con su obra Tejiendo destinos, pretende mostrar el valor de este objeto y hacer visible la historia de una comunidad en la que el sombrero de palma es un importante símbolo de identidad.



*Publicado originalmente el 24 de abril de 2018