Esclavos en los cultivos de algodón. © Library of Congress

Por Xavier Vilà, corresponsal de RFI en Washington.

Hace 400 años, en agosto de 1619, llegaron los primeros esclavos africanos a América del Norte, en la entonces colonia británica de Virginia, según cuenta la historia. Pero más allá de las conmemoraciones previstas para la ocasión, los debates sobre este acontecimiento que marcó con fuego la historia de Estados Unidos no están resueltos.

El arranque oficioso de la esclavitud en América del Norte que se conmemora, con la llegada forzada de una veintena de africanos a la costa del actual estado de Virginia hace 400 años, aflora la contradicción sobre la que se edificó un país. Y es que los Estados Unidos entonces en ciernes que esclavizaban a africanos como colonia inglesa experimentaban a la vez con los primeros conatos de democracia en Jamestown.

En esta contradicción recae el pecado original sobre el que se sustenta la historia estadounidense. El país se creó y progresó sobre el expolio de los africanos.



En el origen de la esclavitud

En el verano de 1619 se definieron las relaciones políticas y raciales de un modo tan profundo que su impacto se mantiene en el país gobernado por Donald Trump. En ese tiempo se presentó ante el poder inglés una asamblea general para el autogobierno. Electores de cada una de las cuatro ciudades que formaban la colonia eligieron a dos diputados para que defendieran sus intereses, así como hicieron los residentes de cada una de las siete plantaciones existentes en la zona.

El experimento democrático ofrecía aún y así limitaciones evidentes. Los ingleses restringieron el derecho de voto a hombres propietarios de tierras, e impusieron a seis representantes en la asamblea. El gobernador de la colonia mantuvo el poder de vetar decisiones de los elegidos. Pero a nadie se le escapó que ese laboratorio de democracia puso la semilla para el autogobierno posterior en las colonias británicas en América del Norte.

A pesar de las limitaciones la democracia florecía. Pero a la vez llegaba a la colonia que votaba un barco pirata inglés, el White Lion, con africanos esclavizados. El colectivo provenía en origen de la colonia portuguesa de Angola. Había sido capturado al abrigo de una serie de conflictos armados vinculados a las hostilidades existentes entre el poder colonial de Lisboa y los reinados Kongo i Ndongo.

Forzados a una marcha inhumana de 300 kilómetros hasta la costa, los africanos abordaron el barco portugués San Juan Bautista en la ciudad portuaria de Luanda. En ese momento eran 350 prisioneros de los portugueses. Mientras navegaban cerca de Veracruz, en México, el San Juan Bautista sufrió el ataque de dos barcos piratas ingleses, el mencionado White Lion y el Treasurer. La batalla en el golfo de México terminó con los piratas apoderándose de unos cincuenta africanos.

Semanas después del incidente, en agosto del 1619, el White Lion llegaba a Virginia. Recaló en Point Comfort, hoy en día Hampton. Fue allí donde el mercader John Rolfe, antiguo esposo de Pocahontas, relató en un diario la llegada de “una veintena de negros, que han sido comprados a cambio de alimentos”. La mayoría de esos esclavos fueron comprados por ingleses poderosos y a pesar de que los registros son escasos, los historiadores asumen que se los destinó al arduo trabajo en las plantaciones de tabaco.

De esos registros se asume que la esclavitud en los actuales Estados Unidos proviene de ese verano del 1619. Pero otros análisis discuten esa teoría. Como desgrana el imprescindible Winthrop Jordan en su clásico de 1968 White Over Black esa fecha sirve como coartada intelectual para el estudio de los orígenes de la esclavitud. Pero la realidad es otra, escribe Jordan, que vincula los hechos de 1619 con una justificación moderna para reflexionar sobre la mala conciencia de la sociedad actual respecto a su pasado. En este sentido los historiadores advierten que ya en 1616 personas de raza negra provenientes de las Indias occidentales eran forzadas a trabajar en el cultivo de tabaco en Bermuda. También existe evidencia histórica de que muchos africanos expoliados por los españoles navegaban a bordo de una flota comandada por Sir Francis Drake cuando llegó a la isla de Roanoke en 1586. En 1526 africanos esclavizados eran parte de una expedición española destinada a establecer un enclave en la costa de la actual Carolina del sur.

 

Una narrativa ambigua

Así, la narrativa del 1619 como el origen de la esclavitud palidece al considerar que medio millón de africanos ya habrían cruzado el Atlántico antes de esa fecha empujados por la maquinaria colonial europea. En paralelo a este revisionismo histórico cabe interrogarse también sobre el componente inglés de la historia de 1619. Esta aproximación ignora la naturaleza transnacional del mundo colonial y de la competencia entre potencias europeas que -colectivamente- facilitaron la esclavitud incluso cuando discrepaban en todas las otras cuestiones que les concernían. Desde los primeros años de la década del año 1500 los portugueses, españoles, ingleses, franceses y holandeses lucharon para controlar los recursos del emergente mundo transatlántico y trabajaron juntos para facilitar el exilio forzoso de los pueblos indígenas de África y América.

Como demuestra el historiador John Thornton, los africanos que aparecieron en Virginia en 1619 llegaron a ese enclave tras una cadena de acontecimientos que involucraron a Portugal, España, Holanda e Inglaterra. Virginia fue parte de la historia, pero no fue más que un bache en un camino que ya llevaba décadas siendo tortuoso para miles de africanos esclavizados.

Este énfasis exagerado en 1619 nos conduce al estado actual de las cosas, puesto que el marco histórico define el significado del debate. Conmemorar el 400° aniversario alimenta y normaliza la experiencia europea cristiana como una constante histórica y convierte a los actores africanos en sus variables dependientes en la narrativa de lo que significa ser estadounidense hoy en día. Potenciar el 1619 como base del debate fortalece la cosmovisión de los europeos intrépidos que vivieron la aventura colonial y que terminaron construyendo un hogar porque estaban en su casa.

Pero -claro- no lo estaban.

Los europeos fueron los invasores. El error de considerar los actuales Estados Unidos como inherentemente de origen inglés o -en su extensión- europeo conduce a asumir que los Estados Unidos ya existían de forma embrionaria en 1619. Semejante aproximación legitima la idea que los Estados Unidos son y siempre han sido blancos, cristianos y europeos.

El énfasis excesivo sobre el 1619 imprime en nuestras mentes y en la narrativa nacional la idea de que los afroamericanos no son de aquí. Esta idea establece las condiciones para que los descendientes de aquellos africanos sean por siempre percibidos como extranjeros en los Estados Unidos. Una narrativa abrazada hasta el extremo por Donald Trump y su gobierno, lo que demuestra que tras 146 años del fin oficioso de la esclavitud por decreto constitucional aún se está muy lejos de terminar con el racismo y la discriminación en los Estados Unidos.

Y es que el expolio de los africanos en origen fue una parte tan sustancial de la cultura y la economía del país naciente que -400 años después de la llegada de los africanos a Jamestown- el pecado original continúa vivo.