En la cotidianidad de la vida se pierde normalmente de vista la idea de que la vida puede cambiar en instantes, pues por las rutinas que nos comprometen con nuestro estilo de vida, las interacciones usuales con la familia, amigos o compañeros de trabajo, hay una seguridad que nos acompaña y nos permite ponernos metas, hacer planes, etc. De hecho, la neurociencia demuestra que nuestro cerebro busca normalmente economizar su energía y evitar un desgaste innecesario, por lo que las rutinas tanto de pensamiento como de conducta son prácticamente naturales.

Sin embargo, hay un aspecto dentro de nuestra misma genética que representa un altísimo valor para la vida misma: la capacidad de adaptación a situaciones extremas y estresantes, se rescata esta premisa por el aniversario de los sismos de septiembre de 2017 que marcaron nuestra historia y demostraron la forma que como nación podemos responder ante situaciones críticas.

Retomando el punto central de la forma en que nos podemos adaptar a un medio difícil y sobrepasar la adversidad, hay que tomar en cuenta que son necesarios elementos muy importantes que sirven como fortalezas que nos muestran las herramientas y los caminos para poder recuperar el bienestar o el equilibrio, esto resulta ser muy interesante, pues anexando a esta línea optimista de desarrollo, hay otro elemento que es su contraparte, que implica el recuerdo de los eventos que nos ponen en riesgo, y por lo tanto un estado de alerta, que en algunos casos puede llegar a ser una alerta generalizada, lo que lógicamente, conlleva al desgaste.

Tomando en cuenta estas dos variables, la pregunta que aquí se establece es: ¿Cómo puede uno superar adversidades que surgen con intensidad marcada si nos acompaña un recuerdo que nos protege de un futuro desagradable? Es decir, ¿Cómo puede ser positivo si aún tengo miedo de lo que acaba de pasar? para contestar esa pregunta es necesario tener conocimiento de algunas cosas, primero partamos de que los seres humanos somos seres sociales, nacemos, nos desarrollamos y morimos dentro de un grupo, este grupo determina los modos de percibir el mundo y los valores para el desarrollo de la vida, segundo, por la misma rutina ya mencionada muchas veces no cuestionamos aquello con lo que crecemos, sino que simplemente repetimos, acto que nos deja acciones muy limitadas para la creatividad, resolver situaciones o lidiar con el estrés, tercero, la información que se maneja en estos casos tiene un efecto potenciador en la sensibilidad social, por lo que normalmente no se tiene el cuidado de transmitir noticias delicadas y se puede distorsionar o exagerar la información.

Teniendo en cuenta esas variables, la forma de acercarnos a nuestras propias fortalezas y recursos para enfrentar la adversidad son dos elementos que se acompañan entre sí: el autoconocimiento y una perspectiva analítica y crítica. Bien decía Sócrates: “conócete a ti mismo” pues en realidad si emprendemos la experiencia de conocer nuestro interior, nuestro modelo de pensamiento, el origen de nuestros comportamientos vamos a encontrar muchas sorpresas, recursos y limitantes que pueden esbozar una imagen más clara de nosotros mismos, lo que nos capacita para responder de mejor manera a diversas situaciones de la vida, y adquiere un mayor valor en casos de emergencia o crisis; caminando a la par la visión analítica y critica permite que podamos observar con mayor detenimiento la información que recibimos, a fin de no solo repetirla sino examinarla para construir un punto de vista que podamos expresar y argumentar, para de esa manera tener otras referencias para resolver problemas de la vida cotidiana y situaciones de crisis.

En consecuencia, superar la adversidad implica la capacidad de identificar nuestras fortalezas y emprender acciones que nos permitan recuperar el equilibrio o acercarnos al bienestar, implica también construir o “ser” las referencias necesarias para tener un impacto social positivo en otros que los motive a buscar en sí mismos los recursos para superar dificultades.

Finalmente, como reflexión queda cuestionarse respecto a los valores que se transmiten a los niños de manera práctica (no en discurso sino en acciones y actitudes) para revisar si lo que se transmite realmente les enseña como tener recursos y habilidades identificados o no.