Por: Eva Bodenstedt

—La importancia que tiene la educación en la historia de un país, se podría comparar con la construcción de un espacio que se comprende por lo menos de cuatro castillos para impedir que se derrumbe con un soplo fuerte de viento, como sucede con una palapa de hongo, las que sostienen su techo de palma por un único horcón. ¿Me explico? —pregunta Akira.

La niña mira a quien habla y a quienes escuchan, mismos que también tomarán la palabra en su momento. Hace tiempo que Zu no va a clases, ya no sabe lo que es una escuela, tampoco está conectada al internet y como vive ahora tan lejos de la escuela pública a donde iba, tampoco su madre recoge las tareas que cada miércoles entrega el profesor que le impartiría este año, su sexto de primaria.

—¿Qué es escuela? —responde Arturo carcajeándose—. Ni el Presidente sabe qué es una escuela.

Zu, la niña, se vuelve a ver el horizonte. Sabe que el lugar en donde se toca el cielo y el agua del mar, tiene un nombre, una pequeñita lo lleva, pero se le ha olvidado. Sus ojos se llenan de lágrimas, ha sucedido algo en su familia que concuerda con la importancia de la educación, de la cual careció un ser humano a quien su madre nombró el Hombre Ébano por su empatía con la madera y la palma con la que podía crear hermosos templos tropicales sin saber ni leer ni escribir. En lugar de haber ido a la escuela cuando era pequeño, se iba al río a pescar salmiches y camarones, una vez atrapados con una lanza que se hacía él mismo con una navaja y un pedazo de madera, el Niño Ébano se iba a ver el ganado de los vecinos y montaba con gusto y placer, a pelo, los caballos y los burros. Un día comenzó a mirar el mundo desde otra perspectiva, eso sucedió cuando la madre de Zu se enamoró de él al verlo construir en su propiedad, espacios hermosos en donde él aparecía como un cirquero, un trapecista que sin miedo a las alturas, hacía magia con los materiales de la región, pero cuando aquello se terminó de construir, siendo él analfabeta y desinteresado en la filosofía, así como en la lectura o cualquier otra acción cultural, la empatía entre ellos fue nula, y a sabiendas de que ninguna relación puede lograr sostenerse en un solo horcón —en este caso sería la relación sexual—, el ser pareja se terminó, no así la amistad, había una lealtad intrínseca que se fue alimentado al apoyarse uno al otro más allá de ellos ya separados, y lograr que cada cual siguiera con bien, con ánimo y éxito, su camino.

En estos términos, la madre de Zu le abrió al Hombre Ébano las puertas de la nueva morada de sus padres cuando éstos decidieron retirarse cerca de su hija, frente al horizonte del Océano Pacífico del sur de Oaxaca.

Retirada estaba la mamá, no el papá, que seguía sembrando buenas “semillas” en un negocio que después de 45 años de interminable entrega y labor, comenzaba a dar tan buenos frutos, que existió la posibilidad de construir un bello y hermoso lugar dándole trabajo a mucha gente, mucha bajaría de la sierra invitada por el Hombre Ébano, misma que podía tener ganas y talento, pero nula experiencia.

Algunos apenas podían hablar algunas palabras en español. Necesitaban del trabajo para comer mejor, para vestir mejor a sus hijos, quizá llevarlos a la escuela pública donde las bancas y las sillas las hacen los mismos padres porque el Estado no se encarga realmente de ello.



—La desigualdad que impera en este país, está construida desde el Estado —tercia otra voz—, porque la paga a personas que no saben hacer trabajos calificados porque carecen de una educación. Se ha convertido en el pretexto y o en sustento de un salario mínimo que detona el no sentirse culpable de que si uno hizo millones de hora nalga para estudiar, tenga evidentemente el derecho de cobrar mejor por su trabajo, aunque con eso tampoco estoy de acuerdo en que los salarios sean tan bajos, que a la gente no le alcanza para vivir con dignidad, y dos, que el Estado, el cual sí recibe impuestos de todo y de todos, no haga bien su trabajo, sino que robe. ¿Es ese el mejor ejemplo para que el movimiento de justicia se dé dentro de las casas en donde los que saben ganar y re invertir bien sus ganancias, le enseñen a los otros a también sembrar bien su dinero, el que sobre, y que salgan así de la miseria?

—Y la miseria crece a partir de varios lugares y o puntos, porque se va acumulando desde que les arrebataron a los nativos de América su relación con el espíritu y la naturaleza, imponiéndoles una forma de vida completamente capitalista e imperialista en la que no terminan de encajar.

—La migración que se da ahora a esta parte de la costa, tiene en su origen algo similar: Después de la 1ra Guerra Mundial, mucha gente de afuera, tanto nacional como internacional, se hizo de tierras en la sierra donde las plantaciones naturales del café, les dieron la oportunidad de crear grandes, enormes y exitosas Fincas de café a las cuales llegaron los grupos indígenas y mestizos de los Valles Centrales cuando éstas requerían de mano de obra para pizcar y tratar el grano, ello justo cuando la grana cochinilla había bajado de precio por el ingreso al país de tintes industriales. Pero llegaban tantos, que cuando la pizca terminaba, no había lugar, ni pagos ni tampoco trabajo para ellos, y bajaron a poblar la costa, sin escuelas, sin educación, sin apoyo del Estado, ya deja Federal, tampoco estatal. 100 años después, extranjeros de más países que al inicio fueron alemanes, españoles y colombianos, se hacen dueños de hermosos lugares en esta costa, que requieren mano de obra, y mucha de ella llega de cerca, pero también baja de Candelaria, como de Pluma Hidalgo en el Siglo pasado.

En el caso de la familia de Zu, el Hombre Ébano fue recibido con los brazos abiertos por su familia quienes como ella, pusieron por él las “manos al fuego” y le tendieron toda su confianza.

La felicidad y seguridad a cargo de la obra fue creciendo como ella, no obstante, la sobra de ego y orgullo —una auto-trampa—, y la carencia de humildad ante sí mismo de aceptar que la educación con la que contaba no era suficientemente fuerte para lograr llevar una planeación adecuada y de organización clara monetaria, el crecimiento de la obra y la responsabilidad, comenzaron a transformar aquello en un rompecabezas con las fichas regadas por doquier.

Si los “Patrones”, como siempre se les llama a los que no son indios aunque sean mexicanos, y con mayúscula,, le daban un monto de dinero para pagar las pipas de agua, el Hombre Ébano no lo usaba todo para ello porque tenía cuentas pendientes en clavos, ladrillos, cosas extras que llegaban, o la reparación de la revolvedora, etc., etc., etc., pero aquello no estaba escrito en un papel, ni tampoco dicho en el momento de hacer las cosas, ya porque no sólo no encontraba el tiempo al querer hacerlo todo, ya porque tampoco el Patrón lograba ver lo que estaba pasando, ya porque el Hombre Ébano no abría la boca para comunicar, ya porque el otro no lo sabía escuchar, ni tampoco, verificar que todo el trabajo que le daba, se estaba haciendo en orden.

Escuchando todo ello, Zu comienza a trazar un mapa en una hoja mental, dándose cuenta de que quizá no va a la escuela, pero el escuchar estas problemáticas de adultos, le dan otra educación.

¿Cómo puede educarse alguien para aprender a comunicarse, a pedir que le digan lo que otros ven, porque uno solo no lo ve todo? ¿A quién y cómo le iba a hacer Zu para que la escucharan —había adoptado al Hombre Ébano como papá más allá de que siguiera o no con su mamá, en su corazón—, para que la desconfianza tuviera un remedio, misma que se desbordaría a la par de la pandemia, que detuvo la construcción, y por ende todo el rompecabezas salió a flote, poniendo en duda la transparencia de los recursos?

Deudas inmensas aparecieron y la explicación de que ese dinero sí se había ido a otras cosas de la construcción —en caso de que fuese cierto—, no tenía fundamento, y sin fundamento, el engaño era puro.



—¿Por qué no se enseña en la casa y en la escuela, a escuchar al otro, porqué no nos enseñan a hablar, a comunicarnos, a decir las cosas a tiempo?. —interrumpe Zu a los adultos.

¿Dónde está la punta de la madeja para encontrar el inicio y encontrar en él una forma de llegar a un “final” feliz en este problema, en donde ambos lados se sienten traicionados? ¿Dónde está la capacidad, el aprendizaje de callar al ego, al orgullo? ¿Quién tiene la plata para pagar los talleres y procesos para saber mantenerse en equilibrio y no tomar en sus manos la venganza para destrozar al otro y después a sí mismo? ¿Es esta la única posibilidad?, —se pregunta Zu.

Zu escuchó a lo largo de muchos años cómo su madre le daba consejos a su ex, diciéndole que se contratara a alguien que le llevara las cuentas, porque él no podía hacer todo, ni tampoco sabía hacerlo. ¿Qué le impidió escucharla, hacerle caso? ¿Eso está escrito en los libros de texto de las escuelas? ¿Es necesario que una autoridad maestra les enseñe a los niños que los actos tienen consecuencias, y de que para construirse un mundo feliz y digno, se requiere saber cómo uno se puede construir con bases sólidas en donde éstas puedan coincidir con el sentido común, la intuición, la intención y la inteligencia?

—Si el Presidente que quiere cambiar el país, tuviera la capacidad de escuchar, podría pasar a la historia como el Hombre Transformador, pero no es el caso, él está solo detrás del timón de mando sin tener la menor intención de tomar consciencia y acción, de que la educación es la única que puede sembrar un verdadero cambio en el tuétano de nuestra nación. La inteligencia se detona, se provoca, se pare, -de parir-, a partir de ejercicios, a partir de crear, de pintar, de hacer música, no de aprenderse de memoria quién fue Benito Juárez, ¡por favor!

—Vivimos en una desgracia. Y lo peor, es que si te opones, te matan, y si no dices nada, o no logras hacer nada en la incógnita, eres literal, cómplice de esta tragedia nacional que va in crecento.

Zu escucha y le cae el veinte de porqué, aunque sean magníficos seres humanos, y sepan sonreír, y ser felices, de diez trabajadores, uno, es capaz de poner una maceta en el sitio adecuado, los demás carecen de esa capacidad, la de discernir, la de decidir con exactitud, en dónde se tiene que poner para que sea útil, y no obstruya el camino, y más, se vea bonita como dentro de un cuadro hecho por un artista, y o un niño que no ha sido intervenido por esa “otra educación” que les arrebata la primera intuición. ¿Acaso en la escuela aprende uno a unirse, para lograr a partir de un conjunto de muchas mentes y ojos, alcanzar una meta más plena y segura? Y en el camino hacia ella, aprenderán unos de otros y así se conforma mejor la perspectiva de la vida.

¿Qué ha pasado dentro de esta empresa familiar en la que nunca existió el racismo, no de parte de los Patrones hacia los empleados, sino el amor y la confianza?, —se pregunta Zu—, y ¿cómo puedo yo lograr que mi madre pueda volver a caminar, una vez que las rodillas se han negado a sostenerla más, porque no sólo carga con sus 68 kilos, sino los cien de los demás, intentando mostrar, desde el fondo de lo diáfano, que ambas partes deben ceder y comprender que de los errores se aprende, que en los errores, no se siembra la revancha, que si el Hombre Ébano se empodera en la venganza por no haber sido escuchado, y no acepta que no abrió la boca antes, —si no hablas, Dios no escucha—; y si la otra parte no acepta escuchar qué sucedió realmente del otro lado, esa línea entre el cielo y el horizonte, nunca recobrará su nombre y su significado, y yo, Zu, creceré con un gajo de impotencia en el centro de mi corazón.

¿Será éste un motivo para decirle a todos que la educación es infinita, y la respuesta no está siempre en Google?