La Pirata del Oriente

Por: Eva Bodenstedt

Punta Esmeralda

Sorprendentemente, en la Punta Esmeralda del caribe mexicano, muy cerca de Playa del Carmen, se ofrece la oportunidad para que en mancuerna con una fundación y el DIF, se reciba de forma gratuita a todas aquellas personas que visitan nuestra Península de Yucatán, especialmente a aquellas que dependen de alguien más, para poder gozar del oasis sin los medios económicos para hospedarse en los hoteles que, a diestra y siniestra de esta playa, intervienen los espacios de forma brutal, a un paso del mar turquesa.

Para no hacer el cuento largo, una se encuentra discapacitada y es llevada a esta Punta para tener la bendición de dejarse deslizar dentro del estanque de su cenote desde un vehículo construido para seres con capacidades diferentes, antes, minusválidos.

El asiento semeja al de un “pachá” y está hecho con una especie de manta de plástico, como una coladera, por la cual el agua de un mojado, caerá al suelo sin dejar un charco en donde se posa el nalgatorio. Y así, con las piernas estiradas hacia la primera rueda del triciclo y los brazos recargados como reina, ingreso a la playa y de ahí, soy llevada a la orilla del cenote, mismo que no tiene más de 40 centímetros de profundidad a lo largo y ancho de unos 350 metros cuadrados, como se puede apreciar cuando familias enteras caminan dentro para registrar el magnífico momento en el que sus hijos gozan de la vida metidos en llantas de color azul, verde, rosa y violeta con figuras de flamingos, patos y cocodrilos. En posición horizontal, impulsada por mis brazos y manos hendidas en la blanca arena, recorro el espacio y me imagino ser una lagarta cuya extremidad inferior va y viene de un extremo al otro para de forma rítmica, moverse con el resto del cuerpo a donde sea necesario.

Desde esa altura la visión es indiscutiblemente diferente y el panorama se convierte en un escenario en donde los presentes podrían muy bien ser personajes de un circo, y porqué no, de un mundo mitológico donde semejan a los monstruosos minotauros, con la mitad del cuerpo de un animal y la otra de un humano, mostrándose en trajes de baño sin pena ni gloria. Yo al igual estoy con mi bikini sumida en posición horizontal dentro del charco paradisíaco rodeada de un abanico de expresiones dignas de ser registradas por Federico Fellini, el magnífico cineasta italiano.



Me muevo de lugar, tomo una curva de arena para alejarme del cenote “caleta” para desembocar ahora cerca de la orilla del mar.

Ahí hay otra tina de agua dulce donde no son los humano-hipopótamos los que chapotean, sino una amada desgracia natural: es una niña de unos cuatro años que con la cabeza tres veces más grande que su cuerpo, en forma de triángulo, le sonríe a la vida dejando entrever un par de dientes quebrados que anidan a uno de plata. Ella es feliz y por lo tanto sus padres lo son. Cada uno desde una orilla, sin perderle la vista, le avientan una pelota que la criatura mira pasar y sin problema alguno, va por ella. Pido una especie de permiso para avanzar y quedarme a donde podría hasta flotar.

El fondo estará a unos 50 centímetros de la superficie. Desde ahí, sumiendo el cuerpo para no tatemarme con el sol velado por una brisa fresca, invernal, me descubro en medio del camino de los comerciantes. No sé si estoy soñando. El vendedor de Bonice, como si no existiera el agua, camina desde la entrada de la playa hasta el cenote jalando tras de sí su carrito, y sin más se mete en él como si no existiera otro camino. Mientras las ruedas de su negocio ambulante se hunden cada vez más, seguidas de los tubos oxidados y despintados del carro, ofrece gritando bonais bonais a todo volumen para que sin más niños emerjan de todas partes para chuparse el tubo de hielo entre sus labios. El agua ya le llega hasta las bermudas al Mister Bonice que sigue avanzando directo hacia mi, por lo que me hago para atrás completamente absorta, sintiendo cómo los ecos de las olas se entretejen unos con otros mientras la envoltura del mentado palo de azúcar helado termina, como si fuera biodegradable, flotando en el oasis semi-marino muy cerca de donde metros adelante, un muchacho cuyo síndrome es multifacético, sostiene su boca abierta con el labio inferior dentro del agua, y el superior, besando la superficie. Su expresión es de tal gozo, que no puedo mas que imaginar y o sentir el placer que él debe estar sintiendo. Su quijada, su frente, sus pómulos son de diferentes tamaños y no concuerdan entre sí, podría ser un dibujo vivo de Picasso o uno de la mexicana Lucía Vidales Lojero, “Agruparse o morir, 2010”…



Desvío mi atención al horizonte, estoy ya muy cerca del otro lado, pero no hay paso hacia allá, no para mi, no para el muchacho ni la niña: una frontera de arena es una especie de puente o pasarela de todo tipo de especímenes, de ellos, una buena cantidad parecen lienzos de piel tatuados, uno es fenomenal, parece ser de Texas, con sombrero de alas dobladas que parecen un medio taco, con el pecho hacia delante como si las alas tatuadas en él fueran a desplegarse aún más para volar. Ya él vuela a pesar de la panza grande y dura que también presume como hermosa, me imagino el embarazo masculino de dos gemelos o una docena de piedras de río dentro de ella. Muchos llevan en su mano el celular, como si fuera una extensión de sí mismos. Hombres y mujeres, no iniciaré aquí la búsqueda de letras y o palabras que engloben a todo-todes-todxs los “géneros”, y me adhiero al lenguaje español con el que yo crecí, incluyendo a todos con sus diferencias.

A lo lejos se escucha el que ofrece empanadas de atún y algo más sin detenerse a ofrecerlas a menos que alguien le grite, pasa de volada con su cajón de vidrio al hombro, chapoteando al igual con sus tenis en el agua cristalina del cenote.

Ha pasado ya el tiempo suficiente como para pedir ayuda y salir. Levanto los brazos para llamar la atención de Marisol en el preciso momento en el que llega una chica con otro síndrome, tiene la boca muy abierta en una sonrisa inamovible. Ha llegado hasta la playa en la silla de ruedas mientras Marisol estaciona el gran triciclo de los pachás inválidos muy cerca de ella, tan cerca, que el papá de la chica casi se cae al levantarla con cuidado y maestría para pasarla al transporte en el cual la ingresan al mar, al caribe, a donde es literalmente cacheteada por las olas mientras el carrito es empujado hacia adentro, hacia allá, hacia el horizonte que todos podemos alcanzar con la mirada, exacto, con la mirada, la mirada feliz, la triste, la melancólica, la que llena de bendiciones y gracias se pregunta si existirá alguna forma de existencia justa para que toda la naturaleza y sus habitantes que no son humanxs, se presenten con discapacidades o capacidades diferentes de manifestarse para decir de forma clara: YA BASTA.

Tengamos en claro que ninguna de ellas será capaz de manifestarse mas que con su propia existencia para que comprendamos que si no le paramos a nuestra contaminación y formas de consumo, ni a la insaciable acción de construir sobre ella sin respeto ni miramiento alguno, no existirá el perdón de los que vienen atrás de nosotros… Si nadie detiene al Mister Bonice que se mete con zapatos y carro oxidado al cenote a vender helados empaquetados, nadie de atrás comprenderá que si uno no cambia, nada cambiará hacia lo bueno, sino que cavaremos nuestra tumba en un desierto, o bien, seremos cómplices por ignorantes, de tampoco ser capaces de desviar un meteorito, claro, un cometa como en la película de Dont´ Look Up, que reventará nuestra casa en millones de pedazos, la calcinará.

Aquí la Pirata Lagarta les desea un posible cambio en este año 2022.