Los Manantiales, por Moisés Robles Cruz

Hace 100 años se terminó de imprimir en Madrid este volumen XVIII de la colección de obras completas del gran Amado Nervo, la cual estuvo al cuidado del joven Alfonso Reyes, quien para entonces residía en esa capital viviendo de su talento literario, porque el gobierno de Carranza le había quitado su puesto en la representación diplomática.

No sé cómo se exhibían los libros recién salidos del horno, pero seguro que no a través de anuncios espectaculares y tampoco había esa mesa, que al entrar a una librería, nos recibe hoy con un sinfín de novedades de todos los colores; seguramente todo corría de boca en boca, y así se recomendaban las últimas ediciones.

Imagino, entre Unamuno, Ortega y Gasset, Pío Baroja, Valle-Inclán y Azorín, un: “ya leíste lo último de Nervo?”, como ocurre hoy cuando dos se mensajean para recomendar la última serie de Netflix.

Este libro, “El estanque de los lotos”, contiene uno de los poemas que siempre ha llamado mi atención: “Los manantiales”; no es de sus versos místicos ni tampoco de los más conocidos en la cultura Nerviana, pero me gusta leerlo lentamente y sentir como escancia el agua de su estrofa en mi garganta:

“Lee los libros esenciales , bebe leche de leonas,
gusta el vino de los fuertes: tu Platón y tu Plotino,
tu Pitágoras, tu Biblia,
tus indos inmemoriales,
Epicteto, Marco Aurelio… Todo el frescor cristalino que nos brindan los eternos manantiales!”

De este verso se puede realizar más de una tesis y pintar más de una barda.

José Emilio Pacheco escribió un poema sentado en esa idea: “bebí el áspero vino que reservan para el placer los bravos”. En él, recupera un poema de Constantino Cavafis, escrito a principios del siglo pasado, dice: “bebí de vinos fuertes, de los que beben los viriles del placer”

A su vez, Luis González de Alba, bajo ese mismo influjo helénico, publicó un libro de cuentos y narrativa erótico-hedonista, con el título “el vino de los bravos y unos tequilas”.

Aunque bravura y fortaleza no es lo mismo, al final de los tiempos un vino que se sabe beber puede llevarnos al mismo punto de origen poético y alejarnos de nuestro lado animal.



Volviendo a la fuente principal (El estanque de los lotos) me es difícil imaginar que Nervo, siendo Secretario en la Embajada de Mexico en Madrid , en plena primera Guerra Mundial, haya viajado a Atenas y conocido a Cavafis, o leído en griego al poeta (tengo entendido que solo fue traducido años después) lo que me lleva a pensar que esta frase fue una de esas coincidencias que bajan en forma de inspiración y llegan al fondo de dos corazones ansiosos de escribir en distintos lugares.

Nervo, en su poema “Oremus” (“Misticas” -1898) pidió: “oremos por las nuevas generaciones, abrumadas de tedios y decepciones”(pareciera que lo escribió ayer).

Después, en esta publicación centenaria, pide leer los libros esenciales y beber el vino de los fuertes.

¿Cuáles serían para ti los libros esenciales en este momento de tu vida? ¿Dónde están? ¿Forman parte de tu sobrevivencia? ¿Los consultas? ¿Los has leído últimamente? ¿Dónde los guardas? Y algo muy importante: ¿cuando mueras, alguien de los tuyos sabrá de su contenido y de la utilidad que para ti representaban?

A Nervo, el vino de los fuertes le supo a Platón, a Plotino, a Marco Aurelio… al Pentateuco, los Salmos, los Proverbios, desde luego a la palabra de Jesús de Nazareth y a la del Buda Sidartha Gautama.

¿Me gustaría saber a qué te saben tus libros esenciales? ¿Cuál es el vino que en cada amanecer te da bravura o en los días difíciles te brinda fortaleza?

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