Elena Garro o la tragedia de la vida rural




 

Por: Félix Manuel Cruz*

Hace poco tuve la fortuna de presenciar una de las mayores obras de México, una que fue presentada en un magno recinto de barro, emergido de los propios labrados de la tierra y que a través de sus acabados desbordaba la esencia única   de una realidad que plasmaba la magia de un presente esperanzado y lleno de fatiga por la ardua labor de su lucha social, al mismo tiempo que me dejaba vislumbrar una amarga realidad del futuro porvenir de la tierra.

Fue así como el teatro me dio la bienvenida y de un momento para otro levantó su telón, presentando para su audiencia una trágica obra que reflejaba la calamidad de una vida que se veía sofocada por las sombras de sus penurias, que mudas, no dejaban oír ni siquiera el melancólico sollozar de la tinta corriéndose sobre el papel.

Y, aun así, me resultó imposible no apreciar las grandes historias que las animas reflejaban fuera del foco, plasmando sobre la pared el contraste de mil espectros, de cientos de colores y sobre todo de miles de culturas, que se entremezclaban para dar, producto de sus choques, un espectáculo que se apreciaba tan crudo, tan real, como mágico.

Este fue el recinto donde se presentó Elena Garro, un teatro que le valió luchar por no ser asimilada por la obra de quien fue su conflictuada pareja y el teatro en el cual demostró el gran valor que tuvo su trabajo como una de las precursoras más importantes del realismo mágico y cuya obra si hoy es desconocida no lo es por ser la sombra de Octavio Paz, ni mucho menos por falta de talento, sino por la ignorancia de un público que hoy le teme a enfrentar su cruda realidad y al que le atemoriza el poder de la magia, bella y revolucionaria.



En el pasado, este magno recinto fue visitado por la promesa de grandes héroes y revolucionarios que profesaron la lucha por defender los derechos de las comunidades rurales, de los pueblos indígenas y de la diversidad cultural, convirtiendo las ansias por un cambio, pan, paz y tierra, en los causantes de una juventud que vería marchar a sus padres e incluso a sí mismos en una guerra que finalmente les garantizaría la protección de su patrimonio nacional.

Pero qué calamidad se presentó en el amplio margen de aquel teatro para la ya exhausta clase campesina al ver cómo las puertas de aquel recinto se cerraron de par en par ante sus exigencias, al ver la caída de tan majestuosos muros por la pérdida de una tierra que no habría de ser labrada en años y de un México que hasta la actualidad sigue sangrando las llagas de la revolución en las todavía más desérticas yardas del panteón de los agricultores.

Actualmente, vislumbramos un México que contrasta a la perfección con la obra de Elena Garro, quien nos narra a través de su novela, drama y poesía, la tragedia de la vida rural que fue abandonada por los intereses de la revolución y por unos lideres que faltos de orden y control fueron incapaces de manifestar en la realidad la deuda que contrajeron con sangre y sacrificio con el pilar de la nación.

Hoy en día basta con observar las condiciones a las que hemos sometido al trabajo de campo y el insuficiente o nulo trabajo que hemos realizado por amortiguar los choques étnicos que traen como consecuencia la extinción de nuestra cultura, de la cual me cala hasta los huesos y me quema bajando desde la garganta hasta las entrañas el tan solo imaginar que pueda que hoy ya se haya vuelto un curso de colisión inevitable.

Pero la peor parte sin duda alguna es el hecho de que todo este problema pasa desapercibido, oculto a las sombras de una sociedad que hoy ha decidido que ya no es una prioridad, que desprecia la esencia de la cultura, de la historia y del arte, que ha perdido el encanto de aquel niño que se cuestiona a sí mismo con ojos esperanzadores tratando de diferenciar la realidad y la magia de las grandes historias de antaño. Polarizando en tal forma a la juventud, mostrándonos un panorama que carece de los medios para poder envolverse de la belleza que solo se manifiesta por medio del aprendizaje y la cultura, y a un grupo que, ante las facilidades de la tecnología, y la modernidad, se ha desnaturalizado de las bases que encarnan su ser.

Políticamente, el panorama es el mismo, o incluso peor, basándonos en la tendencia del sistema político mexicano, no será de extrañarse que exista una situación que más allá de no tomar acciones por la defensa de las comunidades rurales, constituya además actos de perjuicio, despojo y destierro, ya sea por la ignorancia de los debidos procesos de acercamiento, desarrollo y expropiación o directamente por la indiferencia de un pueblo hacía su pueblo.

Ante tal situación cualquiera se preguntaría cual es el curso que se debe retomar para dar inicio a la redención del campo y de las tierras rurales, y sin duda alguna la única repuesta es estudiar, retomar el aprendizaje de obras que hasta el momento han padecido de hallarse en la oscuridad y sobre todo, acabar con la indiferencia que nos impide dar inicio a una lucha que a través de su mensaje vuelva a alzar los telones de aquel magno recinto de barro, en cuyo escenario se vuelvan a interpretar las grandes obras que se dejaron inconclusas en el pasado y que inevitablemente deberá conducir a vislumbrar las bellas obras que consolidan las promesas del futuro, donde se haga presente aquel espectro cultural que debe quedar grabado como inmortal frente a una de las mayores precursoras del realismo mágico y de la lucha por las tierras rurales, y en cuyos arados retiembla cada vez más el perpetuo silencio de una escritora cuya obra hoy debe ser recordada y su lucha sucedida con por el interés de una juventud que no permitirá la crucifixión de su tierra, de su pueblo y mucho menos de su cultura.

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