Por: Rodolfo Naró
Et ceterum o etcétera como se ha castellanizado la frase para decir, lo restante. Cuántos vocablos usamos de lenguas muertas que nos han enriquecido las noches, la vida cotidiana que pasa a nuestro lado y apenas la notamos. Palabras que siguen en el imaginario colectivo y usamos hasta el desgaste. Se dice que un idioma está en peligro de extinción cuando no es lengua materna, cuando no se enseña desde la teta. El latín dejó de usarse en la época medieval, para dar paso a las lenguas romances, el castellano, el aragonés, el catalán, el francés.
Una lengua muere a causa de guerras, invasiones, colonizaciones. El vencedor impone su vocablo y sus costumbres. Así lo padecieron las culturas americanas cuando, con sangre, los españoles o los británicos arrasaron con todo e impusieron su idioma. De cierta manera así es el amor, un sentimiento que cada día hay que alimentar, pero también a diario hay que enfrentar batallas. El amor es una guerra, una invasión que poco a poco va ganando espacio y voluntad en el otro. La mayoría de las veces destruye para construir un nuevo lenguaje, con su propia sintaxis. Entre dos que se aman, no son necesarias las palabras, se adivinan el pensamiento, el estado de ánimo. Un guiño no sólo es cerrar un ojo, un movimiento de cabeza es tan elocuente como una mirada, la manera en que dos se cogen de la mano es un vocablo hecho por ellos. Se dicen te amo de diferentes formas. Las palabras toman otro significado y van creando sus propios tiempos y conjugaciones.
Pero cuando el amor se acaba, cuando se termina el espacio compartido y la invasión deja de ser placentera, convirtiéndose en engañosa manipulación. Cuando los enamorados dejan de mamar uno del otro. ¿Qué se hace con aquellas palabras de uso cotidiano que sólo ellos entienden, a las que les dieron su propio valor y peso? ¿Qué se le dice al cuerpo cuando enmudece al no sentir el peso del otro, si nadie responde a ese tono de voz tan diferente? ¿Dónde se deja el diccionario de palabras que juntos fueron escribiendo día a día bajo la piel? Cuántos verbos sobrevivirán al rencor y al olvido. Cuántos códigos, gestos o manías de la pareja quedan en el limbo del corazón, esperando quizá transformarse o buscando quién las adopte para no ser una lengua muerta. Para poder sobrevivir.
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Rodolfo Naró, Tequila, Jalisco, 1967. Poeta y narrador. Su novela El orden infinito, fue finalista del Premio Planeta 2006. www.rodolfonaro.com.