Tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela

George Bernard Shaw

(www.eloriente.net, México, 14 de diciembre 2014; por Juan José Consejo*).- Ahora que se han hecho públicos los resultados de la cuestionada prueba Enlace, hoy que se discute, por enésima vez, la grave crisis educativa nacional o su condición local, especialmente aguda, el tema de la educación ambiental merece consideraciones. En este breve espacio apenas cabe esbozar algunas notas.

La educación ambiental, como la ecología, ha pasado a ser con rapidez algo conocido y prestigiado. Los llamados educadores ambientales, profesionales hace poco desconocidos, trabajan hoy en muy diversos ámbitos, realizan simposios y talleres, constituyen asociaciones. Y todo eso está muy bien, al parecer. Después de todo, la profunda crisis ambiental que padecemos en Oaxaca, que en realidad se extiende al planeta entero, sólo podrá ser superada con cambios igualmente profundos en las actitudes de la sociedad, y el aprendizaje es decisivo para lograr tales cambios.

Pero encontramos dificultades al tratar de definir la educación ambiental. Para algunos se trata de incluir, en los programas escolares y extraescolares, los principios y conceptos de la ciencia ecológica; los términos que usan ya nos son familiares: cadenas alimenticias, ecosistemas, ciclos de nutrientes. Para otros, en el ámbito de los ambientalistas, su finalidad debe ser más bien contribuir a ajustar el modo de vida moderno a principios de eficiencia y «limpieza» en el uso de la naturaleza: el tan mentado desarrollo sustentable; un amplio rango de temas pueden incluirse en este enfoque: ahorrar agua, separar basura, buscar leyes más estrictas contra la contaminación. Para unos más, finalmente, una corriente bien representada por Freyre y que es muy vigorosa en Oaxaca, la educación es una herramienta del cambio social, y entonces la educación ambiental debe ir más allá y cuestionar de manera radical los fundamentos de la sociedad moderna, tan rapaz y despilfarradora con la naturaleza como injusta con las mayorías sociales.

Aún sin considerar otras corrientes y sectores, desde la new age hasta los fundamentalismos de colores varios, se ve que muchas cosas muy diversas pueden echarse en ese gran saco que se ha llamado educación ambiental. Si no queremos que sea además un saco roto, deberemos señalar sus límites y alcances y esclarecer su discurso, sus implicaciones ideológicas. Trataré de ir por ahí en temas que me parecen especialmente pertinentes en Oaxaca: la escuela, la ciencia, el agua, el binomio campo-ciudad.

Si hay una institución que representa las aspiraciones educativas de la sociedad moderna es la escuela. Es entonces lógico que una porción muy considerable de las iniciativas de educación ambiental se concentren en torno a ella, en todos sus niveles. Y muchos pueden juzgar sus logros como positivos, si acaso no suficientemente rápidos; los curricula escolares, desde el kínder hasta los estudios de posgrado, tienen cada vez más contenidos ecológicos y ambientales.

Pero no podemos soslayar que las instituciones escolares en su conjunto padecen una severa y prolongada crisis, que va mucho más allá de las tradicionales carencias locales, como deficiente preparación de maestros, falta de materiales y aulas o deserción de alumnos. Después de muchos años de buscar reformas escolares de todos tipos, y ante el fracaso de un sinfin de esfuerzos que parecían alternativas, muchos educadores y pensadores han concluído que las opciones reales de cambio están fuera de la escuela, aquí o en Suiza. Iván Ilich describe esto como la contraproductividad de las instituciones modernas: así como el drenaje, que debería mejorar el saneamiento, produce mayor contaminación, o el aparato de salud produce enfermedades, la escuela, al tiempo que reproduce los valores dominantes, produce ignorancia. En este contexto, la educación ambiental escolar, logrará en el mejor de los casos escuálidos cambios. No se trata, empero, de desestimar los esfuerzos de educación ambiental en el marco escolar, sino de reconocer sus límites y su carácter a contracorriente.

Por otra parte, un gran sector de educadores ambientales se basa en la ciencia ecológica. Eso puede darle formalidad a su trabajo, pero a veces se olvida que la ciencia no es neutra; muchos ecólogos, sobre la base de la metodología positivista y con su lenguaje de sistemas, intentan no sólo explicar el mundo, sino dictarle sus imperativos éticos y ven con desprecio ideas menos antropocéntricas y más locales. La ciencia oficial tiende a chocar cada vez más con otras percepciones del mundo, como las cosmovisiones de las culturas ancestrales oaxaqueñas. A sabiendas o no, el educador ambiental puede transmitir discursos enormemente perniciosos, por ejemplo que «los indios o los campesinos están ´atrasados´, no saben» y que el know how que puede salvarnos de la debacle ecológica reside fundamentalmente en la ciencia y la técnica modernas.

Si el agua es un tema clave de la agenda ambiental deberá serlo por ende en los esfuerzos de educación ambiental. Un acercamiento apropiado podría distinguir niveles: el biológico –en el que el agua es imprescindible–, el ecológico –en el que destaca el carácter dinámico y complejo del ciclo del agua–, y el social, donde es determinante el modo en que nos relacionamos con el agua, ya que esta relación es la raíz de nuestros graves predicamentos actuales. No hemos referido a estos aspectos en anteriores entregas de esta sección, pero tal vez podemos resumir el concepto central diciendo que el agua es común y corriente. Es común en el sentido de que es muy abundante tanto en los organismos vivos como en la naturaleza, pero también porque la necesitamos todos, nos pertenece a todos y a todos atañe su cuidado. Es corriente porque siempre está en movimiento, fluye y cambia de lugares y de estado físico. Entender esto es básico para llevarnos bien con ella.

Una corriente importante del movimeinto ecologista se originó y fortaleció en las ciudades, tanto en el Norte como en el Sur. Sus visiones acerca de los problemas ambientales y las soluciones tienen ese sesgo urbano, que se transfiere a muchas iniciativas de educación ambiental. El cambio de conciencia que se propugna es una especie de encuentro con la naturaleza, que podemos describir como la actitud del boy scout, los problemas críticos por enfrentar son casi exclusivamente la contaminación del aire, la basura, la escasez de agua. En un estado todavía predominantemente rural como Oaxaca la incongruencia es evidente y la adaptación acrítica de muchos programas de educación ambiental urbana a las comunidades suele ser fuente de rechazo.

El suma, las corrientes dominantes de la educación ambiental, por limitaciones del entorno social en que se mueven así como por su propio discurso, son ineficaces para contribuir el cambio que requerimos, especialmente en las peculiares condiciones de Oaxaca. Los sistemas educativos, dentro y fuera de la escuela, están moldeando conciencias y creando capacidades relacionadas con un mundo global, especializado, altamente tecnificado y competitivo, y básicamente urbano. Pero acaso mucho de lo que nos permitirá enfrentar los grandes retos del fin del milenio está más bien en el ámbito del ninguneado mundo rural y campesino y la cosmovisión indígena: la noción de pertenencia al lugar, el conocimiento preciso de su ambiente, el amor por la tierra, la frugalidad, la solidaridad, las destrezas múltiples, en particular las relacionadas con producir comida y cuidar el agua. Y eso no sólo está perdiéndose aceleradamente, sino que tampoco está enseñándose hoy en día, ni en la ciudad ni en el campo.

Tal vez el reto principal de la educación ambiental sea enfrentar ese absurdo. Quizá entonces sí cumpla con el viejo adagio chino: «si haces planes a un año siembra arroz, si los haces a diez años siembra árboles, si planeas a cien, enseña».

Instituto de la Naturaleza y la Sociedad de Oaxaca (INSO)
jjconsejo@hotmail.com

Educación Ambiental - Huerta Agroecológica

Foto: Huerta Agroecológica –  Algunos derechos reservados

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