eloriente.net

7 de octubre de 2016

Por Lorenzo Córdoba

Leído durante la clausura del VII Foro de la Democracia Latinoamericana “Educación Cívica, Cultura Política y Ética Ciudadana: desafíos para el fortalecimiento democrático”, realizado en el Palacio de Minería

Estimada y estimados, Secretaria y Secretarios; Secretario de Educación Pública, Secretarios General de la UNAM, de la OEA y Secretaria General de la Comunidad de las Democracias. Muchas gracias por acompañarnos en esta Sesión de Clausura de este Séptimo Foro de la Democracia Latinoamericana.

Muchas gracias a todas y todos ustedes por acompañarnos aquí.

Ha sido absolutamente enriquecedor el intercambio que se ha dado en este Séptimo Foro de la Democracia Latinoamericana, hoy después de tres días de trabajos, creo que podemos sentirnos satisfechos de las reflexiones que aquí hemos escuchado.

Ha quedado claro, conforme a lo dicho en las mesas y conversatorios que es importante distinguir el desencanto con la democracia del desconocimiento de lo que un sistema democrático es y sus implicaciones, las que tiene para todos los ámbitos de la vida social.

Por absurdo que parezca a más de tres décadas de transición, los resortes autoritarios que se manifiestan mediante un lenguaje anti político, sin propuestas, que es anti pluralista y que deslegitima a las instituciones, a los interlocutores y que en términos generales, vulgariza la política, son expresiones que nos recuerdan la prioridad que le dimos en este arco temporal al diseño de procedimientos y a la insuficiente, de manera paralela, atención que le dimos a la conformación de una cultura cívica que acompañara el diseño institucional de nuestras democracias.

De ahí, que el desencanto con la política y con las instituciones fundamentales de los sistemas democráticos, como son los partidos políticos y los parlamentos, por más que den evidencias para ello, sea la expresión simplista e instintiva respecto de un andamiaje institucional, que aún no se ha terminado de comprender en cuanto a sus reales alcances y a las expectativas objetivas que deben y pueden tenerse.

En este foro se ha visto como la falta de sincronía entre a evolución de los sistemas electorales y la cultura cívica, explica, en buena medida, el déficit cultural que impide la consolidación de las democracias latinoamericanas y es lo que alimenta el regreso de los instintos primarios, simplificadores, irracionales y binarios que remiten a posturas autoritarias y excluyentes que han venido predominado en las contiendas plebiscitarias de los últimos meses en distintas partes del mundo. Lo que, por cierto, nos habla de un fenómeno global de las democracias y no exclusivo de los países latinoamericanos.

Para contrarrestar estas pulsiones autoritarias se ha dicho aquí, es necesario expandir y vigorizar la comprensión de lo que es una democracia, así como valorarla por sus contribuciones a la inclusión, a la gobernabilidad y a la paz pública.

Llama la atención que desde las distintas experiencias y reflexiones de cada uno de los participantes hubo coincidencias, me parece en cuatro aspectos: Primero, en los riesgos que implica la falta de participación ciudadana en las decisiones públicas.

Segundo, en la desafección por lo público, como un síntoma distintivo en nuestras sociedades en estos momentos.

Tercero, en el potencial efecto disruptivo que las nuevas tecnologías pueden traer aparejado y que no necesaria ni automáticamente fortalecen el sentido de cohesión social, ni la responsabilidad y racionalidad que requiere el debate democrático.

Y finalmente en cuarto lugar, en el indispensable rol que las escuelas tienen en la generación de la cultura cívica y de la práctica cotidiana de los valores democráticos, que pueden consolidar los avances alcanzados en el plano institucional en más de dos décadas.

De hecho, podríamos considerar el rol fundamental de las escuelas en la conformación de esa nueva cultura cívica como un factor conclusivo del foro, rol que deberá apuntalar la vida democrática en el mediano y largo plazo.

Dos aspectos adicionales que quiero recuperar en esta mesa de clausura, que realmente fueron transversales a las discusiones del foro, me parece, son el de las redes sociales y el de la brecha generacional.

En cuanto a las redes sociales, es indudable que éstas contribuyen a la interacción mucho más ágil, inmediata, intensa entre las personas en el marco de la democracia, pues representan verdaderos océanos para la comunicación que pueden convocar, casi instantáneamente a multitudes con objetivos comunes o intereses similares.

Sin embargo, desde mi perspectiva, debemos tener cuidado en no sobrevalorar a las redes sociales que no son ni pueden ser por su propia naturaleza el espacio privilegiado más idóneo, por cierto, de la democracia.

No quiero con ello subestimar ni menospreciar esa nueva dimensión de la interacción social, sería un error garrafal desestimarla y hacerla a un lado, pero tampoco podemos permitirnos asumir que el futuro de la democracia es que la red agote el espacio en el que el juego democrático se realiza y que inevitablemente nos adentramos a la era de lo que algunos han llamado la E-Democracy.

No son y no pueden serlo porque como diría Michelangelo Bovero, las redes sociales tienen a convertirse en el espacio de círculos cerrados, muchas veces autorreferenciales propensos a convertirse en nuevos grupos identitarios y con ellos de diferenciación de los otros.

No quiero con ello decir, insisto, que las redes sociales no sirvan para difundir información y para propiciar un intercambio ágil e inmediato entre personas, entre algunas personas habría que decir, de ninguna manera.

Lo que quiero apuntar es que, si tomamos como válida la sección clásica de Bobbio sobre la democracia, que se implica a ejercer el poder público en público, el anonimato que en muchas veces propicia en las redes y la generación de espacios sociales autorreferenciales, puede llegar a ser antitético con ese concepto.

Los espacios virtuales, si bien están transformando al mundo moderno, hay que reconocer que no pueden sustituir sin más y sin distorsionar los espacios de deliberación y decisión que son indispensables y que distinguen a las democracias.

Por ejemplo, el de la así llamada “primavera árabe”, es un buen caso de cómo las redes son tan poderosas como para poder hacer caer regímenes políticos autoritarios, pero no son necesariamente suficientes, ni están naturalmente encaminadas a construir regímenes democráticos.

En cuanto a la brecha generacional, que aquí incluso se fraseo como una lucha intergeneracional, me parece que deberíamos considerar tal brecha como un distanciamiento entre las juventudes latinoamericanas en términos de referentes preocupaciones y motivaciones, respecto de las generaciones que vivieron el autoritarismo y que lucharon por el establecimiento a la democracia en nuestro continente.

Esta falta de referentes comunes entre una generación y otra, que se agrava con el aislamiento que está provocando en muchas ocasiones la tecnología, tiene una explicación claramente demográfica, que incluso podría ayudarnos a entender el desapego con la recreación de la democracia, con base en datos de la CEPAL, de 620 millones de habitantes estimados para América Latina en 2015, el 52 por ciento, poco más de 320 millones de personas, tienen 29 años o menos.

Lo cual significa, que uno de cada dos latinoamericanos, solamente tiene recuerdos de una sociedad con más derechos y pluralidad en la que ya no tuvieron que luchar para manifestarse ni para obtener las libertades que han gozado desde que nacieron.

Lo anterior implica, permítanme decirlo así, que, para cada uno de dos latinoamericanos, la represión, el autoritarismo, la exclusión económica social y política, así como la falta de una institucionalidad electoral, son temas más de libros de historia, en el mejor de los casos, y no estiman que podrían convertirse en preocupaciones de su futuro inmediato.

Además, pensando en los desafíos democráticos hacia delante, si la esperanza de vida de la región es de 80 años, en 20 años se habrá perdido la valoración, el simbolismo y el empuje de quienes lograron sustituir el autoritarismo por poderes elegidos en las urnas, si no se estipula un proceso de reivindicación, de la lucha y los valores de la democracia.

Recordemos que el camino a la democracia no es un boleto única y exclusivamente de ida, si no también puede llevar aparejado un tramo de regreso, éste dato demográfico, sin querer ser alarmista, me parece que nos debe llevar a destacar la necesidad de replantearnos el rol de la cultura cívica si queremos contribuir a la consolidación de la democracia en la región.

Permítanme concluir con unas reflexiones sobre los desafíos de las democracias en el continente y la forma en que podríamos impedir que el proceso de transición a la democracia se convierta en el preludio de una precarización de nuestras, si se quiere, deficitarias democracias.

Las deliberaciones planteadas en éste foro nos permiten afirmar que la cultura cívica sí puede convertirse en un eje vertebrador para consolidar los avances logrados en más de un cuarto de siglo de perfeccionamiento de institucionalidad democrática.

Asimismo, es necesario reconocer que un cambio cultural sólo es posible con objetivos de corto, mediano y largo plazo, lo que supone asumir que la insatisfacción con la democracia, conlleva un desafío colectivo e intergeneracional, por construir y consolidar a una ciudadanía que se informe, participe en muy distintos espacios, discuta y exija a las autoridades de manera responsable.

Si reconocemos que el riesgo de que nuestros ciudadanos no sean refractarios a las desigualdades, a la intolerancia, a la discriminación y a la violencia que cada vez más caracterizan el paisaje actual de nuestras sociedades, si coincidimos en el riesgo que trae consigo la propagación del discurso anti político y anti pluralista, tenemos ya un buen punto de partida para el rediseño de una cultura cívica que deberá combatir las visiones simplificadoras, instintivas, básicas, maniqueas y procurar estimular una discusión pública, racional e incluyente sobre la compleja convivencia democrática.

Indudablemente, la democracia es una obra colectiva, que implica responsabilidades colectivas de autoridades electorales, de partidos, de instancias gubernamentales, de medios de comunicación, de organizaciones sociales, de la escuela, en sentido amplio y de los propios ciudadanos, sus actores primordiales.

Esto implica, que también la solución al problema cultural que están padeciendo las democracias de la región, sólo puede ser colectiva, que la consolidación democrática requiere de las sinergias que se puedan generar entre instituciones públicas, privadas y la sociedad misma.

Por lo anterior, y con esto de veras concluyo, si queremos cerrarle paso a las posiciones autoritarias que amenazan a nuestras sociedades, a las posturas simplistas y maniqueas que niegan a la pluralidad, debemos empezar a construir alianzas estratégicas y los instrumentos de colaboración, que permitan modelar y potenciar, las políticas públicas, nacionales e incluso regionales, que le den viabilidad a los sistemas democráticos de la región del mediano y largo plazo.

Finalmente, a nombre de las Consejeras y Consejeros Electorales del Instituto Nacional Electoral, les agradezco a todos quienes participaron en el Foro, sus aportaciones, sus reflexiones y a las instituciones convocantes, su compromiso para hacer de este, un espacio privilegiado para seguir discutiendo la situación de las democracias Latinoamericanas y sus desafíos.

Muchas gracias.

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