Pato, Eva Bodenstedt

La Pirata del Oriente, por Eva Bodenstedt

10 de enero 2020, Domingo de risas, patos, y “gatelles”…

Carcajadas sinceras, provenientes de un real divertimento de diez hombres de diversas edades oriundos de la Ciudad de Oaxaca, colman el recinto semi abierto del restaurante de un Hotel en Zicatela con la posibilidad del contagio, además de que el estruendo de sus risas se imponga en todas las demás mesas sin consideración alguna.

Akira, (nombre japonés que significa Claridad y que es tanto masculino como femenino), se cubre inmediatamente después de darle una mordida a su pan con mermelada y un trago a su café, la nariz y la boca. Los mira con incredulidad, apenas ha leído en el internet las noticias sobre los daños y las consecuencias del Covid-19 a nivel global, y no puede entender cómo tanto los diez hombres como los demás comensales y el propio restaurante, no le llame la atención a quienes de tener el bicho que está asesinado en México, sobre todo, al por mayor, lo están propagando sin consideración alguna.

Vuelve su atención a las diversas ventanas en su computadora y ve un meme en el que el Presidente de México, López Obrador, pide que se lleve a cabo un golpe de Estado en el Congreso de EU para borrar con ello del mapa, la huella que ha impreso el Subsecretario de Salud al haberse “presentado” en un restaurante de la playa nudista de Zipolite, Oaxaca, sin “bozal”.  “Es una ofensa para todo el pueblo de México que quien desde marzo de 2020 se presenta ante la nación pidiéndoles a todos que se “queden en casa” y que guarden Su Sana Distancia, en el momento más álgido de la situación, sencillamente ignore el mensaje y aún más, ignore lo que detona su figura pública haciendo lo contrario a lo que todos deberían hacer, no sólo por prevenir un posible contagio, sino por consideración a todo el personal de salud que lleva diez meses arriesgando sin parar su propia vida para salvar la de todos. Es el colmo, es el ejemplo más claro de lo que sucede en la 4T, una real hipocresía”, diría el hermano de Akira a lo largo de la cena curiosamente en la misma mesa en la que el Subsecretario de Salud, Hugo López Gatell, fue capturado en esa fotografía que lo llevó a ocupar la noticia principal a nivel nacional e internacional en los noticieros.

La gravedad de ese hecho, la insolencia, se expande como el mismo virus, piensa Akira en el instante en el que uno de los comensales de las carcajadas se levantó y pasando cerca de su mesa, tose, y tose, y tose más sin taparse la boca con el antebrazo y apenas con la mano. Akira deja el pan, se pone el “salvavidas” sobre boca y nariz y lo mira alucinada; se imagina la excreción del individuo viajar por el viento hasta su mesa, los alimentos, la taza, hasta las teclas de su ordenador e inclusive, se podría introducir entre las frases que lee sobre las consecuencias que estiman, hará el virus en los pacientes que lo sobrevivieron, algo paralelo al Parkinson y el Alzheminer[1].

Observa el resto de su pan tostado que llevará a recalentar explicándole a las cocineras lo sucedido. Al volver a su mesa, rodea la alberca -a donde nada un cabecita blanca-, para no pasar justo al lado de los diez que siguen carcajeándose pidiendo micheladas a las diez y media de la mañana.

¡Bravo! Aquí no existe la amenaza del invisible que mata y muta, teniendo como resultado una bipolaridad brutal y alarmante: por un lado hacen colas para entrar en hospitales y salir en un alto porcentaje de ellos, en cenizas; colas para hacerse el examen y en los labios miles de voces que rezan por obtener la vacuna, camas en hospitales, por tanques de oxígeno; y por el otro, no existe el mínimo sentido común para ubicarse con pies firmes en esta inesperada nueva realidad, ello desde el Subsecretario de Salud, bueno, el mismo Presidente, hasta esos diez seres que Akira no se atreve mas que a mirar con una actitud de sorpresa para que quizá, los que la miran mirar atónita, se percaten de que lo que están haciendo no es lo más acertado, deja tú lo educado; y decirles, sin abrir la boca, que parece que están brincando en un campo minado.

Estamos dentro de un planeta que evidentemente se está transformando de forma negativa en algo parecido a un cuerpo invadido por el Ejército del Coronel Cangrejo, nada menos que por un invencible cáncer en tercera dimensión, en todas las posibles dimensiones y tamaños, tangibles, intangibles, visibles, e invisibles.

Un nuevo comensal entra en el restaurante y se sienta en la mesa junto a la de Akira. Es hombre, está guapo, pero Akira no sabe si a él le gustan los hombres o las mujeres. Sin más, los risueños se levantan y lo invitan a sumarse a una comida en Puerto Angelito, se platican como si se conociesen pero apenas se presentan y éste les dice que hace viajes turísticos en motocicleta con el fin de llevar a las comunidades remotas del país, filtros para obtener agua potable. Akira pone atención, ha visto sufrir a tantos por la escasez de agua, que al irse los demás, le pide le especifique. En cuanto lo hace va a su página de Facebook[2] y suspira sorprendiéndose de nuevo por la capacidad del humano de entretejerse con las corrientes para hacer el bien dentro de su propio hobby.

Como los diez, éste también se va y Akira regresa a la barra por sus panes tostados y espera a que su colega Saudhi Batalla, termine su sesión en línea, -claro está-, con el grupo de Mujeres en el Cine y la Televisión. Busca más información sobre los últimos acontecimientos, –antes de que otros los sepulten, ya con sucesos o con memes como el de Gatell con el cubrebocas cubriéndole los genitales en lugar de la boca y la nariz en la playa nudista–, y encuentra una columna interesante sobre el suceso en la Capitolio de Estados Unidos escrita por una periodista comprometida con la libertad de expresión, Amy Goodman[3]. La lee, ve las fotografías y toma su diario y la pluma para rayar en la hoja blanca la carpa de un circo y el inicio de una procesión de cirqueros y trapecistas por un lado, y por el otro, los espectadores, que son también parte del equipo en contubernio con todo lo que está pasando por la sencilla razón de no reaccionar, de no abrir la boca, Akira mismx, que no se paró y les dijo con amabilidad que se sentía incómodx por la incongruencia de los actos y la infinita posibilidad de contagiarse si uno de ellos era un asintomático.

En el andador de la alberca hay un pato, hermoso. Los meseros intentan atraparlo aventándole manteles porque la Patrona Inés les pidió hacerlo, y llevarlo o devolverlo así al río, de donde quizá llegó ya hace una semana. Parece que le gusta el Hotel, la alberca, el ambiente agradable del lugar. Un americano sentado debajo de un almendro dice que lo atrapen para cocinarlo. Akira lo imagina salir desplumado y con una aureola de nueces y almendras alrededor, bañado en salsa, del horno. Se ve a sí mismx con el rifle apuntando a las ardillas que acaban con los cocos de su propiedad amenazando con ellos a todos los que pueden morir si pasan por debajo justo cuando el coco caiga sin remedio.

Entretejerse con la realidad y los participantes de las obras constantes que se presentan en cada lunar del planeta tierra, es un reto, más si quiere uno trascender más allá de ser parte de la “inmaculada” destrucción.