Monumento a Juárez, Cerro del Fortín en Oaxaca

Indicio Esmeralda, por Jarumy Méndez

Hace algunas semanas, Genaro Lozano describía en su columna semanal el sentimiento de desencanto que atraviesan los votantes de AMLO al ver que el cambio radical y profundo que querían para el país tristemente se pierde ante las decisiones del presidente.

Ese desencanto no es nuevo ni exclusivo de la 4T, sino del sistema político mexicano; un sistema que ha apartado a sus mejores cuadros y a los peores los ha ensalzado.

La aberración y el desdén de los mexicanos por la política esconde la insatisfacción de una necesidad colectiva: héroes nacionales que cambien ese escenario político y nos devuelvan la esperanza.

Ante personajes desdeñables de nuestro tiempo, los políticos han optado por rememorar a las figuras de antaño; la imagen institucional de la cuarta transformación muestra a Morelos, Hidalgo, Madero, Cárdenas y por supuesto a Juárez al centro sosteniendo la bandera nacional. Sin embargo, ese universo simbólico que construye el nacionalismo contrasta de forma grotesca con la praxis política y su continúo vacío de significados. Nada tan nostálgico y desesperanzador como vivir de las glorias pasadas y mirar un futuro desolador, sin idea ni ánimo de progreso.

La aspiración personal de AMLO de pasar a la historia como héroe nacional hoy se desploma en un mundo moderno de redes sociales y medios de comunicación, su error: querer conducir al país de los tiempos de Juárez y Cárdenas, sin entender su tiempo ni adelantarse a él. El “guardián de la defensa identitaria de México” ha convertido la capacidad crítica y el derecho de voz del pueblo en la más grande amenaza nacional, todo el que se atreva a discrepar es un “conservador”.



Si la causa feminista ya ha logrado resaltar la importancia del lenguaje como fuente de violencia simbólica, las y los mexicanos hemos sido víctimas constantes de discursos y palabras de odio, de esa violencia simbólica del lenguaje en las ya por demás desafortunadas mañaneras; las palabras importan y más en la voz de un presidente y líder moral, pues éste puede unir o dividir a una nación.

Los ciudadanos queremos alguien auténtico, pero como en las relaciones de pareja dónde el amor no es suficiente, de igual forma para dirigir al país no basta el carisma ni tampoco el talento.

Recordemos que, durante los años del Revolucionario Institucional, desfilaron los “hombres de Estado” o los llamados “tecnócratas”, responsables de diversas acciones económicas positivas, pero también de dolencias sociales muy graves como la proliferación de la miseria en México. En frase de Roberto Morris “los populistas quieren quedar bien con la gente, los tecnócratas con los bancos”. Ni populismo ni tecnocracia, ni carisma ni talento son suficientes para gobernar un país tan diverso.

Y es que ahí está la clave, gobernar desde la diversidad se ha convertido en la más complicada tarea para los políticos actuales. El pluralismo encarna las diferentes formas de ser mexicanas y mexicanos, y desde ahí los diversos intereses y dolencias. También por eso es que no caben actitudes dictatoriales.

Es claro que nos falta la visión y la actitud del reformador y el estadista, de una mujer u hombre que entienda su tiempo, que tenga principios personales, pero también comprenda y ejerza los principios de una nación democrática.

Juárez supo convertirse en el estadista y el Reformador que México necesitaba. A partir de Juárez la figura presidencial se elevó a representación simbólica de unidad y respeto. Hoy esa figura presidencial ha sido traicionada por hombres que no han sabido estar a la altura de la confianza de su pueblo, y aunque tenemos presidente, la silla está vacía y en espera. Pues existimos mexicanas, ¡sí…existimos!, que consideramos que el señor presidente no nos representa.

A doscientos quince años del natalicio de Benito Juárez es inevitable añorar las virtudes del patricio y de la generación de la Reforma; es inevitable pensar en la defensa de la Constitución y sus instituciones, en la defensa de la división de poderes y el Estado Laico y por supuesto que es forzoso y urgente pensar en la sucesión presidencial: ¿En qué mujer u hombre reencarnarán las virtudes y actitud reformadora del patricio?.

@jarumymendez