La Pirata del Oriente, por Eva Bodenstedt

Los Canales flotantes de Xochimilco

Los trabajadores del metro de Inglaterra mandaron un pésame a los mexicanos y las víctimas del trágico accidente de la Línea 12 del metro en la inmensa Ciudad de México. Mencionaron una frase que me atrapó: “Los canales flotantes de Xochimilco”.

Me quedé prendida de esta imagen resumiendo un infinito lapso de tiempo en esta comparación. Los canales eran el medio en el que se trasladaban los pobladores de Tenochtitlán desde las diversas chinampas hacia los mercados, los centros ceremoniales y sus hogares para pasar a ser mágicos rieles aéreos sobre los cuales se trasladaban dentro de vagones del «primer mundo que olían a limpio”.

Las almas que venían de “un pueblo lejano” para adentrarse en los ductos de esa macrópolis que se deglutió en las últimas tres décadas a prácticamente todos los valles centrales de la República Mexicana que circundaban la Capital del país para hacer de ella la fuente del trabajo a donde los de “afuera” entran a ganarse la vida, el pan de cada día.

Si antes de la existencia de ese maravilloso tren desde el cual se veía un valle del Anáhuac de manera formidable hacían tres horas de camino, ahora lo hacían en una hora, lo cual multiplicado por dos, es mucha la diferencia. Seis horas, tres de ida y tres de regreso, no son dos, una de ida y otra de regreso, pero, ¿y ahora?

A 26 familias –hasta el día en que escribo esta Pirata del Oriente–, esas horas que se “ahorraron” son polvo porque al menos uno de sus familiares fue arrebatado de su vida por la sencilla razón de que las autoridades en nuestro país, junto con los constructores del progreso, son in-humanos sin principios, egoístas desgraciados, imprudentes ignorantes a quienes se les ponen los ojos cuadrados por las posibles ganancias corruptas en una nación violada constantemente en infinitos sentidos.

Hoy todos los que fueron cómplices de este innecesario e injustificable, imperdonable accidente, deben ser encarcelados para que exista una semilla de ética en aquellos futuros seres que depositarán dentro del mismo poder del Estado, sus poderes.



El chico de 12 años que perdió la vida recibió este lunes pasado en el andén en el que tomó su tren hacia la muerte, una llamada de su madre preguntándole si ya llegaba, “ya voy, ya llegó el metro”, le dijo y colgó…. La familia lo esperaba cada noche desde que al chico le nació trabajar lavando platos en un restaurante de la gran Ciudad para ganarse unos centavos y comprarle a su mamá éste siguiente 10 de mayo, un regalo…

Y el regalo que le dio esta nación fue su cadáver, por lo cual todos los habitantes de ella debemos levantarnos por él, por los otros 24, los 42 que nos faltan y todas las mujeres asesinadas. Punto y aparte.

Asesinos son todos los involucrados en este suceso y está en nuestras conciencias, en nuestras manos exigir justicia, e insisto, no sólo es justicia, es un acto elemental y necesario, porque la justicia aunque se haga, no le devolverá a los difuntos la vida, ni a sus familias lo que existía antes de que este lunes tres de mayo el metro se fuera abajo como un espárrago caído de una hamaca sin sentido. Un espárrago color naranja, flaco, delgado, tragado por la verdad de la corrupción.

Si seguimos dejando pasar como una mano de juego de cartas por el que no vale la pena apostar, éste desgraciado acto, México no vivirá ningún cambio, su timón no virará hacia donde exista un equilibrio entre unas clases y otras, aunque seamos diferentes unos y otros, no debe existir dentro de esta diferencia esa radical injusticia que nos permea de forma deleznable.

Mientras allá en un “lunar” de la Capital del país el suceso se muestra como una metáfora de lo que somos capaces de crear y aceptar, en otro lunar dentro del mismo espacio, y paralelo a la capital de nuestro estado de Oaxaca, los triquis toman avenidas para pedir que los ayuden a detener el desalojo de sus tierras en manos de paramilitares que amenazan a sus familias, a todos ellos, con la misma muerte para arrebatarles sus tierras donde para los saboteadores está el agua, están los minerales, está el baúl de “oro” bajo tierra para que hiendan en ella sus deseos insaciables, sus manos sucias y vulgares, su fracking, y le arrebaten al cuerpo de la tierra de todos y de nadie, los tuétanos, los huesos, lo que nos sostiene.

Todo lo que a quienes gobiernan y a los encargados de la construcción del progreso, los enriquecen, siendo esta “riqueza” la pobreza más absoluta que existe, y la nuestra será la misma si no rompemos esa frontera que nos detiene como si la visa para traspasarla la negara la propia incapacidad de decidir ser o no cómplice de las fichas, por mínimas que sean, de una constante masacre.