La Pirata del oriente

Por Eva Bodenstedt

El silencio del suicidio

En un lugar de la costa de Oaxaca donde los turistas gozan de la naturaleza y de lo que ofrecen sus habitantes, sucede este 14 de julio de 2021 una barbaridad, un niño de 13 años se quita la vida.

La noticia llega a la Posada en boca de un huésped que después de haber ido a nadar al mar, pasó de regreso a la panadería y escuchó ahí cómo un pescador le decía a la que despachaba el café que un niño se había suicidado porque lo golpeaban demasiado. Hay quienes escuchan en la Posada el dato y recuerdan inmediatamente cómo a unas niñas vecinas de no más de diez años las ató la mamá de las manos y las dejó así toda la noche por haber robado un celular en donde trabajaba la mamá: soltera, mamá y papá al mismo tiempo.

Nacen las hipótesis ante la desinformación. Nadie se ha reunido para hacer lo que siempre se hace cuando alguien muere. No sonaron las campanas ni una sola vez para anunciarle a la comunidad que “alguien” había muerto para acompañarlo hasta el Campo Santo, ni la banda tocó para despedirlo, sólo él lo hizo antes de quitarse por sí mismo la vida mandándole mensajes a quien o quienes le arrebataron la dignidad y la alegría de vivir. ¿Quién no lo escuchó, la novia, la madre, el padre, si lo tenía? También las voces dicen que a su padre se lo llevó hace años el mar.

En silencio, como con pena y bajo la nube de un “secreto”, se cavó el lugar en donde yacerá su cuerpo sin que en el velorio se dieran las preguntas del porqué se fue, si velorio hubo.

Así, dentro de los posibles, surgen los hubieras de las razones y motivos y de lo que lo hubiese podido detener.

Por ejemplo, si se quitó la vida porque lo golpeaban en su casa, ¿qué hubiera podido impedir este acto? Una respuesta se enfoca a los vecinos, si éstos hubieran gritado un basta, un hasta aquí, directamente con la familia o ante la autoridad del pueblo o el DIF, la familia hubiera recibido un apoyo, como sucedió con la madre de las dos niñas a las que ató toda una noche a una banca. Puede suceder que nadie sabía o escuchaba que lo golpeasen, si eso sucedía, y los actos eran por lo tanto tan invisibles como él mismo invisible con sus penas, ante la otredad. Si la razón fueron sus penas, ¿no existe quien escuche, o enseñe a hablar y a escuchar, a comunicarse?

El hecho da vueltas y vueltas en la cabeza. Sabemos que como él pudo haber sufrido de esa práctica de maltrato a los niños (y aquí me refiero también a las niñas), sucede lo mismo con una cantidad inmensurable de chicxs como si ellxs fuesen una desgracia y maldición que llegó por sí mismx a habitar la panza de la mujer y después formar parte de una familia. ¿Y qué es hoy una familia, una relación disfuncional, es acaso una cámara de tortura de la cual sólo sales arrebatándole al cuerpo el alma?




Hay una única certidumbre que existe en la vida: el dejar de vivir, pero hacerlo por mano propia sucede cuando el ser no encuentra salida, y parece ser que éste niño no la encontró.

¡Si tan sólo se les pusiera a lxs niñxs un ápice del porcentaje de la atención que se les pone a los whatsapp y tik toks, quizá la palabra volviera a tener sentido!

Los anillos enlazados de las cadenas de La Violencia se heredan y repiten y seguirán haciéndolo si no construimos una verdadera comunidad.

¿Por qué las autoridades no tocaron todo el día la campana de la iglesia y llamaron a detenerse a todo el pueblo para abordar en conjunto lo que a este niño le llevó el atarse el cuello a una soga atada a su vez a una altura a la cual no llegaría para desatarse en el momento en el que se dejó caer? ¿No se lograría juntos encontrar la forma de prevenir los actos que llevan a estas consecuencias? ¿Es acaso una utopía la unión? Por qué no se invita a todos a reflexionar la razón por lo que lo hizo, para, lo repito, abrir los ojos a esa realidad y detenerla de una vez por todas.

El niño se mató porque no quería vivir más como estaba viviendo, porque no podía defenderse, porque no encontró la forma de huir de su destino mas que así como lo hizo. Y eso nos involucra a todos, porque el “ring” está rodeado de esa comunidad, aquí y allá, en la vecina y en la vecina que sigue. No nos hagamos -perdón por la palabra-, pendejos, y actuemos ya, sociedad, gobierno, autoridades, para volver a vernos, escucharnos y respetarnos. Somos seres individuales y únicos pero no somos ermitaños.

La violencia intrafamiliar se basa en la repetición de los actos. Si eso es lo que aprendieron en la casa, se repetirá hasta el infinito. Y algo más, mientras los seres que vienen al mundo no sean llamados con amor por sus progenitores, el origen de la violencia primaria estará latente. Si los seres vivos siguen siendo el producto vivo de un “acostón” prematuro, una violación, o una relación sexual que ignora que el introducir el miembro del hombre en una vagina y “venirse”, tienen la gran probabilidad de ser hijxs no deseados y por lo tanto, maltratados.

Surge una hipótesis más: ¿qué pasaría si el nombre y el rostro de este niño se convirtiera en el ejemplo vivo de quienes sólo muriendo, son capaces de salvarse de la violencia intrafamiliar; y que nosotros, la otredad, puede evitar que un ser se reconozca invisible para terminar como él lo hizo?

Mientras no actuemos, las olas siguen y seguirán estrellándose en la orilla de la playa, en el “rostro” de arena como las cachetadas y los golpes que recibe la niñez, y ninguna campana tocará para anunciar que ha vuelto a suceder.

La naturaleza seguirá más allá de la humanidad y sus problemas y realidades, sus guerras y triunfos, reventando las olas en la orilla. Al igual los grillos y las chachalacas nos sobrevivirán y seguirán cantando en esta selva tropical de esta costa de Oaxaca mientras todos seguiremos siendo cómplices de que los anillos se enlacen y la cadena nunca se rompa ni se alce destrozada para alcanzar el movimiento del badajo y se la campana se haga escuchar. Mientras en el fondo exista tristemente el “No es mi pedo”, “No Importa”, “aquí no pasa nada”, ni aquí ni allá, algo diferente pasará.