La Pirata del Oriente

Por: Eva Bodenstedt

Los Tamales de Guillermina

Atravesé la sierra desde Valles Centrales a la costa sur, en específico a Mazunte. En el camino me encontré con innumerables camiones cargados con madera y muchos derrumbes, y al llegar recibí la noticia de que Guillermina Monterrubio Santiago, la señora de Rincón Alegre que vendía tamales en estas playas, había manifestado dolores estomacales que resultaron en un cáncer de estómago.

Me lo cuenta Marisol, la encargada de nuestra Posada La Secreta Caprichosa. ¿No la recuerda usted?, —me pregunta y añade que “era la que ofrecía tamales a todo volumen, no la que los ofrecía quedito y a cada persona, sino que iba gritando tamales, tamales, tamales de mole, de chepil, de frijol mientras jalaba tras de sí su carrito de dos ruedas”.

Cierro los ojos. Busco en el recuerdo. Me vienen a la memoria las calles de Mazunte como caminos de tierra clara que después del proyecto que metió el Arquitecto Luis Sarmiento Bravo, —que murió el año pasado—, el gobierno les puso lajas y a los lados un andador de cemento que con el tiempo se ha descarapelado como la piel de una turista tatemada, como un camarón por el sol.

Últimamente la doñita serpenteaba su carrito entre coches porque las vialidades ya también se convirtieron en un constante estacionamiento, y desgraciadamente, también en un basurero. Cantidad asombrosa de tiendas brotan aquí y allá, de ellas ya incontables de abarrotes que ofrecen el 95% de sus productos en plásticos que terminan, parece ser sin remedio, dentro del mar, un Pacífico cuyo estómago, como el de la señora de los tamales, se está llenando de veneno que lo intoxica matando a sus habitantes de forma también, parece ser, inevitable. ¿Qué podemos hacer, por ella, por lo que como a ella, le está pasando a nuestro planeta, nuestra única casa?



Intento recordarla. En mi mente escucho las voces de las marchantas ofreciendo tamales y pescadillas y sus cuerpos en la playa del Rinconcito; me veo comprando tamales, comiéndolos mientras observo las diferentes actitudes de los turistas y las diferentes formas de relacionarse con la otredad. Ésta es la misma para todos, es decir, es la misma arena, el mismo mar, las mismas olas, pero el comportamiento dentro del mismo escenario, varía, y en esa variación es en la que radica el grano de arena del cambio.

Vuelve a arremeter en mi interior la impotencia que hace unos años desembocó en una profunda depresión cuando reconocí que para cambiar el destino ecológico del mundo no era suficiente el hecho de que uno sólo, como Gretta Thunberg, cambie su actitud hacia la naturaleza, ello por la sencilla razón de que son demasiados pocos los que ante demasiados millones, quieren detener la inercia, y por ello, tampoco podemos vencer; no lograremos que las empresas de todo lo consumible deconstruyan sus sistemas y regresemos a comprar en otros envases los productos. La evidente avalancha de destrucción es posible porque somos cómplices de ella, la información sobre la consecuencia de nuestros actos, tanto hacia el exterior como hacia el interior de cada quien, es lo suficientemente amplia para combatir la ignorancia, ¿o no?

Quizá no, quizá la repetición del consumo de productos chatarra, dañinos y envasados, es más grande.

Rompo el silencio.

—Dime, Marisol, ¿porqué crees que se enfermó Doña Guillermina, bebía Coca Cola, comía Sabritas, chucherías?

—Yo creo que estaba demasiado tiempo cerca de la lumbre del comal, hacía tamales diario, primero se ponía a coser el maíz, luego a calentar los tamales. No lo sé, fue demasiado de repente —me responde.

Claro, el fogón, el humo de la leña. Mientras la doñita se levantaba todas las mañanas a ir a moler su maíz al molino, a esa misma hora infinitos homúnculos van también a entregar su vida a un trabajo que quizá no les agrade como a Guillermina hacer tamales, pero es indispensable hacer lo que sea para sobrevivir y consumir lo que el mercado capitalista nos impone como triunfo.

Creo que es una imposición que gracias al éxito de una mercadotecnia muy creativa convence a la población de que si logra hacerse de ese equis y griega producto, va a ser feliz, “ya la hice, ya soy “alguien”, bravo, lo logré, ¡lo alcancé!”…, pero ¿qué alcanzamos?

—En Rincón Alegre están haciendo actividades para recaudar dinero para los medicamentos y la quimioterapia de la Doñita de los tamales, —dice Marisol aunando en detalle que “sí, pues aquí en la comunidad la gente ha apoyado vendiendo antojitos y en próximo harán un baile para solventar los gastos, pero se necesita ayudar mucho, y que alguien con buen corazón aporte un poco más para de verdad poder ayudarla. La señora se está curando en la Barra de Natividad, y vienen a hacerle las quimios cada tercer semana. Su hija Leonarda Cruz Monterrubio puso a disposición su cuenta en Coppel para quien quiera y pueda sumarse al apoyo, deposite lo que sea. Marisol me muestra la tarjeta en su Whats app, copio su número: 4169 1604 0736 0388.

Un granito de arena, más otro, y otro más, forman un arenero, y muchos areneros una playa, una bahía. ¡Claro! Tomo la pluma y comparto, le pido también al periodista Omar Gasga, que en otras ocasiones he mencionado en esta columna, que comunique la necesidad de apoyar a Guillermina Monterrubio Santiago, la Doña que anunciaba deliciosos tamales a un volumen tan alto, que su voz se volverá a escuchar por acá siempre y cuando el volumen del apoyo sea tan alto como lo fue su presencia.