eloriente.net

9 de noviembre de 2013

Por: Adrián Ortiz Romero

+ En el mundo, el fracking; aquí ni una reforma

+ México, tras una reforma que ya debió ocurrir

Una vez que termine la discusión sobre el Presupuesto de Egresos para 2014, en México vendrán dos temas que son decisivos para la vida pública, pero que en esencia debían tener una dinámica distinta a la de la discusión en términos partidistas o ideológicos. La primera es la reforma política, y la segunda es la energética, que pretende reformar el régimen constitucional de la actividad petrolera, para que la industria privada pueda participar en actividades que hoy son exclusivas de Pemex. Sin embargo, mientras eso se discute en México, en otros países tienen otras preocupaciones como la del “fracking”, que hoy en día no se conoce en nuestro país pero que, quizá, se fuente próxima de provecho para unos cuántos. Enterémonos qué es.

En efecto, si usted no ha oído hablar del fracking, pronto lo hará. Esta incómoda palabra inglesa —nos dice el académico Manuel Arias Maldonado, en el número de octubre de la revista Letras Libres, edición España, y que puede ser consultado en bit.ly/19UVRly—, para la que no tenemos todavía una traducción elegante, designa una práctica de extracción de gas para muchos también incómoda, desconocida para la mayoría, y prometedora para unos pocos. Su padre, el ingeniero texano George Mitchell, ha fallecido hace unas semanas, mientras en España el gobierno prepara una legislación que permita las primeras prospecciones, y en Gran Bretaña se conocen sonoras protestas contra su despliegue inicial. O sea, que el fracking no es todavía entre nosotros, los europeos continentales, un asunto de conversación pública, pero empieza a serlo.

En concreto debemos preguntarnos qué es el fracking. Arias Maldonado nos responde con una explicación más o menos sencilla, que sin embargo deja ver con claridad todos los problemas y riesgos que entraña una práctica “violenta” y hasta radical para la extracción de gas del subsuelo. Arias, sobre eso, apunta lo siguiente: “el fracking consiste en la fractura hidráulica de las rocas situadas bajo el subsuelo, a una alta presión y con una mezcla de agua, arena y agentes químicos, creando grietas a través de las cuales el gas es liberado y extraído. Hay, naturalmente, riesgos asociados. ¡Pero es que la realidad es así! Tal como decía la cuarta de las leyes de la ecología formuladas por el conservacionista Barry Commoner, there is nothing like a free lunch, o sea: nada es gratis. En este caso, los principales riesgos tienen que ver con la posibilidad de que el ascenso de los gases a la superficie pueda contaminar los pozos de agua, siendo especialmente problemático el caso del metano, gas altamente contaminante y contribuyente neto al cambio climático. Menos credibilidad parece merecer la vinculación entre el fracking y los movimientos sísmicos. Por otro lado, una buena parte de las protestas se refiere al daño al paisaje o constituye eso que los anglosajones llaman nimbiyism: rechazo a soportar en la propia vecindad las molestias que acarrean la extracción de recursos o la actividad industrial. Y es que, si no nos gustan los vecinos ruidosos, cómo vamos a aceptar de buen grado que el progreso itself acampe junto a nuestra casa.”

¿Y LOS RIESGOS?

Aunque las investigaciones al respecto no son todavía concluyentes, parece que el fracking no plantea problemas que justifiquen una prohibición prematura. Es verdad que, incluso queriendo hacer las cosas bien, con las cautelas medioambientales correspondientes y una regulación severa, esas mismas cosas pueden salir mal. Pero, al igual que sucede con la energía nuclear, se trata de proceder a una evaluación racional de los costes y los beneficios asociados a una técnica concreta, no de rechazar automáticamente las alternativas a lo conocido, aunque no supongan, como en este caso, una revolución. Además, no debe olvidarse que el gas natural es más limpio que los combustibles clásicos, como el carbón. El fracking puede ser un aliado contra el cambio climático; quizá no el más eficaz, pero sí el más realista. Y desde luego, constituye un buen ejemplo de cómo la innovación humana acaba encontrando soluciones allí donde no parecía haberlas, proceso de descubrimiento que no puede desarrollarse sin el juego de pruebas y errores que conduce a escoger aquello que mejor funciona y desdeñar aquello que no funciona en absoluto. El propio Tim Jackson, adalid contemporáneo del decrecimiento, reconoce que la posibilidad de una revolución tecnológica en el plano energético no puede descartarse, pero esta no puede llegar si no dejamos que lo haga.

No obstante, Arias Maldonado apunta el que pudiera ser el mayor riesgo en una discusión como ésta, en la que en México podríamos prever que es desastrosa: el de la manipulación ideológica o política de un tema que, en el mejor de los casos, debería discutirse en la búsqueda de consensos entre radicales y moderados, y que sobre todo debía implicar la posibilidad de llegar a ciertos fines sin que una postura destruya a la otra. En este sentido, Arias apunta:

“…también la conversación pública, como la ingeniería constitucional, depende en buena medida de un adecuado sistema de pesos y contrapesos. En ese sentido, la insatisfacción crónica de los verdes radicales, así como la más ocasional de los moderados, constituye una voz necesaria dentro del debate medioambiental; entre otras cosas, compensa la agresividad de quienes responden a meros intereses particulares y dejan de lado la cualidad pública de los recursos naturales. En ocasiones, la sentimentalización y el alarmismo al que tienden los primeros produce un daño irreparable en la opinión pública, que antepone la emoción a la razón en asuntos tales como la energía nuclear. Es memorable el hecho de que la Orquesta de Baviera se negase, tras el accidente de Fukushima, a viajar a Tokio, donde debía actuar, por miedo a las concentraciones de uranio en la atmósfera de la capital nipona; luego resultó que el aire de Múnich albergaba más uranio que el de Tokio.”

¿CONTRAPESOS EN MÉXICO?

No se toma como algo natural, pero en un país como México los contrapesos y los equilibrios parecen imposibles. El fracking implica una serie de molestias y riesgos que causan polémica hoy en día. En México esa polémica se encuentra extraviada en el debate ideológico y sentimental del tema petrolero. ¿Algún día podríamos llegar a discutir el fracking con claridad y lejos de los intereses partidistas? Si hoy no podemos resolver el tema petrolero (que para el primer mundo es un tema “viejo”) difícilmente podríamos llegar a este siguiente nivel en la discusión energética.

Foto: Bandera México httpcreativecommons.orglicensesby-sa2.0

 

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