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7 de abril de 2014

Mar de fondo

“El conocimiento es solo una de las representaciones  de la existencia”: José Vasconcelos

Por: Oswaldo García Criollo

 
Un estudioso de la economía y la política de nombre Eduardo R. Conessa llama así a una interesante investigación cuyo título completo es: “El estado como botín de guerra de la lucha política y la sobrevaluación cambiaria. Remedios”, en el que se refiere a un país latinoamericano con fuertes problemas, a pesar de su gran tamaño, enormes recursos naturales y anteriores periodos de riqueza y bienestar. Pone el énfasis en dos temas, relacionados entre sí, el clientelismo político y la sobrevaluación cambiaria como ejes fundamentales del problema. Ese país es Argentina.

En este artículo pondré énfasis en el tema del clientelismo político y sus nocivos efectos en el desarrollo general de un país. Creo que el tema político del clientelismo tiene más peso por su relación con el estado de derecho, la democracia, el régimen de partidos, la administración pública y la cultura cívica de los electores.

“El clientelismo político es un intercambio extraoficial de favores, en el cual los titulares de cargos políticos (políticos y administrativos) regulan la concesión de favores y prestaciones, obtenidas a través de su función pública o de contactos relacionados con ella, a cambio de apoyo electoral». 

“En un sistema de clientelismo, el poder sobre las decisiones del aparato administrativo del Estado se utiliza para obtener beneficio privado; el patrón, sea directamente político u otra persona dotada de suficiente poder como para influir sobre los funcionarios, toma decisiones que favorecen a sus clientes y que estos compensan con la perpetuación en el poder del funcionario implicado o de su entorno. La relación puede fortalecerse mediante la amenaza de utilizar esa misma capacidad de decisión para perjudicar a quienes no colaboren con el sistema. Resulta paradigmática, a este respecto, la habitual relación entre los principales medios de comunicación comerciales y privados y los partidos cercanos a cualquiera de los principales organismos de poder, fenómeno particularmente característico de sistemas con fuerte consolidación o predominio de situaciones de bipartidismo. En el clientelismo los bienes públicos no se administran según la lógica imparcial de la ley, sino que bajo una apariencia legal se utilizan discrecionalmente por los detentadores del poder político y administrativo” (Fuente: Wikipedia).

Estados Unidos y Europa combatieron este fenómeno del clientelismo desde el siglo XIX y la puesta en marcha de lo que llamaron la Meritocracia (acceso al servicio público por méritos personales) ayudó bastante, así como el establecimiento de Servicios Civiles de Carrera para que la administración pública se librara de ese mal clientelar.

México padece en grande este fenómeno del clientelismo y se nutre desde lo que se llama la formación del poder político. Pésimos diseños de nuestros sistemas electorales caros y complicados, han abonado a tener elecciones tramposas y partidos políticos empoderados a grado tal que se habla de una partidocracia. Por ejemplo, el Pacto por México no es más que la comprobación fehaciente de los acuerdos cupulares entre dirigentes partidistas y el gobierno nacional, haciendo a un lado el papel del Congreso como ámbito natural de la discusión y definición de los cambios estructurales necesarios para el futuro del país.

El clientelismo va de la mano del paternalismo. Bajo esta perspectiva, el gasto público de los gobiernos se maneja como dádiva y los ciudadanos ven en él la acción paternal de un ente superior que les concede esos favores, como si existiera un papá gobierno que reparte beneficios a sus hijos. Se distorsiona así la acción estratégica del gasto público para el desarrollo económico y social. En el esquema clientelista las compras y las obras públicas se asignan como pagos a contratistas y proveedores que previamente apoyaron a ciertos candidatos. Las administraciones públicas se llenan de recomendados, amigos y parientes y cada partido que gana las elecciones solo ocupa a sus militantes y simpatizantes. Los propios órganos de auditoría gubernamental atienden selectivamente los casos de desviación de fondos, uso ineficiente de los recursos y casos de robo y fraude.

Cierra el círculo el fenómeno del patrimonialismo por el cual los políticos y funcionarios se sientes dueños de los bienes y del dinero público y lo manejan como patrimonio personal. La lucha política en la que han salido ganadores (legal e ilegalmente) les da la oportunidad para hacer y deshacer de la función pública, lo mismo que de permisos, concesiones, licencias y otras formas de favorecer a sus clientelas político-electorales. Sindicatos, organizaciones gremiales, asociaciones de empresarios, medios de comunicación, iglesias y otros grupos de interés también participan en el esquema del clientelismo. Algo grave es que la procuración e impartición de justicia también se hacen por clientelismo. El poder legislativo se vuelve el refugio ideal de los partidos y legislan y deciden para sus intereses.

En resumen, los gobiernos se vuelven los botines de la guerra político-electoral. El conjunto funciona porque muchos participan y siempre hay la expectativa de acceder a un puesto público para hacer lo mismo.»Las alternancias y las transiciones se vuelven ejercicios ociosos y frustrantes ante estos fenómenos propios de sociedades subdesarrolladas, tradicionales y con bajo nivel educativo y cultural”. Aunque haya crecimiento económico, por el clientelismo se afecta la distribución del ingreso y se concentra la riqueza en pocas manos. Políticos, líderes, empresarios y funcionarios ricos en medio de sectores de población en pobreza y pobreza extrema.

«Cualquier parecido con nuestra realidad, es coincidencia».

 

Foto: Wikimedia

 

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