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5/julio/2014

Por: Saúl Fuentes Olivares*

Las notas periodísticas y los informes de organismos civiles y gubernamentales acerca de la violencia desmedida contra las mujeres, niñas y niños nos dejan con una enorme preocupación, miedo y enfado. Datos groseros y amenazantes de una paz que hace tiempo no se asoma sin sigilo. ¿Qué está pasando mas allá de la ausencia de la intervención de los gobiernos?, quienes —no hay que olvidarlo— tienen una responsabilidad clara en este fenómeno, porque la inacción y la poca pro-actividad del Estado ante esta problemática es, en sí, una forma de solapamiento y permisividad de estos hechos.

Si bien el gobierno debe de hacer lo que les corresponde, vale la pena tomar conciencia y acciones en nuestros espacios cotidianos. No debemos de desprendernos de la responsabilidad y endilgársela al cien por ciento al Estado.  No quiero decir con esto que no debemos de exigirle mayor presupuesto y  mejores marcos legales sobre el tema, junto con mejores políticas públicas preventivas, como parte de nuestra responsabilidad. Pero es necesario hacer un ejercicio de introspección.

Según datos oficiales de la Procuraduría General de Justicia del Estado, en el año 2012 se presentaron 1 mil 474 denuncias por violencia intrafamiliar, 548 denuncias por delitos sexuales, 14 denuncias por el delito de trata de personas y 80 feminicidios. Y hasta julio de 2013, con un total de 384 delitos sexuales. Pero estos números no reflejan la realidad, porque la mayoría de los casos no se denuncian.

Ante esto existe un papel importante que nos toca a las ciudadanas y ciudadanos, a las mujeres y los hombres, si tomamos en cuenta que en este tipo de delitos entre un 80% y 90% tienen como agresor a alguien de la familia o a una persona conocida.

La violencia se edifica poco a poco, lentamente entre nosotros; ronda dentro de nuestras familias, y así ha sido por largos periodos de tiempo. Se guarda silencio y los delitos de abuso sexual infantil o de violencia doméstica no se denuncian para “proteger a la familia” y mantener su unidad a costa del dolor, del temor y del daño psicosocial de las victimas.  Se maneja con secrecía y con ello se refuerza la ausencia de castigo para el agresor alentándolo a reincidir dentro de su mismo espacio familiar o fuera de él. Se crea un círculo de violencia generacional de re-victimización.

La violencia muchas veces se percibe como ajena y se mira con complacencia o a distancia, desde la posición de que no nos toca intervenir en asuntos privados. Cuántas veces toleramos la violencia verbal, psicológica y física de un hombre a una mujer en la calle o en algún espacio público, o de una madre o padre hacia sus hijas o hijos, o de un maestro con su alumnado. Día con día vamos perdiendo la conciencia de que somos parte de una sociedad y que su complejidad incluye una interdependencia constante de los efectos de lo individual en lo colectivo. Es sorprendente el grado de desinterés de la violencia que miramos o escuchamos frente a nuestra ventana o detrás de nuestras paredes, pero más sorprendente la tolerancia que le tenemos dentro de nuestros hogares. Mientras no nos toque. Mientras no nos lastime directamente haremos caso omiso.

Parecen ideas muy obvias, pero es importante tomar en cuenta que las políticas públicas que el Estado y sus instituciones echen a andar no ayudarán por si solas, sino tomamos en cuenta que es un problema socio-cultural que nos atañe y que está muy cerca de todas y todos. Porque el violador, el asesino, el depredador sexual no necesariamente se esconde en la calle o en la sombra, acechando a su presa, está más cerca de lo que creemos.

 

Foto: OMS

 


*Saúl Fuentes Olivares. Es miembro de diversos organismos civiles de los estados de Oaxaca y México. Consultor especialista en desarrollo social y en sistemas de evaluación de impacto.

 

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