(www.eloriente.net, México, a 18 de septiembre de 2017, por Adrián Ortiz Romero/Al margen).- Si la sociedad y el gobierno en Oaxaca lograran aprovechar integralmente la dolorosa experiencia del sismo del pasado siete de septiembre, esta sería el momento de convertir la crisis en una oportunidad. Es cierto que hoy el gobierno estatal se encuentra volcado en organizar la ayuda humanitaria para las miles de personas damnificadas, y que de la mano con el gobierno oaxaqueño, el federal trabaja en la organización de la reconstrucción de comunidades enteras. Lo que hasta ahora nadie ha hecho es considerar la necesidad de aprovechar esta circunstancia para redoblar la cultura de la prevención y la organización durante un evento de este tipo, que tanta falta hace en Oaxaca.

En efecto, hay una extraña coincidencia entre los expertos y la gente que ha recibido algún tipo de capacitación en materia de protección civil, y en aquellos que han vivido experiencias más o menos similares a la del terremoto del pasado siete de septiembre. Todos, sin excepción, afirman que si dicha eventualidad hubiera ocurrido en días y horas hábiles, muy probablemente el resultado habría sido exponencialmente mayor en cuanto a pérdidas humanas y lesionados. La razón simple, que esgrimen de entrada, radica en el hecho de que el pánico habría descontrolado a muchas personas y habría provocado accidentes que afortunadamente no ocurrieron, por la hora y circunstancia en que ocurrió el siniestro.

En ese sentido, afirman que, si el terremoto hubiera ocurrido de día, se habrían repetido muchas de las escenas que se han visto en otras eventualidades, pero magnificadas. Por ejemplo, en los complejos administrativos del gobierno estatal —Ciudad Administrativa y Ciudad Judicial, que son las de mayor tamaño—, se han realizado realmente pocas actividades calendarizadas y estandarizadas sobre qué se debe hacer en caso de una eventualidad de esta magnitud. Existen comités de Protección Civil por cada área administrativa —que en la mayoría de los casos cuenta con personal que sabe qué debe hacer—, pero la realidad es que no sólo ellos, sino todos los trabajadores de esos complejos, deberían estar verdaderamente conscientes de los riesgos que implica el no seguir las indicaciones adecuadas y preestablecidas de Protección Civil para un siniestro como ese.

Por eso, en un sismo anterior —el que ocurrió en Oaxaca el 20 de marzo de 2012—, en el complejo de Ciudad Administrativa hubo varios lesionados, pero ninguno como consecuencia directa del temblor de 7.4 grados en la escala de Richter, que ocurrió alrededor del mediodía de aquel martes. ¿Qué ocurrió? Que, como siempre, todos repetían hasta con cierto sarcasmo las cuatro indicaciones básicas frente a los temblores: no corro, no grito, no empujo, y me dirijo a la zona de seguridad. Sin embargo, en el momento en el que ocurrió la eventualidad, en su mayoría las personas —los trabajadores, jefes y demás— no sólo no atendieron correctamente las indicaciones de Protección Civil, sino que en muchos casos hicieron lo contrario.

Es decir, salieron despavoridos, gritando y suplicándole a Dios que detuviera el sismo, y corriendo sin control a través de las escaleras de los edificios para llegar de inmediato a las zonas de seguridad. Los trabajadores que sí lograron controlarse y decidieron, o dirigirse a una zona de seguridad dentro de cada uno de los edificios, o bajaron de acuerdo con las indicaciones y los planes de Protección Civil, pudieron corroborar que las personas que resultaron con alguna lesión fue por correr, por empujar, por resbalarse en las escaleras, por ser pisadas o lastimadas por otras personas que no cumplieron con las indicaciones básicas, o que —eso sí es irremediable— sufrieron de crisis nerviosa por el hecho.

Otra cosa que ocurrió en aquella ocasión, y que también fue muy recurrente en el sismo del 30 de septiembre de 1999, fueron las personas que salieron a las calles fuera de sí para tratar de llegar a sus casas. Ambos temblores ocurrieron en días y horas hábiles, y en las calles hubo infinidad de accidentes de tránsito derivados no del sismo en sí, sino de la falta de control de las personas que trataban de llegar a sus casas, o de ir por sus hijos a la escuela, pero lo hacían sin respetar las normas cotidianas de urbanidad al conducir.

REFORZAR LA PREVENCIÓN

Es perfectamente entendible que un padre o madre de familia quiera llegar de inmediato donde se encuentran sus familiares —sus hijos, sobre todo, máxime si son pequeños— para corroborar que todos se encuentran a salvo, luego de un sismo. Lo que no es comprensible es que pierda el control o, sobre todo, que su angustia se derive de la inexistencia de un plan previo de actuación para el caso de una contingencia.

Esto es nada nuevo: permanentemente, las autoridades y los promotores de la Protección Civil recomiendan a las familias establecer un sencillo plan de contingencias, consistente en que cada uno de los integrantes de la familia sepa qué hacer, a quién acudir, y fijar un punto de reunión para el caso de un sismo, en el que normalmente se interrumpen las comunicaciones y la situación puede tornarse caótica. En casos como esos, dicho plan llevaría a todos a hacer lo previamente planeado, independientemente de haberse podido comunicar o no. El problema es que en la mayoría de los casos, el miedo hace su presa a las personas, y la inexistencia de dichos planes hacen que se pierda el control y entonces la situación se torne doble o triplemente riesgosa para terceros.

En esa lógica habría que establecer algunas coordenadas básicas y hoy el gobierno estatal tiene esa oportunidad que no debe desaprovechar: debe explicar, por ejemplo, por qué —por su estructura de acero— es casi imposible que colapsen los edificios de Ciudad Administrativa y Judicial; por qué todos deberían tener un plan personal, familiar y grupal de protección civil para contingencias como la del pasado 7 de septiembre; y por qué es importante la realización de simulacros que no se presten a la chacota o las bromas que son muy comunes entre los trabajadores.

Del mismo modo, entre la población en general sería muy importante impulsar y redoblar esa parte de la cultura cívica en general. Tendría que ubicarse como parte de la ciudadanía, saber qué hacer en esas situaciones. Por eso mismo, no debería ganarle la soberbia a ninguno de los órdenes de gobierno frente a esta situación, ni suponer que como en la capital oaxaqueña, los Valles Centrales y algunas regiones no hubo daños, entonces se puede pensar que todo está muy bien y que no es necesario redoblar esfuerzos en la cultura de la prevención.

APROVECHAR LA CIRCUNSTANCIA

La sensibilidad actual frente al siniestro debería ser una oportunidad, derivada de la crisis, para concientizar a la población sobre el tema, y evitar correr los riesgos que implica un comportamiento inadecuado en una circunstancia como esta. Los oaxaqueños acabamos de vivirlo a flor de piel. No desaprovechemos esta oportunidad.

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