eloriente.net/Alejandro Jodorowsky *

20 de noviembre de 2018

Cuando hemos alcanzado un alto nivel de consciencia, con la edad y la renuncia a la seducción, desanudamos las amarras que nos ligan al cuerpo, y sin negarlo, sabiendo que es el templo donde hemos habitado, respetuosos dejamos de considerarlo nuestra identidad. A pesar de habernos programado para vivir una larga vida, sabemos que estamos ya mucho más cerca del fin que en años precedentes. Somos capaces de captar la hermosura del tiempo que pasa. Cada segundo de vida nos parece un regalo sublime.

Como los que sufren una enfermedad terminal, conscientes de que disponemos de un tiempo limitado, cesamos de atenernos a planes importantes: nos contentamos con lo que somos, no con lo que seremos; con lo que tenemos, no con lo que tendremos. Dejamos de apegamos a lo superfluo, permitimos que se esfumen las esperanzas, y al cesar las esperanzas cesa el miedo. Todo es un obsequio: las pequeñas satisfacciones, los sutiles mensajes de los sentidos, el cariño que nos baña como un bálsamo el corazón, los encuentros amables con otros seres humanos, la capacidad de servir de ayuda a los demás. Cada día es un buen día.

Envejecer no es ni decaer mentalmente ni convertirse en una ruina. Si nos hemos preocupado de mantener la salud de nuestro cuerpo evitando drogas y alimentos nocivos o tomados en exceso; si nos hemos preocupado de hacer cada día un poco de ejercicio, de meditar o contemplar, de seguir aprendiendo cosas nuevas, de desarrollar frente a la impermanencia una plácida humildad, conservaremos hasta el último momento la lucidez juvenil; gracias al estado angélico que nos produce la disminución del deseo sexual, la vejez es una maravillosa etapa de nuestra vida.

Quizá la mejor… Libres de angustias, de ambiciones, de posesiones inútiles, de ilusiones irrealizables, del deseo de ser reconocidos; capaces de amar incluso a quienes nos detestan, de aceptar los ataques y las críticas con simpatía, de silenciar el intelecto, de abrirnos en todas direcciones, de ayudar a los otros a liberarse del sufrimiento, aunque más presentes que nunca sabemos vivir como si ya hubiéramos desaparecido, gozar del supremo placer de crear artísticamente por amor a la obra y no por amor al aplauso, de colaborar en la mutación de la sociedad, de trabajar por un mundo mejor y, sobre todo, de encauzar a los jóvenes hacia el despertar de la Consciencia.

*Publicado en @Alejandro Jodorowsky