La Pirata del Oriente

Boyanca, por Eva Bodenstedt

Se murió la abuela de su hermano a cuatro días de cumplir los 94 años en la Ciudad de México. Una biblioteca, libreros, dos camas, dos sillones blancos y mesas excelsas buscan un destino seguro, alguien que los aprecie y resguarde. Ella acepta acogerlos en su morada. La conoció doce lustros antes de que naciera su hermano y cada vez que se encontraban en una comida familiar o en un fin de semana en la “Ciudad de la eterna primavera” en Morelos, su mirada la atravesaba con sencillez, descubriendo en sus adentros lo que estaba sucediendo sin decir palabra alguna. Después, sin quitar los ojos de los ojos del otro, a partir de lo que descubría, se expresaba, ella, Boyanka, y de su alma, su sabiduría, magia y perseverancia, surgía entonces lo hermoso; la verdad. Sin más le daba vuelta al secreto que no se mencionaba para que lo positivo de uno, -la fuerza y el ser guerrerx-, emergiera como herramienta para navegar la travesía de la vida con la cabeza en alto, el corazón abierto y la fe de que uno empoderado lo puede “todo”. Dentro de ese “todo” estaba la razón de ser de cada quien; no sólo veía la de ella, transparente, también a sus demás familiares, a lxs amigxs de su nieto, a su hijo, a su nuera, la mamá de Nadeshka.

Con la mudanza llegó también ella; ella adentro de las cajas, adentro de la ropa, las sandalias de cuero y los zapatos coquetos; ella en la mesa del comedor, en las sillas, las lámparas, los candelabros; ella en la cama donde había fallecido; ella en los libros, exactamente ahí, en los libros que dejaban escapar a sus personajes apenas los sacaba de los baúles en los que llegaron. Debían oler a Bojanka, y a todos los pasados y a todas las historias que en ellos vivían, pero Nadeshka no sabía oler, ese sentido se lo había robado un accidente. De pronto se dio cuenta de ello y mientras ordenaba por temas las enciclopedias, las novelas, los ensayos, la verdad del tiempo comenzó a resbalar intangible por el aire.

Acababa de leer un artículo de Erandi Cerbón Gómez en el diario Milenio[1] sobre Maupassant, iniciaba con un párrafo que de pronto le dio sentido al vacío que la embargó cuando le anunciaron que Boyanca se había quedado dormida sin despertar más. Dentro de su cuerpo sintió que un puño desaparecía. Y lloró, aulló como una coyota cuando ésta anuncia en lo alto de una montaña, un cambio por una desgracia inevitable, y también esperada desde que la jefa de la manada dio inicio a la despedida con tres palabras: “Ya es el final”.

“Hay médicos notables en la historia literaria que examinan, aparte del cuerpo, lo que aqueja al alma”, -escribe Erandi enunciando a varios para llegar a “El Doctor Héraclius Gloss escrito por Guy de Maupassant (1850-1893), que junto con Émile Zola, Gustave Flaubert, Iván Turguénev y Henry James es reconocido por sus novelas desde aquella época.”

Nadeshka repite “época”, una y otra vez “época”, dentro de una época en donde las generaciones tienen nombres como Mileniuans, y Genración X, Babyboomers,  Generación Z, Nativos digitales o Post millennials

Boyanka nació en una época per sé, con raíces, escuelas, lenguajes; con costumbres y tradiciones, y murió en una época donde las épocas han dejado de existir, donde las generaciones sin raíces ni identidades concretas, transitan por la historia sin pertenecer a algo concreto, sin brindarle al tacto de las yemas de sus dedos el sentir del paso de las hojas de una novela, un diccionario, un diario, y el sentir de la escritura con una pluma fuente en sus dedos. En esta época sin épocas en su conocimiento habita la pantalla y en sus dedos y en sus ojos el deslizar de los ritmos y las notas de la globalización. Su ausencia en los ayeres desconoce las bibliotecas y los libreros, las obras y las artes; y manteniendo a las lecturas silentes, el futuro se alimenta de una cotidianidad encerrada dentro de la incertidumbre. En ella amanece una inverosímil vacuna que igual es un volado que te monta en una ola que no sabes a donde chingados te llevará, sí, la ola, la vacuna, la falta de un liderazgo al cual atas tu mano para dejar de volar como un papalote en la nada de un hoy sin viento ni corrientes ni esperanza.

Bojanka, dice Nadeshka mientras recorre su casa ubicando en dónde pondrá cada época de cada mesa, cada silla, cada lámpara, cada pasado lleno de pasados. Dónde se sentará para darle sentido a lo que aceptó adoptar en su espacio y explorar el ímpetu incansable de la escritura desde un alma tan emprendedora como la de ella, la que llegó en cajas, en una mesa, en un sillón, en un mueble de madera, en muchos libros de

“librepensadores, algunos aristócratas, con educación religiosa o contra de ella” –escribe Erandi para compartirle “la existencia de la “la metempsicosis”, la creencia que tiene como fundamento la transmigración del alma, la reencarnación incesante para llegar al momento donde se alcanza una purificación terrestre que conduce a un mundo superior.”

Bokanka, repite Nadeshka acercándose a ese mundo superior que la abuela de su hermano le tendió sin aspavientos cada vez que la miraba, que la saludaba, que la atravesaba con la mirada para descubrir en sus adentros, los secretos de alma.

[1]

https://www.milenio.com/opinion/erandi-cerbon-gomez/igitur/tardio-pero-oportuno-maupassant