«Dónde están los jóvenes de México? ¿Dónde están los oradores de la juventud? ¿Será que acaso que la palabra joven no era sinónimo de revolucionario?»




 Pidiendo un Ortega desde dentro

 

Por: Félix Manuel Cruz Ruiz*

Hace algún tiempo me preguntaba cual podría ser el mayor vicio en la vida del hombre, una pregunta de la cual hoy me arrepiento haber conocido la respuesta en la forma en la que lo hice, es decir, a través de mi participación en el mayor concurso de oratoria del estado de Oaxaca, el concurso “Lic. Benito Juárez”.

Un magno evento de la palabra el cual clamaba convertirse en una encarnizada batalla donde oradores de todas las regiones del estado se batirían en duelo pronunciando los mas bellos y bien estructurados discursos que presumían tendrían que ser confeccionados con la gracia de un ávido lenguaje y una sólida base de fuentes y recursos con tal de sobrevivir al juicio de sus verdugos, maestros, doctores, políticos y altos funcionarios que serían los encargados de someter a jueceo a cada uno de sus bien elaborados discursos y a sus habidas interpretaciones de improvisación.

Cual fue la sorpresa de aquel joven orador al encontrarse con la pena de un jurado que al igual que aquel ya cansado Dios, contaba apenas con las energías para someter a juicio los discursos de la juventud que se postraba frente a ellos, una juventud que de la misma forma hacía presencia de discursos que se veían los unos a los otros con la claridad de un espejo en calidad de repetición, aquel ideal de oratoria y de destreza terminó por degenerarse a un punto tal donde el único agregado que se le podía dar a aquel coctel de desgracia era el drama y la tragedia que apelara al corazón de los jueces.

Pan y circo fue lo que se le entregó a un público que observaba expectante una decena de platillos que se destapaban frente a ellos como las vedettes de la oratoria.

Cientos de noches pasé sin dormir preguntándome cual podría ser la causa de tal acontecimiento, daba vueltas rodeado de una incertidumbre tan áspera que me calaba hasta los huesos y cuando no podría haber estado más absorto en mis pensamientos llegó a mí un momento de iluminación en la forma de un libro que descendió hasta mis brazos como si del regalo de una deidad se hubiere tratado, y fue ahí donde lo encontré.



José Ortega y Gasset, filósofo y escritor español del siglo XX que a través de su pensamiento busco ilustrar los grandes problemas de la sociedad moderna, aquellos que se hacen expreso por medio de los vicios de la consciencia que inevitablemente llevan al nacimiento de las aglomeraciones y por lo tanto de las masas.

La facilidad del entendimiento es la cortesía del filósofo, un filósofo que se formuló la idea basta de legar esta corriente del pensamiento como un arma para combatir a los monstruos que él sabía que se avecinaban y que inevitablemente terminarían por evocarnos a una constante lucha entre las minorías de la sociedad, las minorías vacías y las minorías selectas.

Hoy en día basta con mirar a nuestros alrededores para observar con indiferencia los grandes “vedettes” que se dibujan en cada tienda, escaparate y comercial, dejando frente a nosotros una obra pintada al óleo con la característica métrica que de Guy Debord, quien años después ya aseveraba la noción de una sociedad que vive aferrada al mundo del espectáculo y que ante las facilidades de los medios se convierten en una mente que cada vez mas se va alejando de su racionalidad, perdida la capacidad del pensamiento, esta sociedad no conserva más que el consuelo de una mente colectiva.

Una mente que hoy mas que nunca se hace presente como un síntoma del malestar social que nos revela un nítido reflejo del pensamiento de José Ortega y Gasset a través de su obra la rebelión de las masas como una melancólica realidad de México y el mundo.

Hoy más que nunca observo el fenómeno de las aglomeraciones que se abalanza en un caudal que no vislumbra la diferencia entre ideas y creencias que se ciñe sobre nosotros como una creciente bola de nieve, un fenómeno que se vuelve mas contrastante en esta tierra donde impera la sentencia “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”, frente a un mundo que esta enfrentando el peligro de una nueva generación latente a convertirse en hija de los medios y pupilos de las redes sociales, dando como resultado una creencia preconcebida que empuja a la juventud a buscar cada vez mas las facilidades que les ha inculcado la malacrianza de los medios, como resultado, tendremos una generación que ya no busca el consuelo de los grandes pesares sociales a través el cauce de la lectura y el estudio, que se dejan enajenar por las corrientes del pensamiento colectivo en la inmensidad de un mar de creencias.



Es entonces que me pregunto ¿Dónde están los jóvenes de México? ¿Dónde están los oradores de la juventud? ¿Será que acaso que la palabra joven no era sinónimo de revolucionario?

Y en ese momento me invade el terror, un terror tan profundo y melancólico como el que se haya en las entrañas de la bestia, un pavor intrínseco peor aun que la tanatofobia de una muerte anunciada y que me invade con la palidez que sentí el día que se anunció que el vacío de una luna eclipsaría mis ojos dejándome perpetuamente en la oscuridad. Yo mismo he presenciado lo que las metas muy pequeñas le hacen al hombre grande, le otorgan un objetivo, una esperanza y un pie de lucha que lo insta a entrenarse con el rigor de un guerrero zapoteca, y al final, lo dejan con un profundo vacío, uno que puede ser llenado con más concursos, guerras y desafíos, pero que al final conducen a la melancólica muerte del guerrero al filo de su arma oxidada.

Es por esto que frente a la oportunidad que se me ofrece como la última bengala de aquel naufrago que permanece estoico en la plenitud de una isla desierta, no pude perder la oportunidad de evocar un llamado a la juventud, una generación que hoy más que nunca debe de apreciar el valor que encara la palabra juventud como un sinónimos de revolucionario, como un sinónimo de revolución y de grandes cambios que emergerán de las metas que hoy nos debemos plantear como un juramento al trayecto de nuestra nación, donde se haga gala de la lucha de aquella minoría selecta de la que nos habla el filósofo y escritor José Ortega y Gasset, que nos envuelve en la magia romántica y apasionada que se hace expreso en su lucha como fundador de miles de editoriales que aun así fueron insuficientes para transmitir su magna obra y que hoy como si de una sentencia escrita en papel dorado se tratara, nos muestra que su obra predilecta se haya viva otra vez en la editorial de El Oriente que se expone frente a nosotros como una editorial hermana del periódico el occidente, la obra que José Ortega y Gasset dejo atrás y que abraza el legado del oriente con el beso melancólico de un hijo fallecido y la promesa predilecta del futuro de volverse la revolución de la escritura.

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*Presidente juvenil del Sistema Local de Protección de Niñas, Niños y Adolescentes, orador, escritor, estudiante de derecho y presidente del comité juvenil de la caja popular mexicana del estado de Oaxaca.