eloriente.net

6 de febrero de 2014

Por: Adrián González Jiménez

Durante un tiempo he pensado que siempre hay que dar pasos, sin importar lo pequeños que sean, pero firmes. Quizás para comenzar sólo voy a…

A dejar de levantar la voz para en verdad escuchar con atención.

A dejar de decir cínicamente «así soy» ante todos, para callar y pensar con voluntad que puedo cambiar.

A dejar de decir siempre «yo» y poder decir libre y sin mezquindad: nosotros.

A levantarme de la cama un poco más temprano sin mal genio, para aprovechar el día, ocuparme con buen humor de mis labores y ¿por qué no? darme una escapada de vez en cuando; salir de la rutina, permitir que la vida me sorprenda, porque me he dado cuenta que la felicidad es permitir que los sucesos sucedan.

A dejar de preocuparme tanto por lo que hagan o dejen de hacer los demás y comenzar a ocuparme de lo que debo hacer y más aún, lo que he evitado hacer.

A criticar menos y aceptar también, que no soy la imagen de quien «todo lo hace bien», porque me han enseñado como algo incuestionable que mi valor estará siempre ligado al resultado final o un número; determinado siempre por quienes también se exigen más de sí, hasta el punto de dejar de ser ellos mismos.

A ser menos exigente con los demás y en lugar de ello, dar lo que puedo dar; pero nunca dar demás, sino lo mejor.

A dejar de comparar mi vida con la de los demás de una vez, porque las circunstancias nunca han sido iguales para todos; y así, poder aceptar la mía tal como es, darle un sentido, un rumbo y ¿por qué no? darle un cambio.

A dejar de preocuparme de lo que digan o no los demás de mí y comenzar a ocuparme de lo que debo trabajar con mi propia persona y mi conciencia.

A ser una persona verdaderamente concreta, donde mis actos sean la expresión genuina de mis pensamientos, sin la necesidad de tener que pregonar o aconsejar actos de bondad y decoro; cuando a falta de práctica en realidad resultan ser sólo habladurías.

A ayudar de verdad con genuina sinceridad, de manera desinteresada y sin esperar nada a cambio; en vez de hacerlo bajo intenciones ocultas esperando favores recíprocos por ellos.

A ser menos conformista y darme la oportunidad de conocer un poco más, con el fin de evitar el estancamiento, aceptar que soy ignorante y ponerle remedio.

A ser más valiente para aceptar mis momentos de soledad y así, dejar de utilizar a las personas a quienes le soy importante cuando a mi situación me sea conveniente; todo, para evitar el simple hecho de enfrentarme conmigo mismo.

A dejar de comportarme de manera infantil ante situaciones que requieren un criterio determinante y decisivo, porque me he dado cuenta que en la vida no puedes crecer como un individuo si decides ser «adulto» cuando es conveniente y no serlo, cuando demanda cierto trabajo.

A no temerle al presente, no huir de él y no refugiarme en un pasado que nunca volverá ni tampoco cambiará; mucho menos a ocultarme de tras de ilusiones y sueños sobre un futuro que no existe ni mucho menos llegará, porque mi momento es aquí y ahora.

A limitarme un poco a dar consejos a los demás sobre situaciones en las que me he encontrado alguna vez, pero que nunca he puesto en práctica.

A dejar de prometer tanto y comprometerme a realizar mis acciones en vez de dar esa impresión; porque no es el discurso lo que cambia las cosas, sino mis actos.

A comenzar ser una persona más genuina sin la necesidad de adoptar modas, apariencias, costumbres o hábitos extravagantes que no van conmigo, que me permiten ser cualquier cosa; pero me resta libertad de ser verdaderamente quien soy.

A dejar a un lado el pensamiento negativo y pesimista sobre resultados que no están escritos, que evitan darme cuenta que las oportunidades están ahí y por fin, comenzar a darme la oportunidad de intentarlo una vez más.

A dejar a un lado los discursos de moralidad hacia los demás con la intención de dar una impresión aceptable de mi persona, para comenzar a ser fiel con mis pensamientos e ideas, a aunque estos me alejen de personas falsas.

A verdaderamente administrar mi tiempo y no malgastar los espacios de ocio viendo televisión o quejándome de mi aspecto físico sin hacer nada al respecto, cuando bien puedo sumergirme en la curiosidad por educar mi mente y mi cuerpo.

A perdonarme por mi imperfección, mis fallos y mis errores; a dejar a ir los pesares, los dolores de un tiempo que no volverá, que sólo crean una carga sobre mis hombros y absurdamente pienso que debo cargar con ello como una penitencia incuestionable.

A amarme a mí, tal como soy: a mí ser, mi cuerpo, mis virtudes, mis cualidades y ¿por qué no? también mi imperfección; porque después de todo, amarme de verdad, siempre será lo que cambiará todo…

Quizás sólo siguiendo parte de esto pueda lograr algo, no importa lo insignificante que sea, pero siempre es necesario de un pequeño cambio para comenzar.

 

Foto: Com-SL

 

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