eloriente.net

19/octubre/2014

Por Juan José Consejo

Donde estuvo el hombre, en cada lugar que dejó, quedó
basura. Hasta en la búsqueda de las últimas verdades y
pisando los talones de su dios produjo basura. Por la
basura, acumulada capa a capa, se le podía reconocer
siempre en cuanto se excavaba para buscarlo….

Gunter Grass
La Ratesa

Hace algunos años, en el interior de los camiones urbanos de Guadalajara podía verse un peculiar letrero: «No sea usted cochino, tire la basura para afuera». Esta anécdota, aparentemente simple, revela una concepción acerca de los desechos que podemos generalizar a toda la sociedad moderna: nos negamos a responsabilizarnos de los desperdicios que producimos, los echamos lejos, los enterramos, jalamos la cadena… hasta que, como sucede ya a menudo en Oaxaca, la suspensión del servicio de recolección, así sea por unos días, nos inunda de basura poniendo al descubierto nuestra irresponsabilidad y falta de cordura.

La ciudad de Oaxaca y sus alrededores se han ido convirtiendo en un gran basurero. Ninguno de nuestros recorridos cotidianos puede ya sustraerse a la visión ofensiva de la basura, de la que se producen alrededor de 600 toneladas diarias. La que colecta el servicio de limpia, de manera ineficiente y a un costo cada vez más alto, es llevada al tiradero de Zaachila, donde se incendia a cada rato. Los conflictos sociales y políticos asociados al tiradero son de todos conocidos Además de éste, existen tiraderos clandestinos, principalmente en Xoxocotlán y a los costados de los arroyos y de las carreteras que salen de la ciudad. No es un exceso decir que hoy todos los caminos son basureros y quemar la basura en cualquier lugar es práctica común.

Podemos imaginar la gravedad del daño que los contaminantes de la basura provocan a la salud y al ambiente. Los pueblos, ríos, arroyos y barrancas de los Valles Centrales sufren un proceso de degradación que acabará por destruirlos completamente, a menos que tomemos medidas radicales. Diversos especialistas y estudiosos han propuesto desde hace tiempo una serie de medidas técnicas para enfrentar el problema. Quisiera enfatizar el sentido del cambio profundo que requerimos: la recuperación de la cordura. Y es que con la basura hemos seguido puntualmente el modelo de los países del Norte, con su nocivo patrón de consumo y desperdicio. Los basureros modernos son, cada vez más claramente, símbolos de la opulenta sociedad industrial. Se calcula, por ejemplo, que el basurero de Fresh Kills, en la ciudad de Nueva York, es 25 veces mayor que la pirámide de Giseh en Egipto.

La recuperación de la cordura tiene requisitos: primero, hacer frente al hecho de que la basura tiene ciclos, que no desaparece cuando nosotros nos deshacemos de ella, sino que interactúa de una manera muy compleja y frecuentemente dañina con las personas, el suelo, el agua, el aire. La basura es ya un gravísimo problema urbano y ecológico en los Valles Centrales y en muchos otros lugares, pero la estrategia para su manejo no es integral, se limita a un escasísimo reciclamiento, a una deficiente concentración de los desechos en basureros (que representan un jugoso negocio para algunos) y en contados casos a un limitado control de contaminaciones mediante rellenos sanitarios (que en realidad sólo lo son parcialmente). El manejo de los desechos ilustra nítidamente la contraproductividad de las instituciones modernas que señaló Iván Illich: los sistemas que debieran resolver el problema de los desperdicios, llámense drenaje o servicios de limpia, se han convertido en una fuente de males cada vez mayores. Para empezar, debemos evitar cuidadosamente las “soluciones” centralizadas, burocráticas e industriales, como las grandes plantas incineradoras o los mega-rellenos sanitarios. Un capítulo aparte son los residuos tóxicos o peligrosos, como los hospitalarios. Su acumulación y casi nulo tratamiento, tanto en las ciudades como en el campo, representan una amenaza en aumento frente a la cual las leyes y reglamentos en vigor son insuficientes, contradictorios y de escasa observancia. Además, el manejo especializado y corporativizado de los desechos tóxicos se ha convertido en un lucrativo negocio, de alcance transnacional, para muchas compañías que burlan sistemáticamente las normas en la materia.

¿Qué hacemos entonces? Abrir los ojos ante lo que Iván Restrepo ha denominado los demonios del consumo es imprescindible, pero no suficiente. ¿Cómo exorcizarlos? En principio, la solución parece simple, lo que se ha llamado “las tres R”: reducir, reusar y reciclar. Reducir el volumen de basura tanto en la producción como en el consumo; reciclar más, separando la basura desde las casas o en plantas especiales, creando centros de recolección de productos reciclables (el caso de la “madera plástica” es un buen ejemplo, si Oaxaca adquiriera una planta de tratamiento, se volvería ejemplar) y apoyándose en las eficientes tradiciones mexicanas representadas por el pepenador o el ropavejero, reducir la producción y el consumo de sustancias peligrosas y aumentar la seguridad de los basureros. Pero poner esto en práctica, en el complejo contexto político, social y ecológico de Oaxaca, es otro cantar. No hay recetas ni soluciones fáciles y los esfuerzos que hagamos requerirán la participación imaginativa de todos. Repetimos: es preciso lograr una drástica disminución de la cantidad de desperdicios producidos en los municipios conurbados; encontrar las mejores vías para el reciclamiento o la reutilización de los residuos orgánicos e inorgánicos que lo permitan; establecer los sistemas más adecuados para la disposición de los desperdicios sólidos que no puedan ser reciclados o reutilizados, incluyendo los residuos tóxicos. Además hay que recuperar los lugares públicos actualmente contaminados con desperdicios de todos tipos.

En lo inmediato, requerimos un verdadero programa integral de manejo de basura para los municipios conurbados, basado en una concertación genuina y en estudios serios. Su aplicación debe basarse en la autonomía de municipios, colonias y barrios. Es preciso descentralizar el asunto de la basura, dividirlo en pedazos menos difíciles de manejar. Para evitar que se siga tirando los desperdicios en los caminos o terrenos baldíos puede ayudar una combinación de reglamentos (con fuertes multas para los infractores), señales (letreros claros y visibles en lugares clave) y vigilancia (de vecinos y autoridades conjuntamente).

En segundo lugar, hay que diversificar las opciones de confinamiento y tratamiento. La incineración controlada, la compactación e incluso los hoy desprestigiados rellenos sanitarios son parte de ellas. Pero ahí sólo deberá llegar la basura que no sea orgánica y la que no pueda reciclarse o reusarse. Esto no va a ser solución alguna si no empezamos a separar la basura y establecemos verdaderos centros de acopio, lo cual sólo tendrá éxito si se hace una campaña amplia de promoción e información entre los pobladores de barrios, colonias y comunidades. Esta campaña debe empezar por proponer reducir la cantidad y el tipo de basura que producimos

Por otro lado, hay que recuperar, poco a poco, con tequios de limpieza, los lugares actualmente contaminados con desperdicios de todos tipos, en particular los ríos y los arroyos. Como se ve, se trata de actuar al mismo tiempo, en varios frentes: hacer estudios, ponernos de acuerdo entre autoridades, pobladores escuelas, organizaciones, establecer reglas simples y claras y hacer que se cumplan, llevar a cabo mucha difusión y promoción, y realizar acciones concretas, como poner centros de acopio.

En todo caso, es seguro que las respuestas no estarán ni en espectaculares inventos por venir ni en oficinas burocráticas de impronunciables siglas, sino en nosotros mismos, en nuestras comunidades y barrios. Se trata, en suma, de recuperar la cordura. Dijo Confucio:»… como querían buen gobierno en sus estados, primero pusieron orden en sus propias familias; como querían orden en sus hogares, primero se disciplinaron ellos mismos…»

Basura - McKay Savage

Foto: McKay Savage – Algunos derechos reservados

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