La ciencia es una estrategia, una manera de atar la verdad…
Luis Eduardo Aute

(www.eloriente.net, México, 28 de diciembre 2014; por Juan José Consejo*).- Actualmente, el término ecología se usa con al menos tres significados: uno lo hace sinónimo de naturaleza (cuando se nos recomienda “cuidar la ecología”, por ejemplo); otro alude a un conjunto de movimientos sociales cuyo denominador común es la preocupación ambiental y diferentes grados y calidades de crítica de la sociedad industrial. El tercero nombra a una ciencia formal, con un cuerpo de conocimientos claramente definido y una metodología precisa. Me referiré ahora a este último, a la ecología como ciencia, tratando de resaltar la perspectiva del Sur. La otra ecología debiera incluir la ciencia y la técnica, digamos, tropiacalizadas.

La definición clásica de la ciencia ecológica es el estudio de los seres vivos y su ambiente. Lo que puede distinguirla de otras disciplinas científicas es su énfasis en las relaciones (entre diversos seres vivos y con lo que les rodea) y la integralidad (por eso habla de conjuntos complejos, ecosistemas). Así, Ernst Haeckel, el famoso acuñador del término Oikologie , relacionó la morfología animal con la teoría de la selección natural de Darwin y Wallace. El otro antecedente directo de la ecología, la geografía de las plantas, floreció en buena medida gracias al inventario colonial que las grandes potencias marítimas de los siglos XVIII y XIX realizaron en las regiones tropicales del mundo, ejemplificado por los trabajos florísticos de Humboldt, que por cierto incluyeron a México. Hacia fines del siglo XIX y principios del XX, el interés de los naturalistas como de De Candolle, Shouw o Griesebach se centró en la relación entre las formas de vegetación y los factores del ambiente, particularmente los climas. Esta temprana ecología vegetal pasó, con Clements y Shelford, a la noción de comunidad vegetal, y luego al ecosistema. En todo este período las ciencias ecológicas dominantes se fortalecieron casi exclusivamente en Europa y Estados Unidos, pero alimentadas por conocimientos y creencias acerca de las porciones tropicales de la Tierra.

Desde fines del siglo XIX , uno de los ecosistemas característicos de las franjas tropicales, la selva o bosque tropical húmedo –que todavía tenemos en lugares como Los Chimalapas–, se convirtió en importante fuente de conceptos para la ciencia ecológica. Su diversidad, exuberancia y compleja estructura sustentaron e ilustraron a menudo el desarrollo de ideas tales como sucesión, competencia, simbiosis, cadenas alimenticias y flujo de nutrientes. De modo equivalente, la etnología, que daría luego aliento a otra rama importante de la ecología, la etnoecología, se alimentó de las múltiples descripciones de los otros, los pueblos del Sur; si bien, siguiendo la actitud eurocéntrica dominante, fueron consideradas culturas inferiores, nativas, que obstaculizaban el advenimiento de la civilización universal . Los pueblos de Oaxaca somos parte de esas culturas nativas.

A partir de la segunda década del siglo XX, la ciencia de la ecología ha tenido un desarrollo impresionante, en el que sobresale su carácter integrador. En efecto, pocas ciencias han tenido desde sus orígenes una pretensión tan manifiestamente generalizadora como la ecología. Como mencioné antes, su materia central de estudio son precisamente, las relaciones o implicaciones de los objetos que articula. A medida que la ciencia va descubriendo nuevas relaciones, se expande. No es extraño que después de la Segunda Guerra Mundial la ecología haya salido del estrecho ámbito de los laboratorios biológicos para incluir al hombre como parte del ecosistema y entrecruzarse con las ciencias sociales. La herencia orgánica de los naturalistas del siglo pasado le dio a la ecología un sentido opuesto al devenir mecanicista y reductivo de otras ciencias biológicas. A pesar de su corta vida, la ecología es ahora una ciencia de gran prestigio, cercana a su madurez. Así lo refleja, como dice Illich, su creciente referencia a su propia historia. Sin embargo, para muchos la ecología actual ha sufrido una transformación radical. En vez de constituir la «ciencia de comunidades» de Clements, Shelford, Bertalanfy y Odum, se ha ido adecuando cada vez más al paradigma de la ciencia positivista y probabilística, a tono con la modernidad industrial: a decir de Goldsmith, vemos un continuo esfuerzo para enfocarse en entidades materiales, observables, más que en construcciones ideales .

El asunto va más allá de la mera discusión académica, pues lo que está en juego el tipo de ciencias y de técnicas que debemos impulsar para enfrentar los graves problemas que tenemos hoy día en Oaxaca. Es posible distinguir en la ciencia ecológica actual dos posiciones diametralmente opuestas: la de la ecología académica dominante, reductiva y mecánica, y la de la ecología holística. De acuerdo con Goldsmith, estas posiciones corresponden con visiones del mundo pioneras y de clímax, respectivamente, en referencia a la teoría de la sucesión ecológica: las etapas tempranas o pioneras de los ecosistemas, caracterizadas por una gran inestabilidad ambiental y una alta productividad biológica, conducen a etapas cercanas al clímax que se distinguen por su complejidad y estabilidad. Podemos suponer que el estudio moderno de los ecosistemas tropicales como la selva húmeda, donde la diversidad y el equilibrio son más evidentes, favorecerá visiones de clímax, mientras que la información sobre ecosistemas fríos y templados puede conducir a aproximaciones pioneras.

En todo caso, como ilustra bien el tema del calentamiento global, es obvio que la ecología es un creciente discurso político además de una ciencia formal y es posible que la importancia actual de la ciencia –aunque esto incomode a muchos ecólogos– tenga mucho que ver con su entrecruzamiento con los movimientos sociales que han emergido en la ruptura del consenso industrialista y neoliberal.

En Oaxaca, que es el estado con mayor diversidad biólogica y étnica, un buen número de ciudadanos, pueblos y organizaciones están resistiendo con diversos grados de éxito a la amenaza que implican los planes de los tecnócratas todavía dominantes. Parte de ese éxito está cimentado por las acciones de técnicos y científicos, quienes a contrapelo de la modernidad imperante se han acercado con seriedad y respeto a las ciencias campesinas y reconocen que los sistemas de conocimiento de las culturas indias, supuestamente primitivos e ineficientes, son con frecuencia mucho más sólidos ecológicamente que sus contrapartes modernas. Se levantan así, aquí y allá, planteamientos autónomos de conservación en donde los habitantes locales participan desde el comienzo en la investigación, la planeación y la operación de iniciativas y donde se conjugan los conocimientos de la ciencia y la técnica modernas con los modos y saberes tradicionales. Esa es la ciencia ecológica a la aspiramos: a favor de la gente y la naturaleza.

* Instituto de la Naturaleza y la Sociedad de Oaxaca
jjconsejo@hotmail.com

Chimalapas

Foto: Archivo El Oriente

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